Raúl Zaffaroni realiza en esta nota un recorrido sobre las preocupaciones en torno a un mundo dominado por el poder financiero internacional que Francisco dejó plasmadas en sus encíclicas. La confrontación entre la guerra y la paz, el odio y el amor, la intolerancia y la tolerancia, la convivencia o el conflicto, no es nueva y, admitiendo que ahora se la denomine “guerra cultural”, no cabe duda acerca de que Francisco ha sido el mayor líder de la “resistencia cultural” y su ejemplo, sus hechos y sus ideas seguirán siendo bandera de esta pulseada.
Por E. Raúl Zaffaroni*
(para La Tecl@ Eñe)
1. El ser humano. Francisco -nuestro Bergoglio para los argentinos- fue una persona de extraordinaria dimensión humana que supo volar muy alto y, con admirables tonos y gestos informales, eliminar muchos prejuicios y luchar por un mundo más humano, denunciando a los poderosos con la mirada puesta en sus víctimas. Su verbo se extendía por la superficie del planeta y su letra escrita llamó –entre otras cosas- a cumplir el más elemental de nuestros deberes: cuidar la única casa cósmica de que disponemos.
Sin embargo, esta persona espiritualmente gigantesca, viajaba en el “subte” y en los colectivos de Buenos Aires y, cuando llegó a ser Papa, no quiso ocupar los aposentos que le correspondían en el Vaticano, porque se hubiese deprimido en la soledad de esos espacios enormes. Suena extraño decir esto último, porque no se nos ocurre imaginar la soledad de un Papa, sobre lo cual, sin embargo, habría mucho que añadir y reflexionar.
Francisco fue el primer Papa del Sur, algo impensado hasta hace pocas décadas, que se expresaba con la naturalidad y hasta cierto desenfado, propios de quienes sabemos que somos los marginados –o colonizados- del planeta. Su trato cordial, afable, de fácil sonrisa y muy buen humor, no le impedía eliminar de su prosa las formas edulcoradas cuando debía referirse a la cruel realidad del mundo y señalar a sus responsables. Así, sin reserva pudo escribir: “Guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantos abusos contra la dignidad humana, son juzgados de modo diferente según que convengan o no a determinados intereses, esencialmente económicos. Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso, cesa de serlo cuando no es de su interés. Tales situaciones de violencia se van multiplicando dolorosamente en el mundo, hasta asumir las características de lo que podría llamarse una tercera guerra mundial a pedazos”[1].
2. La crueldad del poder. El capítulo primero de la Laudato si’[2], referido a “Lo que le está pasando a nuestra casa”, está escrito con esa pluma sin demasiadas vueltas, cuando se trata de señalarle al poder lo que está cometiendo: produce “descartables de la sociedad”, debilita la solidaridad al reemplazar la comunicación humana por máquinas y pantallas, mediante la alianza de la tecnología y la economía excluye todo lo que no responde a sus intereses inmediatos, etc.
No puedo evitar caer en la tentación de transcribir el genial párrafo 56º, cuando después de pasar revista a varias de estas atrocidades, expresa en el más puro estilo “bergogliano”: “Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas”. Con claridad aseguraba que no hay dos crisis, una ambiental y otra social, sino una única crisis socio-ambiental.
Francisco siempre fue profundamente crítico del poder arbitrario y, en especial, del hoy dominante poder financiero: “Hay regiones –escribe- que ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas” (61º).
3. El líder de la resistencia en la “batalla cultural”. Toda su prédica se centró en la defensa de la dignidad humana, del respeto a la persona, con plena consciencia de que quienes sufren en mayor medida las crueldades del poder son los más débiles y vulnerables: pobres, “descartables”, migrantes, refugiados, hambrientos, poblaciones civiles en las guerras, pueblos originarios y un largo etcétera.
Estas pocas líneas quizá están escritas con la torpeza debida al efecto emocional de su reciente partida, pero se nos ocurre inevitable una reflexión, en especial en el actual momento en que tanto se habla de “guerra” o “batalla” cultural. Si por tal se entiende la difusión y el embate de discursos y mensajes mediáticos lesivos de la dignidad del ser humano, no creemos que se trate de un fenómeno actual ni mucho menos, puesto que, visto en perspectiva temporal, viene de muy lejos la confrontación histórica entre quienes luchan a partir de la premisa de que todos los seres humanos somos humanos, y quienes quieren señalar como no totalmente humanos a quienes esclavizan, explotan y matan cuando les molestan.
Por otra parte, no es cuestión de exagerar lo “cultural” hasta subestimar la dimensión económica del fenómeno, puesto que si bien ésta no es única, es de importancia fundamental: cuando Francisco afirma que “esto no se sostiene” nos llama la atención sobre un mundo de incesante concentración de la riqueza, en el cual sigue vigente el colonialismo en versión financiera, que hace de la orgullosa cuna mediterránea de la civilización occidental un cementerio, levanta muros en México, se agolpan refugiados en Panamá, se expulsan masivamente migrantes de Estados Unidos, hay guerras solo explicables por los beneficios de la industria armamentista, se inventan procesos contra dirigentes populares, se allanan embajadas, se secuestran asilados, se legisla por decretos, se derrumban magistraturas y podríamos continuar.
La confrontación entre la guerra y la paz, el odio y el amor, la intolerancia y la tolerancia, la convivencia o el conflicto, no es nueva y, admitiendo que ahora se la denomine “guerra cultural”, no puede caber la menor duda acerca de que Francisco ha sido el mayor líder de la “resistencia cultural” y su ejemplo, sus hechos y sus ideas seguirán siendo bandera de esta pulseada.
4. Francisco y el poder punitivo. La doctrina franciscana dará mucho que hablar y que analizar. Aquí solo nos tomamos la libertad de señalar, con la máxima brevedad que impone el espacio, las líneas más generales de una de sus múltiples implicancias, que es la del poder punitivo. En esto Francisco no se limitó a visitar cárceles, a fungir de pastor formal, sino que se jugó por una verdadera línea de política criminal, tan cristiana como racional, abiertamente enfrentada con el punitivismo populachero que cunde por nuestra América y por el mundo, con su interminable cantinela de instigación a la venganza letal.
Si bien su gestión dio inicio a una transformación importante de la Iglesia Católica, su decidida posición en materia penal no se apartó del interés que también había ocupado a otros predecesores, aunque en diferentes contextos mundiales e ideológicos. Cuando todavía mantenía vigencia la visión reduccionista –y en el fondo racista y policial- del derecho penal de “peligrosidad”, también la Iglesia supo alertar y reivindicar el derecho penal de culpabilidad[3], es decir, de un derecho penal que consideraba al ser humano como una “cosa peligrosa” a otro que lo considera como un ente con conciencia moral.
En un contexto muy diferente –como es el actual- Francisco se posicionó contra el punitivismo vindicativo, propio del actual momento de regresión del respeto a la dignidad humana, en que el aparato de poder financiero transnacional, valido de oligopolios de comunicación y de políticos inescrupulosos ávidos de poder o atemorizados por el riesgo de perderlo, propugna una extensión del poder punitivo que se haga cargo de la eliminación de los “descartables”.
Son varios los documentos en que hizo referencia a este tema[4], que deberán ser analizados con mucho mayor detenimiento, aunque los sintetizó el propio Francisco en el último de la citados, de noviembre de 2019. Dada la muy elaborada síntesis que hay en este texto y el propósito divulgador de estas líneas, creemos que lo mejor es seguirlo y comentarlo.
5. El reclamo al derecho penal. En este “discurso”, pese a que Francisco reconoce cierto grado de apertura epistemológica del derecho penal –quizá por gentileza- afirma que “el derecho penal no ha conseguido protegerse de las amenazas que, en nuestra época, pesan sobre las democracias y la plena vigencia del Estado de derecho” y, por otra parte, señala que “a menudo pasa por alto los datos de la realidad y, de este modo, adopta la forma de un saber meramente especulativo”, lo que a la vista de los desarrollos neokantianos y neohegelianos es incuestionable.
A renglón seguido no titubea en referirse en general a la “idolatría del mercado”, es decir, a describir el contexto del poder financiero, lo que obviamente, carecería de sentido para cualquier versión meramente especulativa del derecho penal, que se apresuraría a estigmatizarlo como “criminólogo crítico”. “Hoy en día, algunos sectores económicos ejercen más poder que los propios Estados: una realidad que se hace todavía más evidente en tiempos de globalización del capital especulativo. El principio de maximización del beneficio, aislado de cualquier otra consideración, conduce a un modelo de exclusión pernicioso para quienes sufren sus costos sociales y económicos en el presente, al tiempo que condena a las generaciones futuras a pagar sus costos ambientales”.
De inmediato le “pasa factura” a los juristas: “Lo primero que los juristas deberían preguntarse hoy es qué pueden hacer con el propio saber para contrarrestar este fenómeno, que pone en peligro las instituciones democráticas y el desarrollo mismo de la humanidad” y, en especial, a los penalistas: “el reto actual para todo penalista es contener la irracionalidad punitiva, que se manifiesta, entre otras cosas, en el encarcelamiento masivo, el hacinamiento y la tortura en las cárceles, arbitrariedad y abusos por parte de las fuerzas de seguridad, la ampliación del alcance de la pena, la criminalización de la protesta social, el abuso de la prisión preventiva y el repudio de las garantías penales y procesales más básicas”.
Seguidamente, vuelve a reclamar realismo en detrimento del puro normativismo: “Uno de los mayores desafíos actuales de la ciencia penal es la superación de la visión idealista que asimila el deber ser a la realidad”, lo que parece tener como destinatario al neohegelianismo penal: “La imposición de una sanción no puede justificarse moralmente por la supuesta capacidad de fortalecer la confianza en el sistema normativo y en la expectativa de que cada individuo asuma un papel en la sociedad y se comporte de acuerdo con lo que se espera de él”. Pone de manifiesto la función encubridora de este idealismo: “El derecho penal, también en sus corrientes normativas, no puede prescindir de datos elementales de la realidad, como los que manifiesta la operatividad concreta de la función sancionadora. Toda reducción de esta realidad, lejos de ser una virtud técnica, contribuye a ocultar los rasgos más autoritarios del ejercicio del poder”.
6. Delitos económicos. “Una de las omisiones frecuentes del derecho penal, consecuencia de la selectividad sancionadora, es la escasa o nula atención que reciben los delitos de los más poderosos, en particular la macro-delincuencia de las empresas”. “El capital financiero mundial está en el origen de graves delitos no sólo contra la propiedad, sino también contra las personas y el medio ambiente. Se trata de delincuencia organizada responsable, entre otras cosas, del sobreendeudamiento de los Estados y del saqueo de los recursos naturales de nuestro planeta”. Ejemplifica con el caso de los llamados “fondos buitres” y los califica de “crímenes de lesa humanidad, cuando conducen al hambre, a la miseria, a la migración forzada y a la muerte por enfermedades evitables, al desastre ambiental y al etnocidio de los pueblos indígenas”.
7. Medio ambiente. Si bien reclama la punición de las conductas empresariales consideradas como “ecocidio”, es decir, “la contaminación masiva del aire, de los recursos de la tierra y del agua, la destrucción a gran escala de flora y fauna, y cualquier acción capaz de producir un desastre ecológico o destruir un ecosistema”, y considera que “se trata de una quinta categoría de crímenes contra la paz, que debería ser reconocida como tal por la comunidad internacional”, es consciente de que “la respuesta penal se produce cuando se ha cometido el delito, que no repara el daño ni evita la repetición y que rara vez tiene efectos disuasorios. También es cierto que, debido a su selectividad estructural, la función sancionadora suele recaer en los sectores más vulnerables. Tampoco ignoro que existe una corriente punitivista que pretende resolver los más variados problemas sociales a través del sistema penal”. Con estas palabras Francisco se aleja de quienes rozan el dogma mediante la pretendida omnipotencia del poder punitivo y, además, lo que no es poco, por cierto, advierte acerca de la selectividad criminalizante, que es ignorada por muy inteligentes juristas.
7. Problemas que se agravaron. En los años que mediaron entre esta alocución y la anterior, Francisco observa que algunos problemas, lejos de solucionarse, se han agravado. El primero que le llama la atención es el “uso arbitrario de la prisión preventiva”. Señala con respecto de esta forma de pena anticipada: “la situación ha empeorado en varios países y regiones, donde el número de presos no condenados ya supera con creces el 50% de la población carcelaria. Este fenómeno contribuye al deterioro de las condiciones de detención y es la causa del uso ilícito de las fuerzas policiales y militares para estos fines. La prisión preventiva, cuando se impone sin que se apuren las circunstancias excepcionales o por un período de tiempo excesivo, socava el principio de que todo acusado debe ser tratado como inocente hasta que una sentencia definitiva establezca su culpabilidad”. Esa bastante claro que esta referencia está particularmente dirigida a los países de nuestra América, donde precisamente, la mayoría de nuestros presos no están condenados.
Aunque no queda bien caracterizado en el texto, lo que seguidamente preocupa a Francisco son una serie de reformas legislativas que pretenden que toda lesión o muerte inferida por la policía esté cubierta por una presunción de cumplimiento de un deber jurídico. En esta materia era claro que conocía los datos aterradores de algunos países de nuestra región. Para muestra basta pensar que, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el índice general de homicidios oscila alrededor de 3,50 por 100.000 habitantes por año y, si restamos los barrios precarios (unos 170.000 habitantes) el índice baja a 2,20, en tanto que en Río de Janeiro alcanzan 11 por 100.000 habitantes por año únicamente las muertes producidas por balas policiales[5]. Concluía esta denuncia con un reclamo a la comunidad jurídica, exigiéndole que “defienda los criterios tradicionales para evitar que la demagogia punitiva degenere en incentivos para la violencia o en un uso desproporcionado de la fuerza. Son conductas inaceptables en un Estado de Derecho y, en general, acompañan a los prejuicios racistas y al desprecio de los grupos sociales de marginación”. Se trata de un párrafo contundente contra quienes prefieren refugiarse en el derecho penal idealista y el confort burocrático judicial.
8. La cultura del descarte y la del odio. Francisco estaba muy preocupado por cierta reaparición de discursos propios del nazismo, al punto que en esos años recomendaba la lectura de “Síndrome 1933” de Siegmund Ginzberg, en que hallaba una identidad discursiva a condición de cambiar “judíos” por “extracomunitarios”. Por eso, en esta alocución dice: “Os confieso que cuando escucho algún discurso, a algún responsable del orden o del gobierno, me vienen a la mente los discursos de Hitler en el 34 y en el 36. Hoy, son acciones propias del nazismo que, con su persecución contra los judíos, los gitanos, las personas de orientación homosexual, representa el modelo negativo por excelencia de la cultura del descarte y del odio. Así se hacía en aquella época y hoy renacen estas cosas. Es necesario prestar atención, tanto en el ámbito civil como en el eclesial, para evitar cualquier posible compromiso ―que se supone involuntario― con estas degeneraciones”.
9. El lawfare. Francisco sorprendió a los jueces en 2019[6] cuando con total contundencia afirmó lo que ratifica en esta alocución: “Periódicamente se verifica que se recurra a acusaciones falsas contra líderes políticos, concertadas con los medios de comunicación, los opositores y los órganos judiciales colonizados. De esta manera, con los instrumentos propios del lawfare, se instrumentaliza la lucha, siempre necesaria, contra la corrupción con el fin de combatir a los gobiernos no deseados, reducir los derechos sociales y promover un sentimiento de antipolítica del que se benefician aquellos que aspiran a ejercer un poder autoritario”. Nos consta que estaba perfectamente informado acerca de los casos de Lula, Correa, Castillo, Cristina, Glas, Boudou, Milagro Sala, etc., lo que, con cierta ironía le hace escribir el párrafo siguiente: “Y al mismo tiempo, es curioso que el recurso a los paraísos fiscales, que sirven para ocultar todo tipo de delitos, no se perciba como una cuestión de corrupción y delincuencia organizada. Del mismo modo, los fenómenos masivos de apropiación de fondos públicos pasan desapercibidos o se minimizan como si fueran meros conflictos de intereses”. Quizá el máximo de ironía respecto de los penalistas sean las palabras con que cierra el párrafo: “Invito a todos a reflexionar al respecto”.
10. Justicia restaurativa. Sorprende que el Papa –no quizá cuando el Papa es Francisco- que concluya afirmando que “tenemos que ir ciertamente hacia una justicia penal restaurativa. En todo delito hay una parte lesa y dos vínculos dañados: el del responsable del hecho con su víctima y con la sociedad. He señalado que existe una asimetría entre el castigo y el delito y que la ejecución de un mal no justifica la imposición de otro mal como respuesta. Se trata de hacer justicia a la víctima, no de ajusticiar al agresor”. Como es obvio, con semejante aspiración a un giro restaurativo, no podía menos que condenar la pena de muerte y a la pena perpetua, cerrando incluso el último resquicio de posibilidad que había dejado abierto alguno de sus predecesores.
La alocución concluye con unas líneas que parecen evocar algo así como el “¡Sed realistas, pedid lo imposible!”: “Nuestras sociedades están llamadas a avanzar hacia un modelo de justicia basado en el diálogo, en el encuentro, para que, en la medida de lo posible, se restablezcan los vínculos dañados por el delito y se reparen los daños causados. No creo que sea una utopía, pero ciertamente es un gran reto. Un reto al que todos debemos enfrentarnos si queremos abordar los problemas de nuestra convivencia civil de una manera racional, pacífica y democrática”.
11. Modelos de justicia. Este último párrafo implica un desafío, aunque todo lo anterior también lo es. Nos está señalando nuestros más graves pecados: quedarnos con un derecho penal especulativo; no incorporar datos de la realidad; ignorar la operatividad propia del poder punitivo; no agotar nuestro esfuerzo por la contención de la irracionalidad punitiva; dejar que se repartan prisiones preventivas con total arbitrariedad; admitir reformas que faciliten las ejecuciones sin proceso; normalizar casos claros de “lawfare”; garantizar la impunidad de delitos económicos en gran escala; omitir la punción de los ecocidios, considerados crímenes contra la paz; etc. En síntesis, nos señala que con frecuencia nos escondemos detrás de un saber falso o parcial para garantizar la impunidad de los excesos del poder financiero, que impulsa el punitivismo populachero para neutralizar el riesgo de la creciente acumulación de descartables.
¿Por qué se le ocurre a Francisco mostrarnos nuestros pecados? ¿Con qué objeto nos saca de nuestra larga siesta idealista o normativista? ¿Para qué quiere que pensemos en un modelo de justicia que funcione mejor, si en este estamos cómodos? ¿No se da cuenta de que si hacemos lo que pretende nos van a linchar los medios de comunicación y los deformadores de opinión? ¡Es incuestionable que Francisco fue una persona molesta! ¡Ni a los juristas dejó en paz! Bien merecida tiene la condición de líder de la resistencia en la “batalla cultural”.
Referencias:
[1] Cfr. Tutti insieme ce la faremo, Roma, 2021, p. 101.
[2] Carta Encíclica Laudato si’ del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común, Conferencia Episcopal Argentina, 2015.
[3] Discurso de su Santidad Pío XII a los participantes del VI Congreso Internacional de Derecho Penal, sábado 3 de octubre de 1953.
[4] V. entre otros: Discurso a una delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal, 23 de octubre de 2014; Discurso a una delegación de la Comisión Internacional contra la pena de muerte, 17 de diciembre de 2018; Carta a los participantes del XIX Congreso Internacional de la Asociación Internacional de Derecho Penal y al III Congreso de la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología, 30 de mayo de 2014; Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Derecho Penal, 15 de noviembre de 2019.
[5] Cfr. João Guilherme Leal Loorda, Mandato policial e o uso letal da força: o sistema penal subterrâneo como produção material da raça, em Vera Malaguti Batista (orga.), “Sem polícia”, São Paulo, 2024, p. 61.
[6] Discurso a la Cumbre de los jueces panamericanos sobre derechos sociales y la doctrina franciscana, junio de 2019.
Buenos Aires, 24 de abril de 2025.
*Profesor Emérito de la UBA. Ex miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.