La coyuntura política argentina es tan fluida que desactualiza, en un instante, incluso las obsecuencias pensadas con aspiración de servicio al poder de turno. Es el caso de la película Homo Argentum, que a estas horas sigue circulando con pretensiones de ser considerado “cine» para la «batalla cultural».
Por Juan Chaneton*
(para La Tecl@ Eñe)
Si se trató de una mera provocación sin más objeto que sólo holgarse en el disfrute de una diversión estúpida. O, por el contrario, si todo fue un episodio calculado dentro de un proyecto a largo plazo que pondera al cine como vehículo eficaz para librar con éxito «batallas culturales» que el gobierno se empeña en encarar para legitimar la brutal transferencia de riqueza en que consiste su «modelo»; nada puede asegurarse todavía a favor o en contra de una u otra de esas opciones.
La coyuntura política argentina es tan fluida que desactualiza, en un instante, incluso las obsecuencias pensadas con aspiración de servicio al poder de turno, que eso es el popurrí que a estas horas sigue circulando con pretensiones de ser considerado “cine».
El caso, no obstante, es que han recurrido al latín para bautizar un bodrio al que llamaron Homo argentum. Y no es casual que dos oscuridades se unan para decir a coro y a capela, que los argentinos constituyen una recua de imbéciles, así lo han celebrado Milei y Francella.
Y también es del caso señalar que ambos comparten discurso, pero por razones diferentes. El objeto de amor de Santiago Cúneo necesita tanto de la violencia discursiva como de descalificar a una colectividad humana que, crecientemente, olisquea en él un tufo a más de lo mismo. Esta descalificación de todo lo nacional ha devenido oficio del sujeto desde que el señor Eurnekián lo catapultó al lugar institucional que inauguró Rivadavia. En cuanto al Brad Pitt del subdesarrollo que tan bien encarna el «primer actor» del bodrio de marras, se trata del típico medio pelo sin originalidad para el oficio que, por descarte, eligió como posible vía que evitarle pudiera el infausto destino de vendedor ambulante en el barrio que lo vio nacer. Lo dicen así quienes lo conocen bien: “Es un comediante efectivo, te da gracia. Pero es y ha sido siempre un empleado del establishment audiovisual, sin muchas luces más que para eso. No es un artista, no tiene visiones, ni creaciones propias» (Katya Alemann).
El cine argentino, a decir verdad y con honrosas excepciones, es de la estofa de este nuevo mamarracho. El cine argentino no es la literatura argentina ni, incluso, la pintura argentina, ni la ciencia argentina. Ni Maldacena, ni Jitrik, ni Edgar Bayley, ni Roux, ni Alonso, ni Storni, Demitrópulos, Lukin o Pizarnik son glorias del cine argentino sino del ARTE y el espíritu argentinos. Estos ignorantes disfrazados de gente de cine son de una ralea que evoca a Isabel Sarli y Armando Bo, esto es, puro facilismo sólo celebrado por un populismo elitista que dice de sí mismo ser lo contrario al populismo.
Pero aclaremos, dijo Lemos. Nadie le exige al cine argentino que se parezca a Mijalkov o a Tarkowski, o a Kurosawa a o a Losey o a David Lynch, pero aun sabiendo que lo suyo es otra cosa, artistas como Héctor Olivera sí dieron al cine argentino motivos para pensar y creer que eso era cine. Estos Cohn y Duprat son dos calamidades en busca de autor, como Francacella es una sola calamidad en busca de saciar su frustración entregándose al calor oficial de un quídam del que no le resultaría funcional saber cómo es, ni de dónde viene, ni a qué vino, ni para dónde va, sino que sólo le facilita escapar, aunque sea por un ilusorio instante, del espacio conclávico en que lo tiene apresado su propia mediocridad desde que imaginó que la actuación era lo suyo.
Francella, como actor, da vergüenza.
Otro sí digo: resulta inimaginable el estupor que ha se sentir quien ayer supo ser devoto de Alan Bates, Dirk Bogarde o Charlotte Rampling. ¿Si al impresentable local le decimos “actor”, a estos inmortales qué les deparamos …? No importa la antigüedad de la cita. Flaubert y Proust; Bergman o Fellini, también son «viejos». Pero no dejarán de ser el dato de color que brindaremos a nuestros hijos a la hora de contarles cómo era el mundo cuando ellos no vivían.
Y en cuanto al bodrium de marras, celebrado a estas horas por entusiastas estupidizados que saturan las salas adonde los ha conducido una propaganda tenaz y eficaz para operar sobre mentes rudimentarias, sólo cabe recordar, una vez más, que cantidad no es calidad: «Es tradicional oponer, siempre a favor de la primera, la calidad a la cantidad (JLB, OC, , T. 4, p. 516), bien entendido que sólo el infinito sugerido por el aquellas Mil y una Noches, permite y justifica priorizar la primera en lugar de la segunda. La fuente árabe no escribió «mil y una», sino “mil». Pero si Galland o Burton hubieran traducido «Las Mil Noches», ello le habría quitado al título su nota esencial: la infinitud. Sólo en casos «extremos» como éstos, la cantidad es más importante que la calidad. En cambio, cuando se trata de medir cuántos otarios van al cine, su cantidad nada nos dice acerca del valor del producto.
Y a aquella medianía actoral se suma el conjunto ofrecido: un facilismo simplón, con una estructura expositiva fragmentada en «partes», más sencillas, una a una, como para que puedan ser «entendidas» por la base social que mamarrachos de este talante suelen suscitar como auditorio. Sólo «Leo Dan» o aquel deplorable Piero De Benedictis, supieron ofrecer algo parecido a este guiso recalentado que es «homo argentum». Los géneros eran otros, pero la vulgaridad, aquélla y ésta, es la misma. El quid divinum es uno solo, el del arte; y existe o no existe.
Pero, en todo caso, la derecha ha entendido la importancia del cine en la «batalla cultural». El progresismo sigue sin dar pie con bola en eso de impugnar una «libertad» que sólo hace libres a los que ya lo eran antes de que Eurnekián y un par de dueños de medios, recurrieran a un marginal para montar la operación «Milei presidente».
Para instaurar a un país en el estatus de Estado fallido hay que comenzar por algún lado. Las nuevas medianías en acto creen que están haciendo cine. Su ideología, su falsa conciencia, les impide ir más allá. Pero no es cine, el cine es arte.
Y Ars necesse est; Francella non est necesse, como lo tiene inscripto, a la eta de estribor y a mura de babor, la sabiduría del marino, para quien navegar y vivir son una sola y misma cosa.
En la «guarida del lobo», Hitler se reunía con su siniestro séquito de oquedades culturales para «ver películas». El repertorio lo seleccionaba Goebbels. Y las películas eran del tono y la calidad espiritual del auditorio.
Sin embargo, para revelar la ruindad ínsita a ese bodrio inefable que es homo argentum, debería estar contraindicado hallar virtudes en todo lo que estos actores de cabotaje calumnian. No hace falta decir que los curas villeros son buenos porque «ponen el cuerpo» en el barro, en la indigencia y en el hambre de los conurbanos; eso es peor que un error, es un error que le sirve al enemigo ideológico. Porque es como naturalizar esas calamidades sociales de un país que, desde 1983 en adelante, fue gobernado por radicales y peronistas con el breve interregno de unos amarillentos que ya han empezado a morir después de fracasar como opción gerencial del poder real de este país argentino. Sobre la preocupada decepción de ese fracaso se montó la operación Milei presidente.
Y, además, parece sano insistir en que la virtud de un gobierno no debería residir en cuántos de sus partidarios están dispuestos a visitar el hábitat de los pobres, con o sin sotana, sino en cómo encuentra ese gobierno los caminos eficaces para erradicar el barro y el agua servida como hábitat cotidiano de esos pobres. Tampoco cabe contraargumentar diciendo que el hombre argentino que muestra el bodrium de Duprat y Cohn es «sólo» el porteño. Pues esto implica afirmar que en el interior del país el hombre argentino es lo opuesto a la estulticia que pretenden mostrar como dato identitario argento los «artistas» del régimen al que sirven. El hombre del interior no es ni lo mismo ni lo opuesto. La verdad es que ni en Buenos Aires, ni en Salta o Neuquén, el hombre argentino es lo que las medianías de marras dicen que es. El «homo argentum» no es, en ningún lugar de la Argentina, lo que el soruyo en celuloide de la comparsa de Francella dice que es. Hubo correntinos bravos en Malvinas. Hubo jóvenes en Malvinas. Los hubo en los Skyban que salían los miércoles de Campo de Mayo …
Para entregar un país al estatus de Estado fallido, lo primero que hay que hacer es denigrar y desvalorizar al pueblo de ese país. Si los judíos eran seres humanos, el genocidio era inaceptable. Si eran como las chinches o las vinchucas, cabía el uso del insecticida. Era una cuestión de higiene. A Hitler lo servían muchos imbéciles que no calibraban bien las consecuencias últimas de sus obsecuencias inmediatas. Ellos sólo veían que, al calor del poder de turno, salían del anonimato y mejoraban su situación económica.
Viernes, 5 de septiembre de 2025.
*Abogado, periodista y escritor.
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1 Comment
Aprecio en mucho este escrito brillante por lo culto y crítico. Son aportes que enriquecen. Por lo tanto agradezco.