Las tecnologías del yo, del sí mismo o del sujeto, no son cuestiones secundarias, como hemos visto recientemente en todas las paradojas democráticas del odio y la servidumbre exacerbadas, sino indispensables para que una sociedad funcione; por eso tienen que ser estudiadas, profundizadas e implementadas en todos sus aspectos y dimensiones materiales.
Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
I- El sujeto en cuestión. Cuanto más leo de las ultimísimas innovaciones tecnológicas del capitalismo digital contemporáneo, y sus relativamente nuevos modos de producción, más me convenzo que si hay algo en efecto irreductible, si algo permanece entre tanto cambio, es el sujeto. O más bien, como decía Althusser, los modos de interpelación del sujeto. He allí la fijación de todos los retornos, persistencias y fijaciones, que no se eliminarán por desconocerlo o pretenderlo filosóficamente superado, vía la deconstrucción generalizada de las marcas identitarias. El sujeto es siempre algo más que el emplazamiento histórico-estructural que lo constituye. Pero ese “algo más” no es un exterior trascendental o constitutivo, sino apenas un pliegue o torsión inmanente como irreductible. Por eso, entre tanta hipermodernidad tecnológica y algoritimizada, no sorprende encontrar las mismas figuras subjetivas transhistóricas que retornan con sus mecanismos típicos: el sujeto reaccionario, el sujeto oscuro, el sujeto fiel (según la nominación badiouana). Al contrario de lo que sugiere mi amigo Jorge Alemán, no me parece que el capitalismo esté en condiciones de alterar verdaderamente al sujeto ni produzca tampoco nuevas subjetividades mediante sus operaciones comunicacionales y algorítmicas; por tanto, no necesito distinguir al sujeto de aquéllas, porque no lo idealizo ni trascendentalizo: el sujeto resulta siempre de mecanismos de interpelación concretos y materiales. Solo que hoy lo sabemos muy bien: (i) algunos apuntan sus deseos y pasiones a la reproducción del orden social imperante (con todas las innovaciones necesarias), (ii) otros a la transformación inmanente de las estructuras y dispositivos (sin garantías de resolución feliz), (iii) y otros, finalmente, a la destrucción de toda novedad en función de un orden trascendente (generalmente religioso). Y aunque nos sintamos mayormente interpelados por una figura subjetiva en especial (p. e., el sujeto fiel), con sus nominaciones y tradiciones características, no podemos ignorar que opera una sobreinterpelación común que nos enlaza ineluctablemente a las otras; y, por eso mismo, nos movemos contradictoriamente entre tendencias y aspectos conservadores, reaccionarios, deseantes y destructivos. Saberlo y resolverlo en un anudamiento adecuado es la única chance que tenemos de constituir otro sujeto, más libre, más soberano, más material y concreto, que pueda dar realmente un nuevo uso a todas las tecnologías disponibles.
Es decir, ante la inexorable efectividad de la gubernamentalidad neoliberal, algorítmica y digital, no podemos retroceder y restablecer las figuras arquetípicas de antiguos significantes amos que ordenen la cosa, o incluso la siempre idealizada figura del “ciudadano ilustre”, racional y comunicativo; nuestra única chance de salir de la “minoría de edad” a la que nos condenan los dispositivos de control y sujeción actuales es, retomando un gesto moderno y crítico, esencialmente materialista, dar un paso más en relación a ellos: la constitución efectiva del sujeto. Por eso propongo que a la lógica del significante y del algoritmo generalizado, hay que desplazarlas desde una gubernamentalidad popular, compleja y abigarrada, renovada con la lógica del anudamiento solidario entre prácticas y formas de interpelación ideológica; a la homogeneidad y conectividad propuestas e impuestas masivamente, mostrarles que hay modos de anudamiento conjuntos y electivos entre prácticas irreductibles, heterogéneas, no necesariamente subsumibles a la lógica del valor. Mostrar otro uso de las tecnologías, en los mismos gestos de escritura y transmisión, en las intervenciones y composiciones oportunas. Atravesando todos los niveles en juego: desde su uso anónimo y singular hasta incluir a los distintos aparatos de Estado.
II- Uso de los dispositivos. Hay solo dos creencias extremas que me sostienen en el vacío circundante. Una resuena con la pregunta lanzada por Lacan a sus oyentes: ¿si no creyeran que van a morir, acaso podrían soportar la vida que llevan? La otra es casi lo contrario: si no creyera que el mínimo gesto de escritura o pensamiento pueden cambiarlo todo, no dedicaría un segundo más a escribir un post, un paper o un libro. En ese sentido, hace tiempo uso mis redes sociales para escribir en vivo y en directo, para crear una caja de resonancia entre gente próxima y no tanto que, aunque no participe directamente, yo sé –o supongo, eso basta– que lee y eso la afecta de algún modo. No aplican en ese uso ni la autopromoción personal, ni la acumulación de capital, ni me interesa si se usan estos datos para venderme productos que de todas maneras no compro nunca; lo que escribo no tiene ningún precio, no sigue la lógica de la valorización, de la cadena significante o el algoritmo, busca solamente el anudamiento conjunto: un modo de pensar en común. Cada post no es un fin en sí mismo, es una unidad virtual de significación del proceso genérico de escritura, que viene de y sigue por otros lados, por eso es posible reencontrar frases o ideas que circulo por allí y luego se anudan en textos mayores, etc. La idea de fondo es fractalizar y viralizar la escritura: asumirla como una forma de vida.
III. Futuridades. Sin dudas, necesitamos abrir nuevos futuros posibles, imaginar otras formas de vida y socialización que no se reduzcan a las imperantes bajo el capitalismo actual. A su vez, conocemos demasiado bien los fracasos históricos de los socialismos llamados “reales” y las limitaciones eternas de las comunidades utópicas. Por eso, las novedosas perspectivas aceleracionistas nos permiten destrabar justamente la imaginación de otros futuros posibles, partiendo de los saberes y tecnologías disponibles, pero dándoles otro uso que no sea el de la mera acumulación y la búsqueda desenfrenada de ganancia; una nueva socialización de los medios tecnológicos de producción. Incluso a nivel del Estado. Para los más lúcidos representantes del aceleracionismo contemporáneo, como Srnicek, el papel del Estado en la regulación de las plataformas tecnológicas es clave. Estoy en casi todo de acuerdo con ese gesto transformador, crítico e inmanente a las estructuras actuales de producción, no meramente reactivo o romántico (posiciones que rechazan el uso de las tecnologías), pero considero que resulta necesario reinscribirlo en una concepción más vasta y compleja de la tópica social, que entrelace las distintas prácticas, niveles, instancias y temporalidades que nos constituyen en común; esto es, considerar no sólo las prácticas y dispositivos tecnológicos, sino las prácticas políticas e ideológicas concretas, así como las prácticas éticas y de transformación de sí que pueden acompañar estos procesos (el gobierno de sí y de los otros). Para eso necesitamos reapropiarnos de lo mejor de nuestros legados históricos, teóricos y prácticos. Saber leer en la coyuntura lo actual y el modo de transformarnos.De allí que no haya grado cero del pensamiento sino despeje, exceso y resignificación en nombre propio de aquello que habrá sido para lo que está llegando a ser. Es decir, para abrir a nuevos futuros posibles, necesitamos reapropiarnos creativamente del pasado en la lógica del après-coup o Nachträglichkeit: el futuro anterior.
IV. Tecnologías del yo. Lo que pueden aportar las ciencias sociales y humanas a la sociedad en su conjunto, más que la comprensión o explicación de sus procesos generales o tipos particulares, es el estudio, difusión, mejoramiento e inclusión en todo proceso político-social concreto de las tecnologías del yo. Tenemos que asumir, a esta altura de nuestra fallida modernidad, que los procesos de subjetivación crítica y autonomización individual no son espontáneos ni tienen por qué ser automatizados o dirigidos algorítmicamente; los modos de subjetivación son procesos complejos, delicados y precarios, que requieren de múltiples apoyaturas, técnicas y metodologías, pero sobre todo de sostener un ethos constante de reflexividad crítica. La rigurosidad tiene que ver más con ese ethos que con mediciones cuantitativas. Las tecnologías del yo, del sí mismo o del sujeto, no son cuestiones secundarias (como hemos visto recientemente en todas las paradojas democráticas del odio y la servidumbre exacerbadas), sino indispensables para que una sociedad funcione; por eso tienen que ser estudiadas, profundizadas e implementadas en todos sus aspectos y dimensiones materiales: en relación a distintos saberes (occidentales, antiguos y modernos, orientales o ancestrales), en relación a situaciones y relaciones de poder concretas (no solo a los marcos generales de dominación y explotación), en relación reflexiva con el mismo proceso de implementación y estudio (por eso el investigador necesariamente debe hacer un proceso reflexivo de transformación de sí en tales circunstancias, caso por caso). No es para nada desacertado que haya, en ese sentido, un Ministerio dedicado a trabajar y transversalisar los procesos de constitución crítica de nosotrxs mismxs.
Córdoba, 8 de diciembre de 2019
*Investigador Adjunto (CONICET). Miembro del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-UNC-CONICET)