La unidad en el campo popular en términos filosóficos.
En la coyuntura actual en la cual la unidad del campo popular es un problema, Roque Farrán propone pensar la política desde el concepto de “transmodalidad de pensamiento”: Cruces, transferencias, anudamientos para lograr que las diferencias no sean meramente toleradas o abolidas, sino puestas a trabajar en la producción de nuevas prácticas políticas.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
Repito el título de un libro de Alain Badiou, solo que agrego una precisión no menor: el lugar desde el cual se plantea la pregunta por el pensamiento de la política. El pensar situado no quiere ser meramente localista o folclórico, sino que asume sus condiciones materiales de enunciación, su singularidad estricta, para pensar el común o incluso plantear las coordenadas del universal concreto. Por supuesto que Badiou, luego del título, comienza su texto con una referencia concreta al lugar desde el cual escribe. “En mi país, que, por lo menos desde 1789, fue el lugar por excelencia de la política…” Pero mi objeto no es repetir las proposiciones badiouanas, sino pensar la política en esta coyuntura singular en la cual la unidad del campo popular es un problema.
Si para Badiou, en Francia, la política como acontecimentalidad era un fenómeno raro, entre tanta normalidad institucional, podríamos decir que en nuestras tierras lo raro impregna todo: el campo popular, las instituciones del Estado, las empresas, etc. Por eso no podemos darnos el lujo de pensar solo a distancia del Estado y la normalidad, casi siempre fenómenos raros o extrañados para nosotros. En cualquier caso, lo que suelo tomar del pensador francés porque me parece lo más potente de su apuesta, más que sus tesis políticas, son los conceptos que se desprenden de su práctica filosófica. Pero como hace mucho tiempo que trabajo en ello, y no quiero repetirme demasiado, voy a empezar con un aporte proveniente de otros campos, bajo la idea de que aporta algo para pensar la unidad en la diversidad: la transmodalidad sensorial.
La transmodalidad sensorial implica que, si estamos privados de un sentido, los otros pueden ayudar a suplir la información que nos falta para ubicarnos en torno a los objetos y el espacio. Por ejemplo, personas que han nacido ciegas, al recuperar la visión por una operación, han podido reconocer objetos que no habían visto pero del cual formaron una imagen a través de los otros sentidos. Me interesa pensar que sucede lo mismo en el campo del pensamiento conjunto que nos afecta. Resulta más interesante aun de lo que sucede en el campo de los sentidos, porque se hace patente que el pensamiento no es algo que sucede en el interior de una mente, sino en el conjunto de prácticas que nos constituyen como sujetos. En exterioridad inmanente, podríamos decir. Los puntos ciegos que tenemos al interior de cada práctica pueden iluminarse acudiendo a otras, aunque no nos informen del mismo modo sobre la materia en cuestión; por eso resulta atinada la expresión “transmodalidad de pensamiento”.
En filosofía, Badiou ha tratado de conjurar el problema de la dispersión o especialización técnica con la noción de composibilidad: componer y posibilitar el cruce entre diversos procedimientos de verdad, como son el arte, la ciencia, la política y el amor. No se trata de subsumirlos en un metalenguaje que traduzca todos los términos, tampoco de nombrar a uno de esos procedimientos como el dominante, sino de trabajar en las junturas creando un campo intersticial e inmanente (no trascendental) que permita atravesar los diversos campos y amplificar los puntos ciegos o impasses de cada uno a través de los elementos que aportan los otros. Así, no es que la matemática formalice el amor o las artes en su conjunto, pero ayuda a brindar elementos para no quedarnos confinados a la mera sentimentalidad o el intuicionismo; de igual modo, las ciencias y la matemática pueden encontrar en el amor, el arte o la política elementos para no quedar varados en procedimientos técnicos e insensibles; así se hacen notables las decisiones políticas que determinan problemas científicos, o la intensidad amorosa que puede movilizar la solución de un problema, etc. Lo mismo ocurre con la política, la práctica que más se puede beneficiar del aporte de las otras prácticas.
“La ciencia sin filosofía es ciega, la filosofía sin ciencia es vacía”, decía Kant. Pero además ambas -agrego junto a Badiou- sin psicoanálisis, arte y política son sordas, insensibles y cobardes. El psicoanálisis permite agudizar la escucha, el arte la sensibilidad, la política el coraje -y agrego algo que no dice Badiou: la ética contribuye a cultivar la templanza necesaria para encarar cualquier práctica. Por eso hay que practicar en el cruce de sentidos, experiencias y conceptos la potencia común que nos singulariza. No es mera interdisciplina o suma ecléctica de saberes, es pensamiento material, abierto y anudado del tiempo. Cada procedimiento es irreductible y tiene una potencia singular que se ve amplificada en el recurso diferencial que pueden transferir los otros procedimientos. No hay subsunción ni contaminación, sino composibilitación. Así, las diferencias no son meramente toleradas o abolidas, sino puestas a trabajar para que, a través de ellas, se pueda producir otra cosa.
Hoy, nuestro principal problema político es cómo componer con las diferencias irreductibles, no solo respetarlas o tolerarlas, sino cómo hacer en efecto para que las diferencias ayuden a producir en su combinación articulada otra cosa, pues los puntos ciegos son ostensibles y se muestran en las limitaciones prácticas. Mientras el campo popular se pelea, nos devoran los de afuera (en realidad ya bien instalados en nuestras tierras por las gestiones neoliberales solicitas a entregas directas).
Por supuesto que cada quien, de acuerdo adónde se desarrolle su práctica, afectará y será afectado por distintos objetos, relaciones y fuerzas. No es lo mismo trabajar a la par de los movimientos populares, en los barrios y villas, que en las escuelas, universidades, hospitales o centros de salud; tampoco será lo mismo tratar principalmente con quienes trabajan en el congreso o en los ministerios, en relación con las grandes empresas o con los gobiernos y multinacionales del exterior. El problema es cómo dar cuenta de la singularidad y de lo que ese saber forja en relación a la mutua afectación y no a rigideces identificatorias jerárquicas (funcionales o pragmáticas). También sabemos que no todos podemos estar en todos lados ni participar en todas las decisiones, por eso es crucial la confianza afectiva y el concepto de unidad en la diversidad.
El problema, en definitiva, es cómo cada hacer singular se deja iluminar en sus zonas opacas por el proceder de los otros, sin reducirse a ellos. Entender la lógica del conjunto articulado no solo supone dejarse afectar por las fuerzas en juego (composiciones y descomposiciones) o tratar de afectarlas según la lógica propia (influencias y decisiones), sino proponer conceptos que permitan la composibilidad. No hay verdadera unidad de las diferencias sin concepto y sin pensamiento. No hay unidad sin confianza en la diferencia singular y en la composibilidad conjunta con las otras diferencias irreductibles.
En el concepto como en la vida política podemos aprender de la “transmodalidad de pensamiento”: cruces, transferencias, anudamientos. Es el término que propongo para salir del impasse de nuestra razón (in)tolerante.
Córdoba, 14 de marzo de 2022.
*Filósofo.