El espacio kirchnerista confirma sus convicciones antagónicas con el macrismo mientras que el peronismo colaborativo encuentra cada vez más dificultades para diferenciarse del gobierno. La construcción de una alternativa opositora hacia 2019 se manifiesta con un grado de complejidad difícil de superar.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
A esta altura de las cosas es evidente la complejidad de la construcción de una alternativa opositora para el 2019.
No sólo la diversidad de las razones por las cuales sectores heterogénos deberían construir una unidad opositora, sino porque están involucradas cuestiones ideológicas, identitarias, ambiciones personales y de grupos, etc.
Hay sectores peronistas para los cuales la exclusión de Cristina Kirchner es una bandera central. No debe llamar la atención porque tienen un diálogo fluido con el actual gobierno, que a su vez tiene como enemigo fundamental al kirchnerismo y a lo que representa en materia de insumisión al poder económico y a las potencias occidentales. Ese peronismo es exactamente lo que describió Massot, quien con sinceridad explicitó que Cambiemos no podrá estar para siempre, y que en algún momento deberá llegar el “peronismo” entendido como continuidad del actual proyecto, para completar el requisito mínimo democrático de la famosa alternancia. La idea de los factores de poder locales es: alternancia política formal, sí. Alternancia de modelo económico, o de modelo de negocios, no.
Ese bloque de poder tiene su propio Nunca Más: nunca más un gobierno nacional, soberanista, y popular, redistribucionista. Nunca más un espacio político no colonizado por el sector privado. Nunca más políticos que piensen por su cuenta. Nunca más alianzas latinoamericanas que fortalezcan la autonomía de la región. Nunca más restricciones ni limitaciones a sus negocios y sus ganancias. Nunca más consideraciones de equidad en las políticas públicas. Nunca más amenaza a la propiedad privada, aunque se justifique con razones públicas de fuerza mayor. Nunca más estar fuera del aparato del Estado.
Hay un peronismo que está de acuerdo con ese nunca más, y que se pone en fila para algún día recibir la banda presidencial de Macri o Vidal, para seguir haciendo lo mismo. Es totalmente lógico que comparta el santo y seña de todo es espacio corporativo: sacar a CFK del mapa político argentino.
En el otro extremo de este vasto campo aparece el kirchnerismo, bastante desorganizado, sin línea clara ni reacciones rápidas y efectivas frente a los acontecimientos, pero con el patrimonio de la experiencia vivida, y la coincidencia en el liderazgo indiscutido de Cristina. Con un rechazo fuerte a la gestión macrista, pero decididamente no aggiornado y sin formular una propuesta alternativa.
En el medio del polo del peronismo vencido y el kirchnerismo irreductible por el régimen, hay un enorme espacio de dirigentes fluctuantes, de floja definición ideológica, viendo dónde posicionarse, y amplísimas masas populares con crecientes problemas, sin formación política y en espera de soluciones y liderazgos atractivos.
Guillermo Moreno propone una confluencia de todos los peronistas (excluyendo a sectores que participaron muy destacadamente dentro del kirchnerismo), desde Urtubey hasta Cristina, para “luchar contra la oligarquía”. Es casi imposible pensar a una buena masa de los dirigentes “peronistas” que Moreno convoca, luchando no ya contra la oligarquía, sino contra los formadores de precios, tarea en la cual él se destacó.
El intento vano de Moreno pone en evidencia una dificultad fundamental de la “unidad” opositora: la contradicción entre la necesidad básica de sumar grandes contingentes poblacionales, para ser competitivos electoralmente, con la formulación de una meta claramente diferenciada del actual bloque de poder. En el caso de Moreno la contradicción estalla porque es difícil encontrar en el mundo de la “dirigencia” peronista actual personajes con auténtico espíritu transformador, o con una dosis de rebeldía social básica.
La “turbulencia”:
La reciente corrida cambiaria ha sido el producto perfecto de toda la gestión macrista:
Así las cosas, hizo falta un leve empujoncito del escenario global, para que se desatara un vendaval cambiario. Son muchos los actores locales que perciben los graves desequilibrios subyacentes en las cuentas externas de Argentina. Grave déficit comercial, gran déficit turístico, enorme venta de dólares para “atesoramiento”, remisión de utilidades de las multinacionales, acelerado crecimiento del pago de intereses de una deuda que el macrismo ha agigantado… El dólar es percibido como “barato”, y toda ocasión es buena para hacerse de esta moneda, especialmente después de haber ganado intereses increíbles en el mercado de LEBACs.
El gobierno acudió a todos sus aliados, socios y contactos para frenar la bomba, que fue desactivada hasta el próximo vencimiento descomunal de LEBACs, el 19 de junio. Nada estalló, pero nada se desactivó. Se convocó al FMI de urgencia, para mostrar un respaldo financiero adicional, pero también para introducir un actor “respetado” por las fracciones del poder local e internacional, que puede aportar algo de coherencia –neoliberal- en la estrategia gubernamental. El FMI no es un golpe de efecto más, sino que implica la introducción en las políticas públicas un grado de crudeza e impiadosidad que develan un rostro hasta ahora velado del macrismo.
El FMI y la unidad opositora:
Macri huyó hacia adelante. Zafó del potencial explosivo derivado de la timba financiera que su gobierno promueve, y para ello introdujo a un guardaespaldas que le va a terminar dando órdenes que pueden ser amargas. Por ejemplo, el FMI cuestiona los programas de Participación Público-Privada (PPP), para realizar grandes obras públicas con endeudamiento externo, que han sido bastante perjudiciales en varias experiencias internacionales.
Pero en lo político, el FMI desbalancea la ecuación entre reformas económicas-equilibrio político que venía manejando Cambiemos. Obliga a endurecer la realidad económica y social de los argentinos, y eso pone al gobierno en una situación indeseada porque le “enyesa la muñeca” para negociar con sindicatos, gobernadores, intendentes y otros actores con los cuales necesita trabajar para seguir avanzando hacia la sociedad neoliberal que tanto añora.
La aparición del FMI, y el escenario económico y social de los próximos meses, afectan todos los planes que se estaban haciendo, como una suerte de acelerador histórico. Melconián ha contado que él promovía que las medidas mas duras se implementaran desde un comienzo, para que la caída de popularidad gubernamental se diera en el primer tramo de la gestión, y se pudiera llegar con chances a las elecciones presidenciales de 2019. Desliza que hoy puede no quedar margen para reactivar después de lo que se viene en los próximos 12 meses.
¿En qué lugar queda el peronismo que quiere continuar al macrismo? La profundización de las medidas antisociales, que han sido muy mal recibidas por el 70% de la población, es la agenda de los próximos meses. ¿Cómo sostener la fórmula de Massa, “acompañar lo bueno y criticar lo malo”, si casi todo va a ser malo?
El deterioro social para un amplio espectro poblacional –precisamente la base social peronista- no podrá ser ocultado, como hasta ahora. Hasta los créditos UVA mostrarán su duro rostro en poco tiempo, como los créditos a jubilados y hasta a receptores de la AUH.
El gobierno de Cambiemos mostrará en 2019 una caída en los índices de inflación. Es un argumento que puede satisfacer a la minoría rica, o a sectores medios acomodados, con ingresos estables, y consustanciados con el discurso neoliberal. Pero jamás pueden ser una bandera popular, en tanto esa inflación más baja conviva con alto desempleo, salarios malos, trabajo precario y desmejoramiento general de las condiciones de vida.
Se ha estrechado, y se continuará estrechando el espacio social para la pata “colaborativa” del peronismo, en tanto se abre un tiempo duro para la mayoría, de reflexión sobre por qué les pasa lo que le pasa, y para qué sirvió, en realidad, el apoyo de muchos al macrismo.
El fuego se ha intensificado debajo de la olla social, y nadie puede predecir en qué opciones políticas se cristalizará la evolución de una parte del electorado. En tanto el espacio kirchnerista no deja de confirmar sus convicciones antagónicas con el macrismo, el espacio colaborativo encuentra cada vez más dificultades para diferenciarse de un gobierno que cada vez concreta peores cosas, y cuyas ventas de humo están en franco descenso.
Escenarios que parecían imposibles en octubre del año pasado hoy son posibles, y sólo la lucha política y social terminará contestando muchos de nuestros interrogantes.
Buenos Aires, 23 de mayo de 2018
*Licenciado en Economía UBA y Magíster en Relaciones Internacionales por FLACSO. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Investigador-docente en la Universidad Nacional de general Sarmiento, en el Instituto de Desarrollo Humano.
Profesor en la Facultad de Cs. Sociales y Cs. Económicas de la UBA. Docente en la maestría de Historia Económica en la FCE UBA, y en la Maestría en Cs. Sociales del Trabajo en el Centro de Estudios Avanzados de la UBA.
2 Comments
muy bueno, comparto!
Estimados amigos lectores,
Debido a su comportamiento, el Parlamento argentino ha dañado su legitimidad como órgano democrático y representativo del pueblo. Se sabe que todo lo que importa se decide y resuelve fuera de él, y frecuentemente en un escritorio presidencial.
No obstante, es necesario recuperar la supremacía del poder civil, que debe ser absoluta, completa y soberana, y debe ser garantía de que la patria siga un proceso normal. Y no es normal que un gobierno democrático nos lleve a la parálisis generalizada.
Es en el Parlamento donde está nuestra última esperanza. De lo contrario, es inminente un gobierno civil con “ayuda” militar. Y ni hablemos de democracia, de justicia, y de republicanismo.
Estamos ante una crisis de nuestra democracia representativa, y es el pueblo argentino quien reclama al Parlamento actuar en contra de un poder ejecutivo malo.