Violencias, lenguaje y signo en tiempos de macrismo explícito.
Carlos Carramello afirma en esta nota que el macrismo, a pesar de su contundente derrota en las elecciones de octubre pasado, continúa desplegando un lenguaje de provocación y violencia extrema ligado a su propia construcción de poder.
Por Carlos Caramello*
(para La Tecl@ Eñe)
“Cuando uno atribuye todos los errores
a los otros y se cree irreprochable
está preparándose para la violencia”
Tzvetan Todorov
Como un augur ciego, Anthony Burgess nos legó, en los divinos ´60s, una obra excepcional que operaba tanto de novela de ciencia ficción como de testamento del futuro: La Naranja Mecánica. La obra era una denuncia de lo que vendría; tanto que hoy, medio siglo más tarde (y luego de cuatro años de macrismo) readquiere una vigencia extrema tanto en términos de la violencia que expresa como de la construcción de esa violencia que, a los ojos prospectivos de Burgess, está íntimamente ligada al lenguaje.
Para quien no ha leído el texto ni visto la película (magistralmente dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por un Malcolm McDowell para la ovación), una breve sinopsis publicada por el periódico español La Vanguardia: “Gran Bretaña, en un futuro indeterminado. Alex es un joven muy agresivo que tiene dos pasiones: la violencia desaforada y Beethoven. Es el jefe de la banda de los drugos[i], que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Alex es detenido y, en prisión, se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de reeducación que pretende anular drásticamente cualquier atisbo de conducta antisocial”. Una especie de pintura de algunos de los casos que hoy resuenan en las pantallas de la TV, como el de los rugbiers asesinos, las violaciones en manada o algunos de los más de 30 femicidios en lo que va del año.
El autor define así a su personaje: “Alex tiene los principales atributos humanos; amor a la agresión, amor al lenguaje y amor a la belleza. Pero es joven y no ha entendido aún la verdadera importancia de la libertad, la que disfruta de un modo tan violento. En cierto sentido vive en el Edén, y sólo cuando cae (…) parece capaz de llegar a transformarse en un verdadero ser humano«. La descripción parecería poder aplicarse en todos y cada uno de los casos a los que refiero. Pero: ¿Qué tiene que ver el lenguaje? Y, sobre todo, ¿Cuál es el contexto? Allá vamos.
Niños Mal de Casas Bien
Una de las particularidades de este best seller es que crea un idioma propio para su narración. Tan propio que hubo que agregarle un glosario al final del libro para que el gran público lo comprase.
Algo parecido ocurrió a principios del siglo XXI cuando un ecuatoriano con fama de carecer de toda ética asumió la conducción comunicacional de una nueva fuerza política que hacía fuerza por instalarse entre el bi-partidismo que históricamente había competido en nuestro país.
Aquella fuerza era el PRO, el amarillo era su color-señalética y la comandaba Mauricio Macri. Aunque, bien mirados, eran varios los niños mal de casas bien que engrosaban esa especie de turba entre futbolera, concheta y empresaria a la que le gustaba hablar como si tuviesen una papa en la boca y usar trajes caros sin corbata. Niños mal de casas bien: la periodista Begoña Aranguren titula así su libro sobre la tempestuosa relación que tuvo con José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, marqués de Castellbell, acaso el último bon vivant de la España post franquista. Pero la construcción lingüística viene como anillo al dedo para describir a estos verdaderos productores de una violencia simbólica de época que vino a instalarse, primero en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y luego en las capitales de varias provincias argentinas. El consultor ecuatoriano había diagnosticado “hay que crear un nuevo lenguaje para la política porque todos los que hasta ahora existen ya los utilizó el peronismo”. Y entonces, la intimidación, la amenaza, el apriete: la utilización del poder (económico, mediático y político) hasta las últimas consecuencias. Un lenguaje que siempre resultó caro a la derecha vernácula porque, a decir verdad, se tratada de niños mal… de casas peor: herederos de genocidios diversos, cuatrereo, contrabando, latrocinios en todas sus versiones y, por que no, de íntimas oscuridades en donde el crimen y el suicidio no fueron una excepción.
Como los drugos de La Naranja Mecánica, Macri y sus amigos llegaron enarbolando nuevas palabras que, en realidad, construyeron con viejos símbolos de la derecha. A la represión la llamaron orden; a la estafa la nombraron meritocracia; a la sinrazón le dijeron sentido común. Pero, además, tramaron el récord de deuda externa y fuga de capitales bajo la excusa de la pesada herencia; vaciaron el Estado y desarticularon la carrera gubernamental aduciendo grasa militante y denominaron acto de heroísmo a más de un crimen por la espalda. De allí en más, TODO: asesinos homenajeados por el Presidente y su Ministra de Seguridad como si se tratase de héroes; jueces prevaricando como si la libertad y la dignidad de las personas no significasen nada; policías reprimiendo salvajemente a jubilados y personas en situación de calle; periodistas y espías armando causas para inculpar o extorsionar (o ambas cosas) a inocentes; diputadas y funcionarios públicos utilizando información reservada para enriquecerse… Todo un rosario de corruptelas varias vividas y ejercidas sin el menor atisbo de culpa ni arrepentimiento.
Construcción de Sentido y otras Lacras
La violencia es, sin duda, un dato de época a nivel mundial. Y ninguna policía ni fuerza de seguridad o armada, ni estructura paramilitar ni similares está libre de ser parte de ese dato. Basta ver las manifestaciones de los Chalecos Amarillos en Paris, los jóvenes chilenos en Santiago o el asalto de activistas al Parlamento de Hong Kong para comprender que se trata de un fenómeno global. Pero, en nuestro país, su génesis y su proyección adquieren formas más sofisticadas, ligadas a una construcción de sentido en el que la violencia adquiere registro cultural.
Así, los rugbiers asesinos de Villa Gesell admiten que “la vida nos jugó una mala pasada” en una muestra de absoluta falta de arrepentimiento. Igual la Gendarmería que decide despedir a la Ministra de Seguridad saliente regalándole un sable con la inscripción “No voy a tirar ningún gendarme por la ventana”, frase pronunciada por Patricia Bullrich luego de la desaparición de Santiago Maldonado en un operativo de esa fuerza, con la que la funcionaria parece prometerles impunidad eterna. Y otro tanto la vicepresidenta Gabriela Michetti, justificando el crimen del joven mapuche Rafael Nahuel con la excusa de que tenía “armas de todo tipo”, cuando en realidad fue muerto por la espalda mientras escapaba de la persecución de Prefectura.
Licurgo solía decir que el pueblo “no obedece las leyes si los magistrados no dan ejemplo de obediencia” pero, en la construcción de sentido amarillo, un fiscal federal pudo estar nueve meses en rebeldía sin presentarse a declarar en una causa por extorsión. Con esos ejemplos… estos resultados.
El film La Naranja Mecánica finaliza cuando Alex es sometido a un tratamiento que debía convertirlo en un personaje inofensivo y útil para la sociedad, pero ese tratamiento falla y el Ministro del Interior, temeroso de que ese fracaso afecte al gobierno en las elecciones que se avecinan, termina negociando con el Alex violento, mostrando así que el afán de poder está por sobre la calidad humana.
Algo de eso hay, también en La Amarilla Mecánica, que a pesar de su contundente derrota en las elecciones de octubre pasado, continúa desplegando un lenguaje de provocación y violencia extrema seguramente ligado a su propia construcción de poder… el tiempo dirá si hay redención o Burgess y su libro no son otra cosa que un recuerdo del futuro de la sociedad argentina.
Eso sí: no tenemos mucho tiempo.
Referencias:
[i] Drugos significa “amigos” en el lenguaje de los protagonistas de La Naranja Mecánica. El glosario de este libro puede consultarse en https://es.wikipedia.org/wiki/Nadsat
Buenos Aires, 13 de febrero de 2020
*Licenciado en Letras, escritor y autor junto a Aníbal Fernández de los libros “Zonceras argentinas al sol” y “Zonceras argentinas y otras yerbas”, y “Los profetas del odio”. Su último libro editado es “Zonceras del Cambio, o delicias del medio pelo argentino”.