A raíz de la nota “Malas ideas” de Raúl Dellatorre en Página/12, el filósofo Roque Farrán sostiene se puede recurrir a los números contundentes del CEPA para refutar falsas creencias, pero eso no explica la persistencia de la ideología empresaria que les juega muchas veces contra sus propios intereses.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
El muy sabio Spinoza aconsejaba: “No burlarse, no lamentarse, no detestar, sino comprender”. Aunque sea muy difícil no hacerlo, a veces, es el único modo de pensar adecuadamente las causas de lo que acontece. En una nota de tapa del diario Página 12, titulada “Malas ideas”, Raúl Dellatorre https://www.pagina12.com.ar/489285-ganancias-de-grandes-empresas-con-quejas-y-reclamos, comenta un estudio económico del CEPA donde se expone claramente que los empresarios, contrario a lo que suelen creer, han ganado más durante los gobiernos populares que con los gobiernos neoliberales de derecha. El problema es que, si calificamos a la idea como “mala”, entonces realizamos una imputación moral sobre dicha creencia, lo cual resulta difícil de zanjar porque nos deja en el terreno de los buenos vs. los malos. Si entendemos en cambio que se trata de una idea inadecuada, en términos spinozianos, estamos más preparados para actuar en consecuencia.
Una idea inadecuada surge de la afección de los cuerpos (“el clima de negocios está afectado”, “temor a invertir”, etc.) como una pasión que desconoce su causa, entonces la idea se presenta mutilada, confusa, aprendida como impresión masiva o cosa dicha al pasar. Resulta claro que la cultura empresaria está atravesada por numerosos prejuicios y manipulaciones de la información, muchas veces reforzada por expertos con intereses espurios, que no redunda en el conocimiento adecuado de las causas, quizá por falta de tiempo y formación de los mismos empresarios.
Se puede recurrir a los números contundentes del CEPA para refutar falsas creencias, pero eso no explica la persistencia de la ideología empresaria que les juega muchas veces contra sus propios intereses (en el largo plazo un país destruido en su capacidad productiva y con ciudadanos imposibilitados de consumir resulta inviable). La ideología es irreductible. El conocimiento sesgado no permite arribar a las nociones comunes que hacen al conjunto de la sociedad con su complejidad de niveles, áreas, sectores y prácticas diversas. No hay información o explicación, por más fundamentadas que estén, que pueda paliar la falta de formación y pensamiento material.
Resulta curioso que incluso entre algunos periodistas (Fontevecchia, Fantino, etc.) haya intentos limitados de incorporar pensamiento filosófico para pensar la coyuntura y sus complejidades. Por eso tendrían que abrirse espacios de formación no solamente académicos para pensar en términos de nociones comunes, de causas singulares, de implicación material, cómo nos afecta el ser parte de un conjunto complejo y múltiplemente variado. La historia económica y política ayudan, pero sin dudas lo indispensable es afinar el instrumento mismo de comprensión y generación de ideas adecuadas: la potencia del pensamiento que va de las nociones comunes a las singularidades.
Cada empresario conoce más que nadie cómo funciona su empresa, cuáles son las materias específicas, los modos y técnicas de producción, las relaciones sociales en que se inserta el trabajo mancomunado y el producto que resulta de ello; pero ese conocimiento singular se diluye rápidamente al entrar en consideraciones de conjunto que lo exceden y en consideraciones abstractas que lo mutilan. Lo mismo puede decirse de cada gremio y profesión, cuando en lugar de elaborar su causa adecuadamente y hacerse responsables de lo que les afecta, comienzan a proyectar en otros el malestar imperante. Una formación materialista de los ciudadanos que anude las dimensiones éticas, epistémicas y políticas, resulta absolutamente indispensable en un momento de peligrosa disolución social.
Córdoba, 13 de octubre de 2022.
*Filósofo.