Horacio, el lazo González – Por Conrado Yasenza

Foto: Sole Quiroga.
Horacio – Por Alejandro Kaufman
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Ilustración: Gaby Casanova
Poesía: ESE JUAN – Por Carlos Caramello
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Horacio, el lazo González – Por Conrado Yasenza

Foto: María José Minatel.

Foto: María José Minatel.

Por Conrado Yasenza*

(para La Tecl@ Eñe)

 

La palabra dolor no alcanza para decirte cómo se astilla el alma con tu muerte, querido Horacio. Inverosímil. Ya ha pasado una semana desde que te despedimos en la Biblioteca Nacional y tu ausencia tiene la profundidad de una presencia que se torna inagotable allí donde se encuentra tu palabra escrita y dicha, meandros del texto yuxtapuesto y vuelto palimpsesto amoroso, conversación infinita como conjuro y desafío para seguir pensando ese término gigante, esa palabra que tanto indagaste, sobre la cual pensaste en remolinos o circunferencias o círculos concéntricos donde ese río sin curso catalogable que creaste contiene en sus corrientes a quienes creyeron también que una nación no existe de por sí en los textos pero que pensarla y escribirla la transforma en una memoria siempre en conflicto, siempre en tensión. Esa palabra es Argentina, y ese texto un resto imborrable y potente de una pampa que se extiende casi como una invasión, una histórica invasión. Los descubridores nóveles, los que perduren en la aventura riesgosa de pensar el país en el mundo, quizá se refieran a tu modo escritural ya no con el adjetivo tantas veces usado para menospreciar una biografía, un ¿estilo?, el barroquismo gonzaliano, los gonzalismos, sino, imagino o anhelo, como el loop González – el lazo González -. Vamos por esa apuesta, querido amigo. Vamos por ese anhelo por el que tenemos que seguir trabajando. ¿Cómo? Bueno, creando esa lazada, ese vínculo que como un río de llanura una todos tus textos volcados generosamente en libros, revistas y prólogos, con los que te esperan en este presente que ya es futuro. En que lío me metí, querido amigo, justo en una de tus preocupaciones, porque siempre estabas en una condición de pensamiento que contenía esa preocupación podemos decir dramática en el sentido de aquel cuyo deseo es comprender las dificultades, que implican siempre una pregunta por la existencia. Digo lío, embrollo, porque ese pensar el tiempo es en vos la esencia de la vacilación, grito agónico del que sin morir se resiste al retiro o destierro de un no pensar. Es decir, habitar el mundo con disposición filosófica. ¿Qué significa esto? Agotar la palabra intelectual y sustituirla por el hacer frente a problemas intelectuales, que es asumir que todo está eternamente tejido o siendo tejido, o tejiendo – para piratear al gran Baruch – los modos de existir. Digo, querido amigo, el pensamiento, la palabra – siempre la palabra, la casa del alma – escrita o dicha como un acto de gran potencia, porque impotencia es no existir, no poder abrir el pecho y quitarnos, aunque sea brevemente, esa piedra ancestral alojada por debajo del esternón.

¿Y cómo se justifica una existencia, querido Horacio? Me dirías, imagino, en el caso de que sea necesaria una justificación, una existencia vale por su potencia para incomodar lo establecido, lo normatizado, lo homogeneizado por las burocracias institucionales de la existencia, lo que cruje y se quiebra por cristalizado. Tal vez, una existencia, una vida, se justifica en el enfrentamiento, entre sospechas y paradojas, con el poder que nunca es uno pero que sí tiene manifestaciones visibles, palpables en este tiempo de hienas que sonríen ante un banquete de estafadores universales; disputar ese poder para ser sujetos – otra palabra que te incomodaba – de nuestro destino y no artificios de las pequeñas ambiciones del otro.

Transformarse, querido amigo, compañero. Y revelarse frente a la ignominia de un mundo sin humanismo. En esos dilemas andabas. Cómo pensar esta época que exhibe múltiples y mancomunados rostros del terror capitalista. Sintetizando muy mal, estabas trabajando con preocupación abismal, en la posibilidad de construir un humanismo crítico pero que no se agotara en una solución desarrollista o progresista de izquierda, sino como una nueva forma de unidad para combatir los rostros que producen las alianzas financieras, comunicacionales, jurídicas y estado-represivas, es decir, un anticapitalismo que no actúe ni a ciegas ni se llame a sí mismo “serio”.

Un humanista, sí, que creía en la transformación colectiva a través de la propia transformación; un ser dador de generosidad en el sentido amoroso en que se expresa la entrega, tu pasión Horacio, que es alegre.

Tenemos la obligación de batallar en la forja de ese humanismo crítico como una expresión posible del vivir común, de la prevalencia de esa comunidad libre, libertaria y liberadora que a Horacio tanto le gustaba pensar como un modo humano de la existencia.

 

Coda

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo, no sé! / como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… En estos días el alma anda empozada. Son días de pérdidas que en mi caso tienen una resonancia profunda, como una bella acústica acentuada por la tristeza. El eco temporal de un día del año 1998 en que fui hasta tu casa de la calle Brasil para hacerte la primera de una larga serie de entrevistas que culminó en una mañana del 26 de julio – ¡qué fecha simbólica¡- de 2016, y que más que entrevista fue una conversación sobre tu gestión en la Biblioteca Nacional, que se extendió, entre mates, durante toda la mañana hasta bien entrado el mediodía, y que devino gracias al gesto amoroso de Liliana Herrero y de varios compañeros, en un libro: Horacio González. La Biblioteca Nacional: Entre la gestión vitalista y las hegemonías informáticas.

Pero vuelvo a aquella mañana del 98. Llegué a la la gran puerta de hierro del edificio de la calle Brasil, toqué el timbre, me atendiste y tu voz salió mediada por el portero eléctrico. Ya bajo, me dijiste. Estaba muy nervioso, iba a entrevistar por primera vez a González – como dijo Juan Falú, el hombre más importante de la Argentina y se llama González -. Se abrió la puerta y apareciste: El pelo largo y lacio, los ojos verdes como tiernas aceitunas (creo, soy daltónico); llevabas puesta la legendaria campera de gamuza y tenías el diario Clarín bajo el brazo – si también leías Clarín-. Te acercaste, nos dimos formalmente la mano y con voz muy suave y cálida dijiste: Vamos al bar, Liliana tuvo un recital y se acostó muy tarde. Así, en el Británico iniciamos esta conversación de más de veinte años que no finaliza con tu ausencia.

Hasta siempre querido Horacio, te despido con este confuso texto escrito desde la potencia del amor, sin claridad porque si la claridad es contundente no es claridad, es contundencia.

 

Avellaneda, 29 de junio de 2021.

*Periodista. Director de La Tecl@ Eñe.

1 Comment

  1. Sara Berlfein dice:

    🌹🍷😘

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