Ricardo Aronskind analiza en este artículo cómo la contundente victoria del Frente de Todos en las PASO, desmoronó la capacidad del macrismo para manipular climas sociales y políticos acordes a sus necesidades. Aronskind sostiene que Argentina tiene salida productiva y buen futuro, con un Estado muy activo y con políticas expansivas estables, y que requiere que ésta traumática experiencia que termina en debacle económica-social sea metabolizada por las amplias mayorías, para que no vuelvan a ser seducidas por las interpelaciones mágicas e individualistas, como las que encarnó Cambiemos.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
La impresionante y contundente victoria del 11 de agosto del Frente de Todos eliminó la capacidad de maniobra y confusión tan conocida del macrismo, especialmente para manipular climas sociales y políticos a medida de sus necesidades. Todo hubiera sido distinto con una diferencia menor entre los grandes espacios en disputa, y allí habrían entrado en juego las Smarmatik, los medios dominantes, los trolls en las redes, la prensa internacional asociada al proyecto macrista, y el visto bueno de las embajadas occidentales, para que no se les escapara la presa argentina.
Con una diferencia reducida, quedaba en pie la funcionalidad del relato macrista sobre la defensa de la república, el miedo a “ser Venezuela” o el enojo de los mercados. Esos temores serían útiles para convencer al electorado fluctuante de confirmar con su voto la continuidad del presente proyecto económico social.
Indudablemente un espacio que aprovechó con bastante eficiencia todo tipo de manipulaciones de la opinión pública, corría el riesgo de enredarse a sí mismo con esos juegos de simulación y noticias falsas. En este caso, encuestas falsas. Y eso es lo que se usó tanto para engañar a parte del electorado, como también a diversos intereses empresariales y financieros externos. Al final, el propio personal político que impulsó esas falsificaciones, pareció haberse autoconvencido del buen potencial de Cambiemos en la coyuntura electoral, a pesar del severo deterioro económico por el que están pasando las mayorías.
Si bien es cierto que no se pueden establecer correlaciones estrechas y mecánicas entre bienestar material y adhesión política de la población, en el último año las políticas del gobierno cruzaron un límite. La combinación de tarifazos, devaluaciones y fuerte incremento de precios, mientras se iban quedando atrás los salarios, las jubilaciones y las asignaciones universales por hijo, provocaron una evidente contracción de la demanda, el consumo y la actividad económica en general que se volvió crecientemente intolerable, ya no solo para los damnificados directos, sino para franjas crecientes de sectores medios.
La publicidad encontró sus límites:
De pronto, y con una velocidad que no se esperaba, se está precipitando el derrumbe de un sofisticado régimen de dominación social, en el que participaba buena parte del poder económico concentrado, los grandes medios, partes importantes del Poder Judicial, sectores de la Iglesia y fracciones del sindicalismo, y que es apoyado desde el exterior por corporaciones multinacionales, grandes fondos de inversión y los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea.
Sin embargo, y a pesar de un poder tan concentrado se ha creado una dinámica de desintegración de ese bloque, al menos de su rama interna, que se agrieta cada día consumido por enfrentamientos internos, reproches y traiciones. Comenzó a funcionar la licuadora de poder.
Diversas tendencias se expresan adentro de Cambiemos, desde la idea instintiva de redoblar el ataque furioso anti-k, más el uso de todo tipo de maniobras mediáticas de descalificación o de denuncia falsa, hasta acciones más positivas/protectivas para tratar de recuperar algo de la confianza del ex-votante macrista. En el propio Macri se expresan alternativamente ambas orientaciones, aunque el margen de acciones positivas concretas es muy estrecho, dado el derrumbe fiscal provocado por el mismo gobierno. El mal estado de las finanzas públicas no permite ofrecer alivios serios a la población. Decir “los hemos escuchado” o fingir angustia por las dificultades económicas de la mayoría es la nueva tónica de los funcionarios macristas, con limitado efecto reparador.
Por afuera del macrismo político, está la derecha social permanente, viendo qué actitud tomar frente al nuevo escenario. Una posibilidad es la típica “operación De la Rúa”, que consiste en elegir un chivo emisario, una persona suficientemente conocida y con alta exposición, para centrar en ella toda la bronca y frustración colectiva. Esa operación comunicacional ha servido en 2001 para dejar a buen resguardo al proyecto de base – la profundización del neoliberalismo- y la alianza social que lo sustentó, que queda ocultada detrás del repudio a “los políticos”.
La posibilidad de “pelear” para dar vuelta el resultado ya no la defiende ningún sector lúcido, salvo operadores pagos y fanáticos alucinados. Para el resto del macrismo, la supuesta voluntad de lucha es una operación para ganar tiempo buscando el reacomodo personal y político frente a la nueva realidad que se acerca.
Para los grandes empresarios que entienden que el resultado de las elecciones de octubre ya está establecido a favor de Alberto Fernández, lo que ya se ha iniciado, como vienen haciendo desde que se restauró la democracia, son las maniobras de acercamiento, condicionamiento y si es posible cooptación del gobierno emergente.
Para los que ya ven como ganador a Alberto Fernández se hace imperioso deshacerse del discurso maccartista de éstos años (“los k corruptos y autoritarios y chavistas”) y ponerse a evaluar en serio las características del gobierno que asumirá en los próximo meses.
La acusación de chavismo no es un chiste:
Es muy importante entender que no fue casual, ni gratis, la calificación del kirchnerismo, con sus 12 años de gestión pública comprobable y medible, como una suerte de régimen chavista, peligroso y amenazante.
Por supuesto que confrontada esta imagen con la realidad, se puede verificar la completa distorsión de hechos e intenciones, más allá de los muy buenos lazos de fraternidad que se tuvieron con el gobierno de Hugo Chávez durante los gobiernos de Néstor y Cristina, como con casi toda América Latina.
El gobierno kirchnerista, vale la pena recordarlo, fue un gobierno plenamente inserto en el sistema capitalista mundial, que optó por realizar una serie de intervenciones en la economía, con precios, subsidios, regímenes cambiarios, impuestos, etc., para lograr un determinado perfil productivo y distributivo al país, más cercano a un modelo socialdemócrata que garantiza ciertas seguridades en el acceso a los derechos sociales de las mayorías.
Sin embargo, la persistencia de los factores de poder en la ridícula acusación de chavismo al amplio espacio del Frente de todos parece ser una forma de presión pública sobre la próxima administración, para inhibir sus tendencias más reformistas, o cualquier intento de disciplinar mínimamente al capital concentrado, que ha logrado todo lo que quería en la actual administración.
Luego de las PASO, la historia se acelera:
Lo que ocurrió después de las PASO es asombroso, por su velocidad y por los cambios cualitativos que está produciendo en diversos niveles.
Cuando aún el Frente de Todos no alcanzaba a dimensionar su victoria, el gobierno promovió una fuerte devaluación de la moneda que conmovió la economía y desató una serie de degradaciones del valor de los activos argentinos, el incremento del riesgo país, la pérdida de valor de las acciones de las grandes empresas, un incremento adicional del ya insólito nivel de la tasa de interés y el deterioro de otras variables financieras. El conjunto de estos movimientos sólo podía implicar mayor contracción económica y el empeoramiento del cuadro de la economía real –que ya mostraba números asombrosos de contracción- y de la situación social.
Apenas consciente de la realidad, el gobierno lanzó algunos paliativos para diversos sectores de bajos ingresos.
Todas las medidas que fue tomando el gobierno en los días posteriores, incluidas la postergación de los aumentos tarifarios, la reducción del IVA a los alimentos o cubrir parte de la desmesurada cuota de los créditos UVA, tienen tres elementos en común: 1) todas las disposiciones son transitorias, apenas paliativos momentáneos hasta después de las elecciones o fin de año; 2) no se modifica ninguno de los “derechos adquiridos” por los distintos sectores empresarios que convergen en este gobierno. La tasa de ganancia es sagrada, y no se altera; 3) se sacrifica constantemente el equilibrio de las cuentas públicas, tanto a nivel nacional, como provincial y se deteriora el balance de los bancos públicos. Se profundiza la debilidad del sector público.
En este contexto, el gobierno no fue capaz siquiera de incrementar las retenciones agropecuarias, para reducir el impacto de la devaluación del 12 de agosto sobre los precios internos. Era una medida elemental en una situación de emergencia fiscal y de fuerte aumento de los alimentos, pero no se tomó.
Pero ya estaba en marcha un proceso que el propio gobierno –y la derecha comunicacional- promovieron local e internacionalmente: el miedo a “el populismo”. Si bien no existe voluntad expropiadora ni defolteadora alguna en el equipo económico de Alberto Fernández, los grandes inversores financieros –mal informados por sus pares locales, altamente ideologizados- reaccionaron con fuerte aprensión ante el contundente resultado electoral.
No deja de resultar paradójico que el gobierno responsable de un profundo deterioro económico, que no fue la antesala de ninguna renovación o transformación o modernización productiva, sea quien señale a los partidarios de otro modelo económico como “peligrosos para la economía”.
El derrape continuó bajo la forma de un fuerte incremento de la demanda de los dólares de las reservas del Banco Central y una fuga incrementada de capitales, con un incipiente movimiento de salida de depósitos bancarios. La tensión social comenzó a incrementarse, en tanto el gobierno intentaba enredar a Alberto Fernández en su propio fracaso, exigiéndole “compromiso” con decisiones en las cuales no intervino. La misión del FMI que arribó en ese interín se llevó un muy mal panorama del hundimiento de las metas del acuerdo firmado con el gobierno, y no logró “domesticar” al candidato triunfante de las PASO, en el sentido que éste aceptara una reestructuración de la deuda a cambio de las “reformas estructurales”, que son los negocios que el capitalismo argentino e internacional sueñan hacer con Argentina.
Lo gravedad de la situación financiera, tapó la dramaticidad de la situación económico-social, aunque ya empezaron a aparecer síntomas crecientes de malestar y de movilización ordenada de sectores muy castigados por la carestía de la vida y la falta de trabajo o changas. Todo lo que ocurrió en economía desde el 12 de agosto apunta a degradar más las condiciones de vida del 70% de la población.
Ante el drenaje constante y creciente de dólares el gobierno optó por reprogramar los pagos de Letras del Tesoro que vencían próximamente, para que esos fondos no presionaran sobre las menguadas reservas de divisas. La reprogramación generó alarma adicional, y se incrementó drásticamente la demanda de dólares.
Ocurrió entonces lo inesperado. El gobierno debió implantar un conjunto de restricciones a la venta oficial y a la salida de dólares de la economía, acompañada con una presión regulatoria muy clara para que los exportadores no demoraran su venta de divisas en el mercado local.
La administración macrista, sobre el final de su gestión, desandaba el camino ideológico que llevó a los actuales desequilibrios y se veía obligada a adoptar medidas regulatorias imprescindibles, tan rechazadas por la derecha vernácula.
Más allá de la discusión de si la reestructuración de los plazos de vencimiento de las Letras fue default o no, es claro que se hizo lo mínimo indispensable para patear un problema gravísimo: la acumulación de deuda pública en sus diversas modalidades, en la medida que pueda ser convertida en su totalidad a dólares, no tiene ninguna posibilidad de ser pagada en las actuales condiciones fiscales y de comercio exterior.
También es ociosa la discusión de si las medidas cambiarias restrictivas del domingo 1 de setiembre constituyen un “cepo” o no. Se tuvieron que implantar controles cambiarios porque si continuaba la salida de reservas del Banco Central, en aproximadamente dos semanas se acabarían y allí ya las autoridades no podrían controlar más el precio de la divisa, con consecuencias peligrosísimas en materia de inflación, salarios y desocupación.
Un resultado anunciado en 2015:
Somos muchos los economistas heterodoxos que anticipamos lo que ocurriría, no por genios ni gurúes, sino por conocer la práctica de los sectores dominantes argentinos, desde la dictadura cívico-militar hasta el presente.
El cortoplacismo, la primacía de lo financiero sobre lo productivo, la carencia de un plan de conjunto que comprenda la importancia de los equilibrios macroeconómicos y sociales, son características de un sector tan poderoso como incapaz de asumir una posición responsable a nivel nacional.
Por supuesto que la personalidad de quien ha comandado este período gubernativo no deja de ser relevante: Macri no es economista, es decir, no está entrenado en pensar un conjunto de variables que interactúan y que deben mantener cierto funcionamiento armónico, ni es un político formado en agrupaciones que están acostumbradas a pensar en la legitimidad social y el apoyo de las mayorías para subsistir. Macri es un empresario que resume las peores características de un sector que no es dinámico, que sólo invierte con fuerte apoyo del Estado, que ha logrado en diversas oportunidades socializar sus pérdidas, al cual no le interesan las ciencias y la tecnología ni contar con un estado inteligente, y que adhiere a un credo neoliberal fantasioso y disfuncional que sólo tiene fuerte vigencia en la periferia latinoamericana.
Entramos en una zona de turbulencia extrema, tanto en lo económico como en lo social y lo político. Metidos adentro de ésta cocktelera, es bueno conservar algunas referencias fundamentales: Argentina tiene salida productiva y buen futuro, con un Estado muy activo y con políticas expansivas estables. Al mismo tiempo se requiere que ésta traumática experiencia que termina en debacle económica-social sea metabolizada por las amplias mayorías, para que no vuelvan a ser seducidas por las interpelaciones mágicas e individualistas, como las que encarnó Cambiemos.
La próxima etapa requerirá protagonismo popular, inteligencia política y económica, y mayores capacidades de planificación, porque el contexto internacional no será tan auspicioso como el que le tocó en su momento a Néstor Kirchner. Si el Estado Nacional no recupera su autoridad para encauzar la economía y disciplinar las estructuras monopólicas heredadas, las heridas causadas por el experimento macrista tardarán mucho tiempo en sanarse.
Buenos Aires, 3 de septiembre de 2019
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
3 Comments
Buen análisis.
Hay que recordar, y enseñar a reconocer, a estos que vienen con el chamuyo del neoliberalismo (hoy, quizá mañana esa idea de un mejor futuro tenga otro nombre), porque sino vamos a caer en manos de estos tipos otra vez.
Lucido, preciso, necesario
Excelente nota muy real y fundamentada como lo hace siempre Aronskind. Habrá que encontrar la manera de llegar al gran pueblo argentino salud! rompiendo el cerco mediático que nos ha formateado la cabeza.