Rosario atraviesa una situación tremenda, absolutamente previsible por otro lado. Desde hace 15 años, la debacle es indetenible, aunque ha habido una “política de Estado” en la que han coincidido todos los gobiernos nacionales y provinciales.
Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)
Este escrito, a diferencia de muchos otros anteriores, tiene una diferencia que quiero advertir desde el inicio. Tal vez sea un poco autorreferencial. Rosario es mi ciudad, la que está en mi corazón no importa donde viva. Es el lugar donde nací, la patria de mi infancia. Es la casa del hipotecario de la UOM de Barrio Las Delicias donde me crié, es mi lugar en el mundo.
Rosario atraviesa una situación tremenda, absolutamente previsible por otro lado. Desde hace 15 años la debacle es indetenible, aunque ha habido una “política de Estado” en la que han coincidido todos los gobiernos nacionales y provinciales, y que su sola enunciación seguramente me hará pasible de críticas diversas y masivas, la política de hacerse los boludos, mientras como nos dice Fito Páez, matan a pobres corazones.
Quienes hemos tenido alguna responsabilidad institucional en este periodo señalado, hemos fracasado y no alcanza con echarse las culpas mutuamente o con escuchar a “monos sabios” que ni siquiera son de Santa Fe, que nos explican ahora que ellos “tenían la posta” pero que no los dejaron trabajar cuando ejercieron esa posibilidad. Entre inútiles y corruptos, Rosario cambio su fisonomía de aquellos buenos viejos tiempos y ojalá no sea de modo definitivo.
La sociedad rosarina acompañó, entre ingenua y esperanzada, la idea emitida por medios de comunicación contratados al efecto de que había una campaña porteña “anti rosarina” y que lo de mi ciudad “no era tan grave”. Con esa anestesia, el dolor que iba creciendo no se notaba tanto.
En Rosario, como en cualquier otro lugar con problemas de narcotráfico, lo último que hay que mirar es a los “soldaditos” y a los “sicarios”. Ellos, aunque muy visibles y violentos, son solo el síntoma de la situación. El narcotráfico no prolifera en ningún lugar sin financistas blanqueadores. Desde Al Capone para acá, el crimen organizado no puede funcionar sin contadores y abogados propios y jueces y fuerzas de seguridad “alquiladas”. Como parte de la asociación ilícita, vendrán después empresarios que transformen el dinero del delito en inversiones palpables y bienes inmuebles duraderos. Por ejemplo, Alberto Padoán, el muchacho de Vicentin, esa empresa tan prístina y honesta, fue electo presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario y solo lo echaron cuando fue imposible sostenerlo. La Bolsa, una “institución modelo” de mi querida ciudad.
Nadie quiere mirar para ese lado, tampoco buena parte de la sociedad, sobre todo la nueva burguesía rosarina, pobladora creciente de incipientes y numerosos nuevos barrios cerrados, la que no quiere que le digan que su vecino es narcotraficante porque le resulta más cómodo pensar que los narcos son esos “negritos de motomel” de alguna villa de la periferia rosarina.
Así llegamos hasta acá, donde gran parte de la sociedad rosarina votó masivamente a un candidato que les decía que la mafia es mejor que el estado. Hasta ese lugar de autoflagelación nos trajo la negación de la realidad y el “progresismo finlandés” que, ocupando lugares estratégicos en el último gobierno nacional, puso énfasis en una agenda que no tenía nada que ver con los problemas reales de humildes y trabajadores, y que además los trató de idiotas por no entender que la “inseguridad” no era tan grave y que era una campaña de “la derecha”.
Los Insaurralde de la política, que no son patrimonio ni de un solo lugar ni de un solo partido político, hicieron el resto para construir un sentido común general de desesperación ante la ausencia de opciones de esperanza entre lo existente.
También hay que sumar al análisis el poder inmenso acumulado por el dinero del narcotráfico, mucho más peligroso para la democracia que el narcotráfico en sí, porque es el encargado de darle músculo financiero a campañas electorales multimillonarias, que, sin embargo, nos dicen que se financian con rifas y bonos contribución.
Suponer, además, que un policía tiene que arriesgar su vida y la de su familia por 350 mil pesos al mes, es otra hipocresía absolutamente extendida, sobre todo en sectores sociales que gastan ese dinero mensual tan solo en vinos, y que nos dicen que “nadie hace nada”.
El combo es muy pero muy peligroso y sin una movilización social que ponga bajo la lupa a los “nuevos ricos” rosarinos vinculados al poder judicial, las fuerzas de seguridad, los agentes de bolsa, las empresas constructoras, la dirigencia política y los profesionales del derecho y la economía, solo seguiremos acumulando muertos, sicarios, policías y civiles, todos hermanados por una condición: su pobreza.
Mientras tanto, la corrupción estructural del establishment rosarino, ese que mira para otro lado y dice “yo no tengo nada que ver”, seguirá llenándose los bolsillos de dinero manchado con sangre.
Los milagros en política no existen, lamentablemente.
Buenos Aires, 12 de marzo de 2024.
*Analista político.