La etapa fascista que atravesamos se corresponde con un momento histórico reaccionario. Éste sobreviene luego de un momento emancipatorio, que tuvo una doble expresividad: nacional y latinoamericana.
Por Rocco Carbone*
(para La Tecl@ Eñe)
Fascismo
La palabra fascismo nombra un poder y un movimiento complejos. Lo primero a evitar son, entonces, las simplificaciones. En ella confluyen -históricamente y en el presente también- diversas corrientes. Como todo fenómeno histórico-político está condicionada por varios factores. Algunos son decisivos; otros, principales y unos cuantos, concomitantes. El fascismo puede ser entendido como un frenesí de violencia al por menor -dirigida contra todxs lxs que no están contenidxs dentro de su campo de fuerzas-, neurosis del sentido común amplificada por una máquina totalizadora de la vida (el celular) y respuesta (preventiva) del capital en crisis ante la emancipación popular. En un encuentro sobre lo siniestro que organizó Zona de Frontera en la Casa de las Madres (ex Esma), Victoria Montenegro lo definió como “goce de producir daño al otro”.
El fascismo implica la defensa de ese orden social consolidado a través de la expansión de la economía capitalista. En el caso del fascismo arqueológico se trata de la defensa de la economía capitalista correspondiente a la primera revolución industrial. En el que nos es contemporáneo, la de de la economía capitalista de plataforma o financiera. Como categoría arqueológica, el fascismo es la antítesis de la revolución (del comunismo, si se quiere). Como categoría contemporánea, es la antítesis de la emancipación: su reacción. En clave nacional, la emancipación está encarnada en el kirchnerismo/peronismo y, en clave internacional, en ese puñado de países que plantean un nuevo régimen de acumulación y legitimación sustitutivo de la globalización neoliberal. El presidente Milei nombra esto como “colectivismo”, “socialismo” o “zurdos…”, con distintas refracciones en nuestra América. Podemos identificarlas en las embestidas del propio Milei contra los presidentes Lula, Maduro, Petro, López Obrador, que son sus focos de disputa continentales, o contra Pedro Sánchez, un actor de disputa internacional luego del evento del “fascismo global” -así lo calificaron los movimientos feministas españoles- que se llevó a cabo hace un puñado de semanas en Madrid. En Ensayos sobre el Fascismo (Universidad Nacional de Quilmes, 2008), un socialista liberal como Norberto Bobbio identificó oportunamente la vertiente antiemancipatoria del fascismo arqueológico: “dondequiera que el fascismo se presente en escena, se presenta como anticomunismo, como la única oposición posible contra el comunismo” (p. 77). La palabra comunismo en nuestra América puede ser y me parece que debe ser traducida como emancipación.
Tres lecturas
En la Argentina se están desplegando tres lecturas del fascismo que nos es contemporáneo. La primera corre por cuenta del poder inherente a la fuerza de gobierno. Esa lectura rechaza la palabra en tanto autodefinición. Esta negación no se debe ni a incomprensión histórica ni a falta de clarividencia. Responde a razones obvias: luego de Auschwitz, ¿quién querría reivindicarse abiertamente como fascista? En esta lectura, el fascismo se presenta a sí mismo recubierto de la bella palabra libertad, degradada. Se muestra como una organización política que viene a resolver “trastornos” tradicionales y supuestamente endémicos, que empalma con una especie de morbo suscitado por el “socialismo” inherente a la política nacional. En esta lectura el poder de gobierno se presenta como una “revolución”, si bien no es más que una burda imitación de los años previos, de emancipación. Toda revolución remite a la sustitución de la clase dominante. Si nos atenemos a esta consideración mínima, se dimensiona el nivel de cinismo del poder fascista que redobla el encubrimiento operado por la palabra “libertad”. Se trata del absurdo de una revolución reaccionaria. De una reacción pura y dura. Esta idea puede sofisticarse apelando a Primo Levi. En Se questo è un uomo, en donde relata sus experiencias en un campo de concentración nazi, recuerda que en los baños del lager los fascistas obligaban a sus víctimas a higienizarse con agua sucia. He aquí el resorte profundo del fascismo.
El presidente Milei reconoce, aunque sea oscuramente, estos asuntos y por eso el día que presentó su último libro en el Luna Park respondió reactivamente a la identificación pública con el poder que lo inerva; devolvió la palabra a aquellxs que se la endilgaban: “¡Qué ignorantes los que nos llaman fascistas a nosotros!”, operando una rápida homologación entre fascismo y Mussolini, como si ese poder pudiera atribuirse a ese único apellido.
La segunda lectura activa entre nosotrxs interpreta el fascismo, evitando la palabra, y lo presenta como una opción política de derecha/ultraderechas. Recurre a la operatoria tranquilizadora del “neoliberalismo” o a la profecía del día después de quien vio venir esto que está aconteciendo pero -paradójicamente- lo dijo luego. Esta lectura es propia de los llamados teóricxs y comunicólogxs “progres” que, sin llegar a ser cómplices del poder de gobierno, lo miran con indulgencia y, en vez de oponérsele decididamente, exigen “autocríticas” a sus víctimas. Estxs sujetxs confunden a una bestia peligrosa y letal -la figura autoelegida del león no es una metáfora- con una mascota. Estxs llamadxs teóricxs y comunicólogxs desconocen un hecho central: el fascismo no es un gato. Esta lectura es incapaz de retener para sí una enseñanza de Primo Levi: que ante el poder fascista, que viene a destruir todo lo que no entra dentro de su campo de fuerzas, es necesario preservar la facultad de negarle nuestro consentimiento.
La tercera lectura -que no evita la palabra- ubica el fascismo dentro del gran friso de la lucha de clases y de la pulseada permanente entre emancipación y reacción. Piensa el fascismo como el gobierno desnudo del capital. Pues el fascismo está pegado al desarrollo del capital. En esta serie de cosas, el político fascista surge de la clase media, que en la lucha de clases suele asumir un papel subsidiario, sobre todo cuanto se siente desclasada. Los líderes que surgen de ella tienden a ser dependientes de los grandes sujetos del capitalismo. Estos líderes encuentran inspiración en el campo del gran capital y tienden a ser figuras de segunda categoría. De hecho, el fascismo es la reacción de la clase media (desclasada) apoyada por la clase de los propietarios. Por eso vemos peregrinar al presidente Milei hacia los escenarios centrales del capitalismo del siglo XXI, tengan forma de muro frente al cual monta un espectáculo de cosplay, sean sujetos políticos que encarnan experiencias homólogas a la suya o sea Tesla. Recordemos, en este sentido, que: “Hitler exhibe rasgos de monomanía y tendencias mesiánicas. Mussolini no muestra más que egoísmo cínico y cobardía, oculta detrás del camuflaje de una jactancia vacía. El sufrimiento personal desempeñó un papel muy importante en el desarrollo de Hitler. Era un pequeñoburgués desclasado que rechazaba convertirse en obrero. Los obreros corrientes aceptan su posición como natural. Pero Hitler era un inadaptado pretencioso con una psique enferma. Logró una elevación social prestada maldiciendo a judíos y socialdemócratas. Estaba desesperadamente decidido a subir más alto. A lo largo de su camino creó para sí mismo una ‘teoría’ llena de innumerables contradicciones y reservas mentales: una mezcolanza de ambiciones imperiales alemanas y resentidos sueños diurnos de un pequeñoburgués desclasado” (Trotsky, Stalin, pp. 588-589). El propio presidente Milei es un pequeñoburgués desclasado que rechazó convertirse en trabajador y que recupera imágenes históricas inciertas de una “gran Argentina”. En este sentido clasista el presidente Milei es un inadaptado. Cuando revistaba como diputado demostraba esa inadaptación a la clase y al trabajo rifando su salario. Esa rifa mostraba que rechazaba su condición de trabajador. Y logró una elevación social maldiciendo la emancipación (“los años de decadencia”) en los sets de radio y televisión solo preocupados por el rating. Su ira contra la emancipación popular -de tradición peronista y de izquierdas- se transformó en un estímulo. Estaba desesperadamente decidido a subir más alto y organizó un momento altamente reaccionario en la vida política. Desde ya que no la organizó él, sino su clase, configurada por empleadxs mal pagos de una economía derruida por el préstamo solicitado ante el FMI por el gobierno Macri y de redistribución incierta durante el gobierno de Alberto Fernández; trabajadores informales mal insertadxs en la vida del país porque esclavizadxs por el capitalismo de plataforma; sujetxs taladradxs por un aparato colosal de propaganda que constituye un sentido común anticlasista. Una clase que no teniendo ideales propios se inflamó rápidamente con el discurso y la retórica vacía -aunque insinuante- de la libertad. Esta reacción de clase media (desclasada) contra la emancipación se empalmó con el temor de la vuelta de la emancipación propio de las clases poseedoras. En síntesis, la emergencia del fascismo es el resultado de una alianza entre la clase media desclasada y las clases poseedoras gorilas. Esa alianza fue favorecida por la colosal crisis moral, social y económica sobredeterminada por la pandemia.
Ninguna de estas interpretaciones debería ser rechazada porque las tres captan algún aspecto del complejo escenario que está atravesando la Argentina gobernada por la Libertad Avanza, un poder de reacción.
Reacción en la historia
El momento histórico reaccionario sobreviene luego de un momento emancipatorio que se comprometió a resolver radicalmente las viejas contradicciones sociales (anteriores a 2001). En el momento reaccionario, las viejas clases dominantes se unen para vengar las humillaciones y las pérdidas materiales provocadas por la redistribución lograda en América Latina por la emancipación. Los grupos, las capas, los segmentos sociales, lxs individuxs que a lo largo del momento emancipatorio estaban más o menos fragmentadxs y desmoralizadxs, en el instante reaccionario se empalman y sienten una explosión de energía. Ésta se manifiesta a través de la revancha, el odio, la violencia. La clase media, que se había entusiasmado por la pasión emancipatoria, que había sido despertada por la fuerza erótica de la Patria Grande, en el momento reaccionario tiende a sucumbir rápidamente ante la decepción de la derrota y se aleja de la emancipación; se entrega a la reacción, a los enemigos y adversarios de la marea democratizadora: se desclasa. Es más: en el corazón de la propia emancipación también se hacen sentir las fuerzas centrífugas de la reacción y algunos fragmentos políticos se desprenden de la emancipación para integrarse ambiguamente a las filas enemigas. Es el caso de Scioli, a quien acompañamos en su momento, desgarradamente. Para gobernar el presidente Milei acude a políticos con pasado pero estos hacen como si no lo tuvieran, viejos rejuvenecidos que de pronto desconocen su ayer y el ayer de la historia. Hacen piruetas con las banderas históricas, levantan una para bajar otra y a veces se transforman en panelistas simétricos e inversos de la reacción, cuando no en sus funcionarios. En nombre de la emancipación sostienen la reacción.
Durante la reacción, la película de la emancipación empieza a proyectarse en sentido inverso. Sin embargo, la película de la reacción nunca alcanza su final, que se corresponde con el inicio de la emancipación. Quiero decir que, pese al despliegue de la reacción, pese su fuerza expansiva, siempre se conserva una parte de las conquistas de la emancipación, siempre se conserva socialmente alguna memoria de lo sido. Esa memoria es la chispa que puede volver a reactivar la emancipación en algún momento posterior de lucha de clases. La historia no se desarrolla de modo racional, ni lineal ni armonioso, sino más bien caóticamente, en función de la disposición de las clases a la lucha y de la disposición incierta de la fortuna. En el momento reaccionario, los resultados positivos de la emancipación -políticos, sociales, económicos y culturales- son relegados a un próximo futuro.
Una cuestión a tener en cuenta es que la reacción surge en respuesta a la incapacidad de la emancipación de resolver las contradicciones a las que se enfrenta una sociedad. Emerge cuando se da una falta de correspondencia entre la fuerza política que sostiene la idea de la emancipación y la incapacidad de esa fuerza de satisfacer las aspiraciones sociales y económicas de la sociedad. La reacción que se precipita luego del momento emancipatorio, además de hacerse (del poder) del Estado, se propone el objetivo de reestructurar la sociedad. En ese momento de reestructuración las clases medias, que se habían entusiasmado con la marea emancipatoria, dudan, titubean y tienden a darle la espalda a esa inspiración colectiva que las había beneficiado: económicamente y también a través de una amplia batería de ampliación de derechos. Los estratos reaccionarios pertenecientes a todas las clases, que se habían acovachado en el momento expansivo de la marea emancipadora, ahora levantan la cabeza y, a través de sus voceros mediáticos y políticos, repiten el mantra: “se lo habíamos dicho, la emancipación es un espejismo que lxs ha engañado”. La reestructuración de la sociedad en la Argentina implica expandir discursos de odio, dosis calculadas de violencia, suministradas a diario, y un declive de la economía que afecta dramáticamente el nivel de vida social de las capas medias y bajas. Cuando estas dimensiones se anudan una sociedad armoniosa es imposible.
El 11 de diciembre de 2023, las clases trabajadoras argentinas se convirtieron en infinitamente más pobres de lo que habían sido antes de esa fecha. El 10 de diciembre terminó una experiencia socialdemócrata relativamente fallida por no haber interpretado eficazmente el espíritu disidente del kirchnerismo y se dio paso a este período que estamos atravesando: un momento gris y doloroso de la vida cotidiana. En las condiciones actuales, la decepción y el desánimo son inevitables. La escasez económica, en todas sus formas, produce desánimo e indiferencia política. El gobierno lo sabe, por eso los cuadros del fascismo -sobre todo el presidente- salen a hacer sus shows, para aminorar la indiferencia política y enderezar el desánimo provocado por la situación económica. La cuestión del show nos remite al método de poder del fascismo, que anuda guerra, show, propaganda, miedo y dolor. Para graficar este trance a través de números inmediatamente aprehensibles: el crecimiento del PIB nacional en 2024, según las estimas de la CEPAL, es de -3,1; aún peor que el de Haití, un país sin Estado, valuado en -2. Cuando la reestructuración de la sociedad se expresa -también- a través de una guerra, conduce a una reducción aún mayor en el nivel de la actividad económica y transforma la crisis económica en una catástrofe social. Por más que parezca un despropósito, la guerra contra la sociedad argentina ha sido declarada por el gobierno de la reacción fascista, recubierto con una idea de libertad degradada. Ese belicismo se verifica en todos los sectores de la sociedad: a través de la no entrega de medicamentos vitales a enfermos oncológicos en riesgo de vida, a través de jubilaciones tan bajas que no alcanzan para llegar a fin de mes, a través de salarios pauperizados que no cubren las necesidades básicas del núcleo familiar, a través de la interrupción del envío de alimentos a los comedores populares, etc. La guerra que nos han declarado puede sintetizarse con una oración que le escuché hace un puñado de semanas a un trabajador despedido de Atucha, en Zárate: “Tengo una familia y no sé qué voy a hacer”. En este momento estamos. Después del prodigioso esfuerzo de la emancipación latinoamericana, se precipitó esta reacción política que es acompañada por una “batalla cultural”.
Contra el latinoamericanismo
Las circunstancias en las que surge el fascismo contemporáneo son excepcionales. Para entender esta emergencia debe ser tenida en cuenta esa situación anormal, atormentadísima y, bajo muchos aspectos, contradictoria que fue la pandemia. Si se vuelve a revisitar ese contexto de zozobra se puede entender porqué lo que es una marcha hacia el abismo a muchxs puede parecerles un camino triunfal hacia la salvación. En los años pandémicos se profundiza una crisis de legitimidad de las fuerzas progresistas latinoamericanas que ya habían sido afectadas por distintos golpes de Estado (Honduras, 2009; Paraguay, 2012; Brasil, 2016; Bolivia, 2019) y, contemporáneamente, se despliega una rápida legitimación de la promesa de un nuevo régimen, que nacía de la fuerza de la protesta contra las políticas del cuidado de la vida (entendidas como cercenamiento de la libertad, vigilancia y control desmedidos). Este régimen se fue consolidando en poco tiempo a través de consensos elaborados a través del poder de una máquina colosal de propaganda (mediaticidad monopólica + redes antisociales). En los años prepandémicos, en un continente inmenso como América Latina, se venía desarrollando una experiencia de democratización radical, que se había convertido en una realidad muy palpable. Esa vivencia de características populares no era solo un fantasma, una latencia o una posibilidad, sino un poder real. Entre 1998 y 2015 -entre la emergencia de Chávez y el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner- las clases antagonistas a las clases propietarias (hegemónicas desde la Colonia) ya no constituían un partido ni un movimiento, sino que se habían convertido en Estado en gran parte del continente. Y ese Estado más o menos plebeyo ya no era un mito, un sueño o una posibilidad. Para las clases propietarias, el peligro del Estado latinoamericano plebeyo, democrático y radical, se había vuelto algo real, palpable: un problema urgente a resolver. No se trataba tan sólo de un movimiento de oposición ni de un proyecto que venía a disputar su papel en la historia: Chávez, Correa, Lugo, Lula, Evo, lxs Kirchner, Mujica no integraban un movimiento latinoamericano de oposición frente al cual podía oponerse una fuerza conservadora más o menos común y legítima ejercida desde el Estado porque esos nombres y las experiencias políticas que organizaron se habían vuelto Estado. Se procedió, entonces, contra ellas, con una batería continental de golpes (de Estado o parlamentarios) para fragilizarlas, para poner en crisis la legitimidad de ese orden plebeyo que se venía manteniendo exitosamente en pie a lo largo de más de una década, desde La Habana a Tierra del Fuego.
Frente a la amenaza de la emancipación continental democrática y radical que había tomado el Estado se hizo necesario pergeñar un remedio aún más drástico que el golpe de Estado. Se hizo necesario responder con una reacción musculosa y juvenilista. Con una revolución reaccionaria, con una fuerza mimética de la emancipación. Ante una amenaza palpable a sus intereses materiales -hecha Estado plebeyo-, las clases dominantes ponen en movimiento todos los prejuicios y las confusiones que la humanidad arrastra en su furgón de cola o en su bolsa de basura histórica. Por eso la emancipación es sistemáticamente acosada. Y puesto que en la Argentina las fuerzas populares -cansadas por la experiencia pandémica y por un gobierno que no entendió los modos disidentes de las democracias radicales latinoamericanas y del kirchnerismo en lo específico- no lograron frenar el expansionismo de Milei, el mundo tiene hoy un nombre argentino para el fascismo del siglo XXI: la “libertad”. Llegaron sin proclamar nuevas ideas, más bien plagiando e imitando las antiguas. ¿O es que no conocíamos el concepto y la antigua virtud de la libertad? Sus ideas son imitaciones y plagios. La esvástica de antaño la derivaron de las cultura egipcia e india; el fascio littorio, del imperio romano; la libertad degradada que contrabandean viene del universo Marvel o de X-Men.
El fascismo ya es mafia
La experiencia actual de gobierno tuvo un momento de preparación que se especificó a través de un poder mafioso que cultivó el terreno para la expansión del poder del fascismo. Por eso mismo, Leonardo Sciascia -un notable intelectual siciliano del siglo XX- decía que “el fascismo ya es mafia”; una fuerza contiene a la otra y se empalman, expresiones del impulso de quienes quieren permanecer a toda costa en el poder. Sobre el cimiento conceptual del poder mafioso el presidente Milei formuló sus apreciaciones desde Chile en 2019: “Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la mafia compite” (www.youtube.com/watch?v=RcR9ZZa2I84). Y ese empalme de poderes concurrentes -el mafioso y el fascista- ha sido reconocido por Elisa Carrió, quien habitó la experiencia macrista. La entrevista que le hizo Fontevecchia del 4 de mayo tiene pasajes memorables: “Él dijo que iba a limpiar la casta, pero se asoció con la mafia. Él dijo que no tenía vinculaciones con nadie, pero todos los ministros son referentes de grupos empresariales. […] en realidad, él no va contra la casta, él va a hacer asociación con la casta, con las mafias […]. También es cierto que ahora está cooptado por el poder tradicional de la Argentina. De este pensamiento de panelista pasó a la tranza y cambió la supuesta casta en mafia. [… Milei es] Un caballo de Troya de las peores mafias y de la matriz del saqueo final a la Argentina” (https://www.perfil.com/noticias/periodismopuro/elisa-carrio-milei-es-caballo-de-troya-de-las-peores-mafias-y-de-la-matriz-del-saqueo-final-a-la-argentina-por-jorge-fontevecchia.phtml).
La experiencia mafiosa sobre las existencias nacionales dio paso al poder fascista con un evento de magnitud: el intento de magnifemicidio. Fue posible gracias a la sociedad de dos actores concurrentes: un grupo criminal militar -conocido como Revolución Federal- y un grupo empresarial que intervino en el hecho criminal: la familia Caputo, que integra ahora la experiencia de gobierno de la Libertad Avanza. La dualidad configurada por una dimensión criminal-militar, empalmada con otra, cuya naturaleza es criminal-empresarial responde a la estructura organizativa de la mafia calabresa.
El intento de magnifemicidio puede ser interpretado como el hecho que habilita la expansividad de un poder fascista en la Argentina. El poder fascista siempre necesita un crimen ejemplar. Con él acalla la disidencia y expande o jerarquiza su poder. El 10 de junio de 1924, en Roma, Giacomo Matteotti, diputado socialista y antifascista, fue asesinado por una banda fascista comandada por Amerigo Dumini. Dentro de pocos días se cumplen 100 años de este hecho luctuoso, que en su momento fue denunciado aquí, en Buenos Aires, por el anarquista antifascista Severino Di Giovanni. El sábado 6 de junio de 1925, en el teatro Colón, el embajador italiano Luigi Aldrovandi Marescotti, conde de Viano, se reunió con el presidente Marcelo T. de Alvear, para festejar el 25º aniversario del advenimiento al trono de Víctor Manuel III. “Todo está magníficamente organizado y con la ostentación propia de los actos fascistas. Cualquier intento de desorden será inmediatamente reprimido por la juventud camisas negras de la colectividad. La delegación del Fascio ha cuidado bien ese detalle” (Bayer, Severino Di Giovanni: el idealista de la violencia). Durante la ejecución de la marcha real italiana, desde el paraíso caen volantes como papel picado y se escuchan los gritos de “Ladri! Assassini! Viva Matteotti! Viva l’anarchia!”. Era Severino.
Tampoco las prácticas de supresión de la disidencia constituyen una novedad en las filas del fascismo latinoamericano. A fines de 1927, con motivo de los preparativos de la VI Conferencia Panamericana, Gerardo Machado y Morales, entonces presidente de Cuba, mandó a asesinar a Julio Antonio Mella, mientras este residía en México. En sus panfletos políticos, este lo había adjetivado a menudo como el “Mussolini tropical”. Le encomendó el asesinato a Santiago Trujillo, jefe de la policía secreta cubana. Estipulada sobre la base de un oxímoron, la eliminación de Mella apuntaba a que “reinaran la paz y la tranquilidad social”. Finalmente, Machado terminaría asesinándolo el 10 de enero de 1929 mediante José Magriñat, amigo del embajador cubano en México (Guillermo Fernández Mascaró), de Valente Quintana, jefe de la policía judicial mexicana y de Pedro Serrano, jefe del espionaje cubano en México. Mella hoy en uno de los mayores símbolos del movimiento estudiantil y obrero latinoamericano.
Entre nosotrxs, el 1º de septiembre de 2022, en Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner sufrió un intento de magnifemicidio, primer emergente del poder fascista argentino.
Lengua de influencer
El poder de gobierno ha elaborado una lengua con una estilística que responde a una estética particular. Toda estética -como recordaba el viejo Viñas- implica una moral; una visión del mundo; y, por ende, una ideología política.
El dominio del castellano del presidente Milei es tan pobre como la comprensión del desamparo social que su accionar y sus ideas provocan. Una característica indudable de esa lengua es su crueldad que, por lo general, se llama sadismo. Cuando el presidente habla públicamente exhibe la incapacidad de pensar de modo lógico. Su modo de pensar pone todo del revés e invierte por completo la conexión real de las cosas con el mundo. De pronto, cualquier derecho ha pasado a ser sinónimo de gasto; la justicia social, sinónimo de aberración; y la igualdad -preciosismo popular que no puede siquiera nombrar-, sinónimo chirriante de equidad.
En el ámbito de las ideas generales -fuera del ámbito de la disciplina que el presidente dice practicar- da la sensación de que resbala sobre hierba húmeda: tiene miedo de tropezar y para evitarlo elige expresiones evasivas, indefinidas, carentes de sensibilidad social y que siempre expresan un intenso nivel de crueldad. El miedo y el horror contenidos en su lengua aumentan al ritmo del número de vidas afectadas por las políticas de su gobierno; tan afectadas como la cantidad de intereses y derechos amenazados. El ataque que esa lengua dirige contra la emancipación devela un temor hacia el talento, el descubrimiento, la investigación, la inventiva, la curiosidad, la imaginación. Que son las vibraciones profundas de los modos expresivos de las grandes tradiciones políticas nacionales y populares, de la Cultura, la Ciencia, la Educación y la elaboración conceptual que se organizan alrededor de la palabra.
Una lengua que debería ser de comprensión general, dotada de una historización nacional, inserta en un tejido cultural latinoamericano y universal, sensible a las cuestiones inherentes al presente social, opta por mantenerse en el campo de fuerzas de un economicismo estricto. La lengua del economicismo habla en los términos más abstractos, sin vida, sin la mínima atención al detalle. Se organiza alrededor del número sin sentido, sin sentido existencial y vitalista. Cada oración de esa lengua persigue algún objetivo práctico inmediato, pero como regla general nunca se eleva al nivel de una construcción lógica. De tener lógica, la entenderíamos y eso no sucede. Esa lengua economicista es opaca para los sectores letrados, lxs ciudadanxs e incluso para los especialistas. El economista platense Juan Valerdi me explicó que ese economicismo sostenido resulta incomprensible incluso para lxs especialistas porque responde a una técnica de costura que consiste en coser piezas económicas pertenecientes a textos y autores preexistentes sin solución de continuidad ni lógica en un diseño más grande. “Copy y paste”, decía Valerdi. Esa lengua no es la nuestra, por más que compartan algunos sonidos.
El presidente Milei se sale del registro economicista para repetir -cual mantra- alguna máxima de campaña. La estilística en sí devela algo que está por fuera de ella: la índole del pensamiento del presidente y su capacidad espiritual limitada. Esa lengua muestra una falta de aptitud hacia las generalizaciones y una incapacidad para recrearlas discursivamente. Cuando entra en el ámbito de las ideas generales, su lengua se trabuca, pasa a ser ambigua y sus palabras se corresponden solo aproximadamente con algún concepto. Las oraciones están conectadas artificialmente entre sí. En esa lengua late el deseo de fama e influencia. Más que presidir, gobernar, hablarle y dirigir un país se presenta como una especie de influencer (o troll) y como tal habla. El poder de esa lengua reside en estas carencias o debilidades. La forma en que el economicismo aborda las cosas es homóloga a la de las redes sociales. Esas formas son esencialmente crudas y pretenden acercarnos a las maneras más primitivas del pensar. Incapaz de elevar el nivel de la sociedad, el presidente Milei apela a sus instintos más bajos, al primitivismo que toda sociedad mantiene como vibración latente en su propia historia. Busca el contacto con la sociedad empleando una lengua grosera, que se expande a través de una máquina propagandística. Tan abajo nos ha arrojado que la lengua pública se ha vuelto cloacal. El improperio, en este sentido, es un síntoma de la fascistización en acto. Nada de eso es casual: la lengua de la que hablamos organiza la mediocridad. Y la mediocridad organizada y centralizada es una fuerza.
En el campo nacional y popular, la lideresa (se) eleva guiando la voluntad de las grandes mayorías por medio de discursos pedagógicos-sensibles, que conmueven profundamente, cargados de creatividad teórica e histórica en los que late una cuerda sensible. Esta clase de experiencia queda por fuera del alcance del presidente Milei, pues su fama se logró mediante un aparato colosal de propaganda, convertido en máquina para la fabricación de popularidad.
La lengua de la que hablo también tiene su teatralidad: es el cosplaying.Un acto de ficción. Propone disfrazarse de algo que no se es y así constituirse en espectáculo para quien mira. Al mismo tiempo, es un acto de encubrimiento de lo que (no) se es. Cuando se lo transfiere de la esfera lúdica a la política abandona su condición ficcional y asume un tinte perverso. Esta teatralidad se despliega para convencer a unx otrx que te vea por lo que no sos, que te acepte y te sostenga por algo que no sos. En el corazón de la campaña Lilia Lemoine se disfrazó de diputada y hoy es sostenida como tal, pero cada vez que habla demuestra que no lo es. Homólogamente, ir al muro de los lamentos, ponerse kipá y disfrazarse de judío es un acto de encubrimiento de antisemitismo. Tómese esto último como conjetura, hipótesis o incertidumbre.
Antifascismo
Hablar de fascismo supone la comprensión de una dimensión que cruza espesamente la situación política de hecho que atravesamos y una comprensión del momento particularmente delicado al que hemos sido arrojadxs. Esta idea plantea también la posibilidad de un momento reactivo, de la organización de una fuerza antifascista, momento necesario que debe ser buscado con radicalidad de pensamiento y de acción para no caer en una rendición incondicional antes fuerzas oscuras que buscan, justamente, eso en el campo nacional y popular. Una pregunta, pues, es ¿cómo resolver esta catástrofe? Y una respuesta incipiente: afirmar nuestra lengua, organizar la fuerza, preservar nuestra humanidad, volver a ser Estado: popular, democrático.
Buenos Aires, 10 de junio de 2024.
*CONICET
3 Comments
Que importante poner la lupa histórica sobre palabras que se desgastan hasta perder sentido
.Como piedras en la playa por el » corsi e ricorsi» de las olas epocales.
Rocco sabe muy bien hacer esto, empuja a re pensar.
Se hace difícil la emancipación mientras «la palabra» permanezca bajo el poder e influjo de quienes hoy la manejan y difunden. Ese discurso fascista caló.
Gracias Rocco!!!