Si vamos a salir de esta dramática situación en algún momento vamos a tener que replantearnos todo de nuevo, afirma Roque Farrán en este artículo. Un nuevo pacto social, como dijo Cristina, pero que se trame en cada punto del espacio social, con cada hebra del tejido en descomposición.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
I. No hay historia de la filosofía neutra y aséptica: cada filósofx reconstruye, según una operación crucial de pensamiento que lx constituye como tal, su propio “pequeño panteón portátil” de maestres y conceptos clave con los que dialoga y compone a la vez. Diferencia ontológica (Heidegger), a priori histórico (Foucault), multiplicidades puras (Badiou), performatividad de género (Butler), etc., son algunos modos conceptuales recientes de hacer comparecer lo pensado históricamente. Siempre parcial y fugitivo, adelantado en forma dispar y fugaz, el mío pasa por la operación de anudamiento: allí encuentro el modo de implicación necesaria entre vida y concepto, que me permite leer “lo que habrá sido de lo que está llegando a ser” en el recorrido por diversos nombres propios y tradiciones. Se parte indudablemente de una idea verdadera que es “índice de sí misma y de lo falso” (Spinoza); de allí proviene cierta “confianza sapiente” (Badiou) en que se va a “encontrar más de lo que se busca” (Picasso-Lacan), pese a las eventuales pérdidas de sentido, o su recupero en la doblez (Deleuze): una orientación materialista definida y asumida desde el vamos. Luego esa idea se desarrolla, perfecciona y amplía, pero se descubre que habrá sido por ella (femenina por su misma lógica), en todo caso, que se puede seguir pensando; y por eso, una y otra vez, se la reencuentra: objeto e instrumento de incidencia sobre la realidad, a la vez que vector de transformación de sí (Foucault).
II. Por eso, a quien desee estudiar o investigar seriamente, o sea de un modo tal que implique su forma de vida, le diría que antes de buscar un autor eminente o una tradición privilegiada, encuentre una idea verdadera. Una idea verdadera no es en sí nada grandilocuente, solo se distingue de otras ideas o representaciones porque al pensarla se produce un afecto característico: cierto entusiasmo o alegría intelectual que al principio resulta intermitente y luego se va intensificando con el tiempo y el uso. Esa idea verdadera suele expresarse mejor en ciertos autores y/o tradiciones pero no es exclusiva o privativa de ellxs, pues hay algo del sujeto que piensa allí en juego, algo que toma su cuerpo y pensamiento. Los autores pasan a un segundo plano, se desidentifican y desidealizan, se vuelven operadores o mediadores: entran en la dimensión material del uso. La idea verdadera será perdida y reencontrada muchas veces antes de afirmarse y brindar una confianza sapiente en lo que ella abre de modo singular; aunque cada vez brindará mayor satisfacción, lo cual permitirá ir trabajándola, afinándola, mejorándola, e incrementando el goce en la formación del sujeto. El sujeto en ese trance de formación deseará que otrxs encuentren y desarrollen las suyas, porque en esencia todas las ideas verdaderas se comunican y permiten incrementar la potencia común, sin oposicionismos estériles ni imitaciones vacuas, en la pura diferencia de ser.
III. Me gusta así pensar en términos de una potencia ontológica absoluta, spinocianamente: el que seamos apenas modos finitos de una sustancia absolutamente infinita y, por eso mismo, tengamos a disposición una enorme potencia para pensar y actuar. ¿Qué nos separa entonces de esa potencia infinita que somos a nuestro modo? Relaciones, conexiones, composiciones, pues no todas son adecuadas para nuestro singular modo de ser; no todo es lo mismo ni da igual (no todo tiene que ver con todo, como se dice vulgarmente). Encontrar el modo singular que somos en cada caso; hacernos una idea clara y distinta de él; producir una idea de esa idea, tan objetiva y verdadera como la primera; y luego afectar a otros y a otras para que lo hagan a su modo en lugar de quedar fascinados por la impotencia, la envidia o el odio. Componer, tramar, ampliar, incluir, de eso se trata (y se cura). Subjetiva y objetivamente; individual y colectivamente; ontológica e históricamente. Hay un proceso riguroso y creativo de constitución de sí, junto a otros. Es la verdadera felicidad de ser en común: alegría espiritual, afecto corporal, inteligencia política. Con respecto a esta última, la inteligencia política, no tendríamos que cuestionarnos si nos falta, sino ¿qué nos separa de ella?
IV. Hay que llegar a pensar muy seriamente -lo cual no excluye el chiste de ocasión- que nos encontramos todxs implicadxs y somos responsables por nuestra trama social compleja, por sus desajustes, errores y aciertos; por los incrementos en nuestras potencias de actuar y la alegría concomitante, como por las disminuciones y tristezas en cualquier nivel o práctica. En definitiva, por la composición o descomposición del conjunto. Hay quienes solo pueden responder a lo más básico, la “nuda vida”, es decir hasta ahí bancan, aparecen, soportan e incluso militan; luego la complejidad de la trama vital y sus hilos deseantes se pueden ir incrementando o multiplicando aunque siempre hay límites, limitaciones y mezquindades, causadas por valoraciones artificiosas que no responden a nuestra naturaleza social. Por eso la virtud es rara (y lxs incondicionales también): aparece cuando lo que se banca y potencia son las distintas modalidades de expresión, exposición y producción. No hay límites en verdad para lo que puede un cuerpo social y su inteligencia material, cuando se anudan convenientemente. Pero hay particularidades y abstracciones vacías por doquier. La verdadera potencia, sin dogmatismos ni identificaciones, responde a la pregunta de máxima: ¿qué eres capaz de composibilitar y tramar junto a otres, sin importar el nivel, el medio o la práctica en cuestión? O, de mínima: ¿qué eres capaz de no entorpecer, bloquear o desestimar de las prácticas de los otres? Entender por dónde pasa la verdadera potencia es clave políticamente, la lógica del amigo-enemigo o la moderación son estrategias secundarias.
V. Nuestra situación política actual es dramática. Si vamos a salir de esta situación en algún momento, y recuperar nuestra soberanía popular: la capacidad de decidir e incidir sobre nuestro destino, vicisitudes, necesidades y deseos, vamos a tener que replantearnos todo de nuevo. Un nuevo pacto social, como dijo Cristina, pero que se trame en cada punto del espacio social, con cada hebra del tejido en descomposición. Desde las necesidades básicas, techo y comida, hasta los modos de trabajar y socializar, la producción de conocimiento y tecnologías, la reflexión sobre la producción del conocimiento y la vida, en fin, la constitución de nosotros mismos en todos los niveles al mismo tiempo. Producir teorías materialistas propias sobre el estado, el sujeto, la ideología, las racionalidades políticas, los métodos, las prácticas de sí, la imaginación. Producir modos de anudarnos en común que nos invistan libidinalmente en relación a nuestra propia potencia de actuar y de pensar. Pensarnos para ser y dejar caer lo que no nos deja ser. Todo eso va a ser clave para salir del Fondo de Miseria Internacional. Que empoderarnos signifique entonces reconocer el pozo en que nos hemos metido y empezar a aumentar de manera material y simultánea nuestra capacidad de afectar y ser afectados, nuestra potencia, atendiendo a todos los modos singulares de existencia que lo hacen posible: técnicos, políticos, subjetivos, espirituales, ideológicos, etc. Sin homogeneizar o estandarizar, sin creer que unos valen más que otros. Sólo de la composición conjunta, bien entrelazada, podremos emerger nuevamente y plantearnos la pregunta por nuestra verdadera independencia.
VI. Asimismo, nuestra situación global y humanitaria es doblemente dramática. Es probable que con toda la tecnología y los recursos disponibles, nos sea más fácil imaginar el acondicionamiento para la vida en otros planetas que la transformación práctica de nosotros mismos. La virtud será rara, como decía Spinoza, pero no imposible; en cambio, el poder habitar otros planetas sin dudas será excluyente. Vivimos en un tiempo donde la palabra y la escritura han perdido su eficacia material simbólica; de allí los efectos de posverdad extendidos planetariamente por todos los medios, con nuestra colaboración desinteresada. No obstante, montadas adecuadamente estas elementales tecnologías –palabra y escritura– aun pueden darnos la clave de la transformación necesaria; el asunto es sumergirlas en el medio material concreto donde cobren vida nuevamente e interpelen a los sujetos a asumir su propia transformación, junto a otres: mediadores, pasadores y maestres. Aprender a dar otro uso a los dispositivos técnicos que nos constituyen, a través de un ethos crítico materialista, resulta más apremiante que nunca. No se trata de reciclar humanismos anacrónicos, ni de postular utopismos futuristas, ¡es aquí y ahora que disponemos los materiales para la transformación necesaria!
Córdoba, 22 de julio de 2019
*Investigador Adjunto (CONICET). Miembro del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-UNC-CONICET)
1 Comment
Pensarnos para ser ….que difícil