Marcelo Brignoni sostiene que el tiempo donde la democracia liberal fue compatible con el capitalismo se agotó, y el modelo occidental de supuesta división de poderes y garantías constitucionales es hace años solo una ficción de carácter escenográfico. Hoy, afirma Brignoni, habitamos el tiempo del capitalismo postdemocrático.
Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)
«La economía nunca ha sido libre,
la controla el Estado en beneficio del pueblo
o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste»
Juan Domingo Perón.
Transcurridos varios días de la estafa promovida por el presidente Milei con la fraudulenta criptomoneda $LIBRA, la sola observación de la impotencia de la política y de los instrumentos constitucionales previstos para defender la democracia, merecen que nos hagamos algunas preguntas y ensayemos algunas respuestas presuntas.
Como siempre sucede en términos de análisis, la fijación de algunos hechos que se supone refuerza nuestra opinión reviste carácter subjetivamente arbitrario. Hecha esta aclaración podríamos decir que el mundo de la globalización capitalista financiera tiene un antes y un después a la estafa global de 2008.
Aunque parezca una redundancia obvia, entendiendo que lo obvio a veces es difícil de apreciar: como su nombre lo indica, capitalismo refiere a la defensa del capital. Si fuera un sistema pensado para defender a las personas se llamaría humanismo y claramente no es el caso. En la medida en que el capital circula libremente y las personas no pueden hacerlo, la obviedad de que el capital es más importante que las personas, no necesita muchos más ejemplos validatorios.
Volviendo a la caracterización inicial de estas reflexiones, merece también un párrafo la manera en que la globalización financiera impuso con un nivel de eficacia sociológica y cultural abrumador, la idea de que los “problemas” de los bancos y los grupos de inversión, estafas incluidas, son también “tus problemas” a cuya resolución se debe prestarle colaboración y sacrificio ciudadanos. Es necesario recordar, aun de modo redundante, que los bancos y los grupos de inversión no distribuyen sus ganancias entre la comunidad que los financia y que además combaten de manera permanente y sostenida la posibilidad de que el Estado implemente políticas tributarias equitativas que ayuden a mejorar la condición de vida de poblaciones vulnerables, y cuya inversión permita la tan mentada como falaz “igualdad de oportunidades”.
En estos días en Argentina vemos que los valores que se analizan para saber si la estafa de Milei y sus secuaces cryptos producirá una “crisis” son: el valor del dólar, el número del riesgo país y el valor de las acciones de las grandes corporaciones. Es decir, tres parámetros fuera del alcance democrático y además protegidos por el poder judicial, habitualmente mal llamado “justicia”.
De hecho, los cálculos más pesimistas hablan de cerca de tres mil millones de dólares “volcados al mercado”. Mayoritariamente provenientes de los ahorros de nuestro esquilmado pueblo en cuentas del Anses y de otros organismos, y también provenientes de “aportantes privados” a los que “les interesa el país”, los que se cobrarán seguramente ese “aporte patriótico” para sostener el gobierno del influencer de Balcarce 50, con acciones del Banco Nación, banco en liquidación a partir de la escandalosa publicación oficial de este 20 de febrero, del decreto 116/2025, pergeñado para hacer frente a esa retribución exigida por los “banqueros amigos”.
Párrafo aparte para el rol del poder judicial en la globalización financiera. Con solo ver culpables e impunes de la estafa financiera bancaria de 2008 y la absoluta falta de juicio y castigo a cuanto banquero y financista han estado estafando por el mundo occidental en los últimos 17 años, sobre todo en países periféricos como la Argentina, “la prueba está completa” su señoría, se podría decir si la justicia existiera como tal.
El tiempo donde la democracia liberal fue compatible con el capitalismo se agotó y el modelo occidental de supuesta división de poderes y garantías constitucionales es hace años solo una ficción de carácter escenográfico. Hoy ya estamos claramente en el tiempo del capitalismo post-democrático.
Este capitalismo post-democrático reproduce un mecanismo perverso de retroalimentación entre la producción de crecientes desigualdades y la destrucción del consenso social sobre la democracia. Si la democracia solo produce mayor desigualdad, las esperanzas sobre la solución democrática de la igualdad social resulta solo una reflexión metafísica, cada vez más alejada de los sectores sociales excluidos.
El poder acumulado por la globalización financiera y su apoyo judicial de respaldo hace que la mirada de la soberanía popular esté ya desactualizada y además traicionada por una dirigencia política que, en su enorme mayoría está al servicio del prójimo, pero entendido como sus familiares y amigos. Además, el poder económico acude presto en defensa de los patrimonios personales de esos “servidores públicos” y la política entonces les garantiza no “arriesgar a la población” a una “perjudicial” corrida bancaria.
Hoy por hoy, aun en modelos institucionales disimiles, solo los países con liderazgos políticos fuertes y con fuerzas armadas al servicio de esos gobiernos, logran disciplinar a los estafadores financieros globales y desarrollar una economía al servicio de sus pueblos.
Ya sea en Rusia, en China, en Vietnam o en otros países con mercados controlados por un Estado fuerte, el modelo para que el rapaz poder financiero global no pueda corromper a sus dirigencias o beneficiarse de las arbitrariedades del poder judicial, se basa en el control de la desenfrenada concentración del ingreso y el combate a la expulsión a la miseria de las mayorías populares por gobiernos que entienden que, como hace 80 años decía Perón: “la economía nunca ha sido libre, la controla el Estado en beneficio del pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste”.
Es hora de animarse a debates políticamente incorrectos, a cuestionar severamente un statu quo de “neoliberalismo periférico” que solo predice exclusión, miseria y destrucción, mientras minorías cada más ricas y cada vez más minorías, regalan la comida que les sobra para “combatir la pobreza”.
La sola administración de un tipo de sistema político jurídico que reproduce desigualdad y exclusión solo indica que seguirá reproduciendo desigualdad y exclusión.
Así han sido estos años en Europa Occidental y también en Argentina, donde los propios “financieristas globalizadores” usaron y tiraron como profilácticos a los “moderados republicanos” que pensaron el oxímoron del “libre mercado humanista”.
Los sistemas políticos de las democracias liberales, sus Estados y sus partidos políticos, hoy están siendo controlados por el capital financiero y ya no por la voluntad de los ciudadanos.
El final del matrimonio entre el capitalismo y la democracia ha llegado a su fin, como bien explica Slavoj Zizek, y no por un divorcio sino por la decisión de la democracia libreral occidental de sodomizarse ante la globalización financiera.
Desde esta lógica no hay futuro, como nos enseñó Mark Fisher.
Es hora de una rebeldía refundadora. Para defender este modelo institucional de exclusión perpetua ya están los conservadores.
Nadie que se pretenda transformador puede validar este formato, salvo que ya se haya rendido a la prebenda en beneficio propio y no nos hayamos dado cuenta aún.
Buenos Aires, 21 de febrero de 2025.
*Analista político.
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Coincido. ? Quien o quiénes serían las personalidades en condiciones y con autoridad para convocar y liderar la propuesta que será alternativa y atrayente?