¿Tiene sentido analizar la relación entre el tipo de cambio real y la industrialización?
El gobierno debería escuchar mejor a los industriales, entender que sin un proyecto de largo plazo, donde haya algún involucramiento del campo, los trabajadores y el Estado, es imposible lograr una industria próspera, con innovación y estabilidad.
Por Hernán P. Herrera*
(para La Tecl@ Eñe)
En esta nota me planteo explorar muy brevemente las relaciones entre el tipo de cambio real y el crecimiento industrial. Antes de sumergirnos en el análisis de los datos, es fundamental señalar con claridad que existen otras variables de importancia, como el crecimiento de los socios comerciales, la estabilidad y la capacidad instalada, que haya madurado en el tiempo.
Primero que nada, corresponde definir y poner en juego el concepto de tipo de cambio real. El tipo de cambio real es el precio relativo de los bienes entre diferentes países. Es la relación entre el poder de compra de dos monedas, expresado en unidades monetarias. El poder de compra de una divisa es la cantidad de bienes que pueden ser comprados con una unidad de esa divisa.
En el siguiente cuadro (cuadro1), vemos que la moneda local es más competitiva cuanto más alto es el indicador, de este modo, el mejor momento para la competitividad que se observa en las fechas seleccionadas, es el de 2002 con 161,0 (ITCR Multilateral). Este trabajo se puede recortar para algunos países. Aquí conviene hacer una salvedad, ya que surgen dos cuestiones: una vinculada al valor propiamente dicho, y otra al contexto y la dinámica en la que se da ese valor (en 2002 el valor era alto como resultado de un modelo de endeudamiento que hizo crisis a fines de 2001 por el agotamiento del crédito). En este último sentido, en 2002 éramos, quizá muy competitivos, gracias a la devaluación dada por la crisis de la convertibilidad, pero con una escasa capacidad productiva para responder a esta oportunidad. Asimismo, mientras se va mejorando el entramado productivo y mejorando el nivel de exportaciones esta competitividad empieza a perderse en conjunto con una mayor fortaleza de la organización del trabajo que cada vez más exige que se mejoren sus salarios, y tienta al gobierno a atrasar el tipo de cambio para sostener la gobernabilidad.
Cuadro 1:
La historia muestra que la mejora en los salarios de 2015 fue en parte lograda gracias al atraso cambiario desde la macro en vez de una mejora productiva desde la política sectorial. Esto fue un problema, que viabilizó una salida sin ninguna planificación productiva por parte del nuevo gobierno, más preocupado por la inflación y la flexibilización financiera, que por un horizonte productivo sustentable. La inflación, si me permiten la digresión, es un problema de coordinación, vinculado a una relación de fuerzas sociales en pugna que se dirimen en el ámbito de las ganancias y las cantidades adquiridas. Esto último se relaciona con el poder (que tiene relación con los ingresos reales, que se vinculan con el rol del Estado en un país con gran parte de la sociedad propensa a consumir por completo cualquier ingreso extra que obtenga) de cada uno de los actores. Diagnóstico todo este último que no forma parte de la ideología del gobierno.
Pero volvamos a nuestro análisis respecto del tipo de cambio real en el sistema productivo argentino. Cabe destacar que la mejora en el poder de compra de la moneda local no responde a las mismas causas en todos los períodos. En el caso de la pre crisis de 2001 venía mejorando (el poder adquisitivo del peso, pero no así la demanda que caía por el aumento del desempleo) por el creciente endeudamiento que fortalecía el peso gracias al ingreso de divisas, lo cual, fue inestable, efímero y llevó a una crisis de trágicas consecuencias sociales en 2001 y 2002. Entre 2007 y 2011 la pérdida de competitividad fue dada por un gran ingreso de divisas comerciales en función de buenos términos del intercambio, con la soja a U$S 500 (ó más) y una importante mejora en las exportaciones industriales. Entre 2012 y 2015, la apreciación del peso fue sostenida con regulaciones del Estado, y en muchos casos forzada para pisar las tensiones inflacionarias causadas por las diputas distributivas y el aumento de la presión tributaria.
A partir de fines de 2015, y luego de la devaluación inicial del gobierno de Cambiemos, que osciló una devaluación del 40 al 60%, la apreciación vuelve a tener un driver basado en la deuda externa. Deuda que no es utilizada para mejorar la propia capacidad de repago de esa deuda (por ejemplo fortaleciendo alguna estrategia de exportaciones o sustitución de importaciones). El problema de esto es que se abre una ventana muy grande para una mayor volatilidad, ya que no siempre es fácil acceder al crédito, que es uno de los grandes problemas para sostener un proceso productivo creciente.
El gráfico que muestro a continuación (gráfico 1) sería el núcleo de este pequeño artículo: por cuanto en él queda verificado que no se trata sólo de un tipo de cambio alto, sino también de la estabilidad y la maduración de los proyectos de inversión. O sea, que juega el tipo de cambio real alto en conjunto con un horizonte de largo plazo (además de factores exógenos como podría ser el crecimiento de los socios comerciales). En estas series se verifica que el tipo de cambio alto acompañó el crecimiento industrial pero la caída del mismo no generó una caída industrial de la misma proporción sino más bien un amesetamiento de la performance industrial. Esto puede tener que ver con la protección del Estado tanto en la estrategia de administración de importaciones como en la promoción del mercado interno. Cabe destacar que si esta promoción estatal hubiera sido acompañada por un plan industrial que dote de certidumbre a la inversión el rumbo habría sido 100% virtuoso. En este sentido se desperdició una verdadera oportunidad histórica.
Como se puede observar, por otro lado, en el gráfico a continuación (gráfico 2) las exportaciones han acompañado en buena medida los registros de tipo de cambio alto. Pero con un agregado no menor: es importante que haya una cierta maduración de este tipo de cambio en el tiempo, sosteniendo niveles competitivos mientras se mejoran y se perfeccionan las inversiones. Entonces el aumento de exportaciones de manufacturas coincide con un tipo de cambio alto y con un mundo que compra más productos, coordinando ambos elementos de una manera virtuosa. El año 2009 es una buena prueba de que el mundo debe moverse para comprar productos, siendo un elemento por momentos más determinante que el tipo de cambio real (ver gráficos 1 y 2).
Sin embargo, un tipo de cambio real bajo, sostenido en el tiempo, es letal combinado con un mundo que no crece, y ninguna estrategia de promoción industrial. Como se puede ver entre 1997 y 2001 y ¿entre 2016 y 2017?
Gráfico 2:
En segundo lugar, es interesante comparar los datos del cuadro (cuadro 1) de tipo de cambio real, con la performance industrial de nuestro país. A continuación hay dos gráficos de distinta fuente (gráfico 3) que sirven para hacer una lectura sin detenerse en la discusión de las fuentes (ya que en este caso usé dos bases de datos, una de origen estatal y otra privada). Desde 1994 hasta 2001, según EMI INDEC, existe una caída en la producción industrial (entre puntas), cosa que también se refleja en los datos de IPI OJF. En estos últimos además se ve un crecimiento industrial permanente mientras se mantiene el tipo de cambio real (entre 2002 y 2007). Desde 2011 hasta 2015 podemos ver una caída entre puntas que se confirma en ambas fuentes. Finalmente en ambos casos se vislumbra una mejora entre 2016 y 2017, pero por debajo de los niveles de 2015.
Nuevamente la solución es política: coordinar intereses, objetivos, el tipo de cambio sin atraso, siempre buscando estabilidad en el largo plazo, con un plan industrial que haga hincapié en la certidumbre y las exportaciones de valor agregado, con niveles de distribución del ingreso que no hagan intolerable la inflación, con regulación financiera y niveles de deuda que no comprometan la independencia económica ni condicionen la toma de decisiones del Estado.
En el gráfico que sigue abajo, el último (gráfico 4), se puede verificar la importancia de pensar un proyecto que industrialice el país en el largo plazo. La importancia de desarrollar la industria, que es unos de los sectores que más empleo genera, que más derrame tiene en términos de empleos indirectos, y que tiene algunas ramas que requieren cierta calificación. Pero no sólo eso, además es el empleo clave para contener a los sectores populares del conurbano, ya que si bien existen ramas o tareas muy calificadas, también existen ramas o tareas que pueden contener a personas menos preparadas, heterogeneidad que coincide con la sociedad urbana argentina.
Finalmente, volviendo a la pregunta del inicio, ¿tiene sentido analizar la relación entre el tipo de cambio real y la industrialización? La respuesta es que sí, pero no de manera aislada de otras variables. La Argentina está perdiendo la verdadera oportunidad histórica de usar el desendeudamiento inédito que atravesaba en 2015 para endeudarse como camino de estabilidad cambiaria antes que como oxígeno de la fuga de capitales, como está mostrando la gestión de Cambiemos desde 2016 (la formación de activos externos según el BCRA supera los 35.000 millones de dólares desde que asumió Macri). El gobierno debería escuchar mejor a los industriales, entender que sin un proyecto de largo plazo, donde haya algún involucramiento del campo, los trabajadores y el Estado, es imposible lograr una industria próspera, con innovación y estabilidad, elementos fundamentales si se quiere un país desarrollado y gobernable.
Buenos Aires, 14 de marzo de 2018
*Polítólogo. Maestría en sociología económica. CEP, CEPA, EPPA.