Este trabajo recupera, desde Trotski, un aforismo de Marx: ningún régimen desaparece de la escena antes de haber agotado todas sus posibilidades. Y propone: ningún régimen reaccionario puede ser revocado si en el campo antagonista no se organiza un poder de freno, resistente, y, en un momento, radicalmente afirmativo.
Por Rocco Carbone*
(para La Tecl@ Eñe)
El fascismo suele (re)surgir en momentos de crisis. Su resurgimiento suele vincularse con los comportamientos de la clase media. La experiencia de gobierno actual empezó a organizarse en un momento absoluto -global- de crisis: la pandemia. En los momentos de crisis, la clase media dirige su atención a la clase que le inspira confianza, sea por narrativa o acción o ambas, que suele ser la clase propietaria. Pero cuando las grandes mayorías populares tienen nitidez acerca de su proyecto de clase; cuando cuentan con una dirección perspicaz, firme, audaz, pueden inspirar confianza -y hasta entusiasmo- en las capas medias.
En la pandemia la clase media volvió a referenciarse en la clase que tiene la propiedad en sus manos. No hablamos de la propiedad de los 50 m2, del tres ambientes o el Clío desvencijado que ya no actúa como musa inspiradora de la historia, sino de la gran propiedad, de las grandes fortunas acumuladas afanando la riqueza producida históricamente por las clases trabajadoras. En este sentido, el presidente Milei no es un outsider de la política. Surgió del corazón del capital, de la clase que tiene en sus manos la gran propiedad. Lo que, a su vez, quiere decir: poseer grandes capitales, múltiples saberes, controlar la mediaticidad monopólica, contar con una red nacional e internacional de puntos de apoyo, con una jerarquía de instituciones (legales e ilegales; entre las segundas revistan las organizaciones mafiosas), tener una cantidad indeterminada de privilegios sociales, estar sostenido por una parte conspicua del poder judicial, etc. “El capitalismo no es una abstracción: es un sistema vivo de relaciones de clase que, ante todo, tienen necesidad del poder estatal” (Trotsky, Historia de la revolución rusa, pp. 813-814). Y, ante la crisis -sea social o económica o medioambiental o una combinación de todas estas- ese sistema trata de ubicar el poder fascista en el corazón de la estatalidad con el propósito de descargar las patologías del poder capital sobre los hombros de las clases trabajadoras.
Jauretche
La clase media es una medianía: es capaz de fuertes -y aceleradísimos- impulsos, pero es a la vez una clase sin resistencia. Ante el fracaso siente miedo, se espanta, pierde valor. Y cuando sobreviene una crisis pierde las esperanzas en la emancipación. Entonces desborda de desilusión, tristeza, apatía, descontento, frustración. Además, sus estados de ánimo son muy cambiantes, suelen ser rápidos y violentos y esa condición le imprime cierta inestabilidad al impulso emancipador. De todas las condiciones que se requieren para afirmar la emancipación la más inestable es el estado de ánimo de la clase media. Cuando la herramienta de la emancipación titubea, cuando se inclina hacia la socialdemocracia -hacia políticos de tipo conciliador, “que carecen de una comprensión viva de la realidad y de un serio adoctrinamiento teórico” (Trotsky, Historia de la revolución rusa, p. 836)-, cuando no es lo suficientemente decidida para guiar las expectativas y las esperanzas del movimiento elemental de las grandes mayorías -de las clases trabajadoras (bajas y medias)-, en un momento de crisis, sobreviene la reacción. Si la emancipación no se mantiene firme, si no mantiene su propio número, es decir, su cohesión de clase, si sus cuadros se distraen del proyecto de poder y de estatalidad plebeya y pierden perspicacia, firmeza, audacia, en ese instante se precipita un reflujo de la amplificación democratizadora. Apostilla: en cuanto al Estado y a la plebe, la estatalidad en manos de las fuerzas elementales que se elevan de las profundidades sociales es un principio histórico bien distinto que la estatalidad en manos de las clases propietarias.
El dilema entre la reacción y la emancipación en la Argentina post 2001 se dio en 2003 entre Menem y Kirchner. En el momento del reflujo, la clase media se distrae de la emancipación y busca su salvación en el campo opuesto: el de la reacción. Este movimiento que describo empezó a encaminarse socialmente en lo más oscuro de la pandemia, se refrendó con las elecciones de 2021, con Javier Milei y Victoria Villarruel diputados y terminó de cristalizarse con las elecciones generales de 2023. Cuando la marea es ascendente y la ola emancipadora es expansiva las grandes mayorías trabajadoras arrastran a la clase media. En el momento del reflujo, sucede el movimiento inverso: la clase media arrastra a grandes sectores de las mayorías trabajadoras. Esta sigue siendo la dialéctica de las olas emancipatoria y fascista en la Argentina de pospandemia. Para salir del desastre del presente, si el campo de la emancipación se lo propone, la tarea es organizar un momento cookista.
Cookismo
Este instante es esencialmente político y, muy coyunturalmente, electoral. Pasa a ser un imperativo categórico si se acepta que en la Argentina que habitamos no existe separación de poderes (una parte conspicua del poder judicial responde a los intereses del gran poder de la propiedad), que las elecciones no son ni libres ni justas (el mayor cuadro de la oposición está presa; junto a otra presa política cuya condición parece no tener fin: Milagro Sala), que no hay pluralismo informativo (estamos ante el imperio de la mediaticidad monopólica y el algoritmo de los aparatos del capitalismo global que llamamos banalmente “redes sociales”), que los derechos de las minorías -prácticamente- han desaparecido. Si todo esto se comparte, ¿es posible seguir hablando de democracia? Si respondemos afirmativamente debemos reconocer que estamos ante una democracia apenas formal, por el ejercicio electoral, y extremadamente limitada. Esto es: anulada. El régimen social existente es incapaz de resolver los problemas fundamentales de la sociedad y opera con una furiosa hostilidad hacia el orden del trabajo, haxcia la vida de las clases que organizan su existencia alrededor de él. Si la niñez gravemente enferma no puede acceder al necesario cuidado en el Hospital Garrahan quiere decir que nos gobierna una fuerza tanática absoluta incapaz de resolver los problemas fundamentales del desarrollo de la nación. De allí deriva un creciente malestar político. Y en esa masa que leva late una de las posibilidades más importantes de una renovada situación emancipatoria.
¿Quién puede organizar el momento cookista? La intuición más la experiencia depositada en la fuerza elemental “sagrada” de las grandes mayorías trabajadoras. En cuanto a la idea de “mayoría”: no es un número, sino posibilidad, fuerza, facultad, potencia. No se cuenta aritméticamente: se construye y se organiza. La mayoría dispuesta a la insurrección del acto emancipatorio sabe que no puede calcular todo de antemano, pero sí calcular todo lo que puede prever para este sobrevenga. Si el campo de la emancipación es capaz de tomar para sí como propósito la idea y la acción de resolver los problemas planteados por la historia, va a llevar a la Argentina -de nuevo- por un camino de rehabilitación. Su primera tarea será la necesaria revocación del experimento teratológico. Para eso necesita crear una herramienta política de la que aún carecemos.
El texto contiene lenguaje inclusivo por decisión del autor.
14 de julio de 2025.
*Filósofo y analista político. CONICET.