El pasado nunca vuelve y la historia nunca se repite, en todo caso, “lo viejo” podrá ser la herramienta de un proyecto político, pero nunca el proyecto político en sí mismo.
Por Hernán Brienza*
(para La Tecl@ Eñe)
“Lo viejo funciona”. Seguramente fue la frase más celebrada de los primeros seis episodios de la serie “El Eternauta”, dirigida por Bruno Stagnaro y protagonizada por Ricardo Darín. El lema pronunciado por el profesor Favalli, interpretado por el uruguayo César Troncoso, se convirtió en una especie de mantra para quienes disfrutaron de la serie y, sobre todo, para quienes actualizaron la ya politizada –aunque siempre en forma sutil- historieta de Oesterheld. Esas palabras las dice durante el capítulo segundo cuando descubre que los artefactos analógicos no fueron afectados por la crisis energética producida por la nevada mortal.
La metáfora es efectiva: en un mundo acechado por la tecnología deshumanizante, por la digitalización, por la Inteligencia Artificial, lo analógico se vuelve un terreno seguro, manejable, un lugar a mano para refugiarse de la incertidumbre. Lo mismo se podría decir de los discursos, las prácticas, las concepciones de la política y lo político en tiempos de extrema derecha, de anarco libertarismo o de como quiera denominarse la nevada mortal ideológica a la que está siendo sometida la sociedad argentina en esos momentos.
Pero más allá de lo acertada de la frase, ella misma esconde su propia sepultura. Lo viejo, lo desechable, lo descartable, los deshechos de una ultra-modernidad, sirven para enfrentar los problemas nunca antes experimentados. Es una bella reivindicación, es cierto. Pero el concepto es un tanto reaccionario: solo el pasado sirve para superar el futuro. No hay futuro posible después del presente, el pasado es útil como espacio de resistencia, pero no nos permite atravesar el presente y mucho menos proyectarnos a un futuro. “Lo viejo sirve, Juan”, es una hermosa metáfora para la construcción de una épica inspiradora ficcional, pero es un ariete demoledor para cualquier intento político con vocación de poder. Prometer pasado es la obturación misma del camino de una historia, si es que la historia es un camino. Alguien puede pensar con razón que la historia no es una línea progresiva, puede sostener que se trata de una dialéctica pendular espiralada, es decir, que se pueden apreciar rupturas y continuidades, pero hay dos cosas que están fuera de discusión: 1) que el pasado nunca vuelve y 2) que la historia nunca se repite. En todo caso, “lo viejo” podrá ser la herramienta de un proyecto político, pero nunca el proyecto político en sí mismo.
En su libro “Restos y desechos. El estatuto de lo residual en la política” (Editorial Caterva), el filósofo y politólogo Eduardo Rinesi se interroga, a partir del estudio que realiza de las obras “Hamlet” y “El mercader de Venecia”, de William Shakespeare, por la forma en la que el pasado persiste en el presente sin quedar nunca enterrado del todo y, por otra parte, en la forma en que el sacrificio que todo sujeto debe hacer para formar parte de la vida social. “Toda sociedad produce cosas con las que no sabe qué hacer, residuos de su propia actividad, y me pareció que estas dos categorías, restos y desechos, podían ser interesantes para pensarlo –explica Rinesi en una entrevista periodística realizada en plena pandemia-. En Freud, el resto es lo que queda en el camino en el avance de nuestras vidas, individuales o colectivas. Siempre quedan, por así decir, cosas o sujetos en el camino o al costado del camino (…). Hay algo conjetural, diría, una etimología conjetural que me interesa: que derrota viene de de-route. La verdad, no sé si está bien, pero es interesante. Las cosas, los sujetos, las vidas que van quedando al costado del camino, como de-rotadas por el paso de la historia, se convierten para quienes siguen por ese camino en restos, pero con los que nunca sabemos muy bien qué hacer”.
“La idea de resto –explica Rinesi- supone siempre una reflexión sobre, como diría Hamlet, el desquicio del tiempo. Porque el tiempo está desquiciado, el pasado siempre vuelve, insiste, nunca termina de clausurarse. En cambio, la lógica del desecho nos hace pensar en el desquicio del espacio. Lo digo de un modo torpe: todos, enteros, no entramos. Para poder jugar el juego de la vida en sociedad debemos entregar una libra de carne de nosotros mismos. Vivir en sociedad es vivir des-hechos, haber aceptado des-hacernos de algo. Siempre el tiempo está fuera de quicio: no hay primero un pasado, luego un presente y después un futuro. Cada uno de esos tiempos toma por asalto a los demás, y el presente es siempre un lugar de disputas entre el pasado y el futuro. Y el espacio social, lo mismo: siempre es un lugar de negociaciones, de entrega de lo que habríamos querido en nombre de lo que podemos conseguir, de insatisfacción con lo que conseguimos en esa negociación permanente. A esto que aquí estoy diciendo es a lo que Gramsci llamó “hegemonía”, que supone siempre el desquicio del tiempo y del espacio, una lucha por qué de lo que queda del pasado y qué de lo que soñamos del futuro se impone en el presente y una lucha por qué tan pesada deba ser la libra de carne que tenemos que entregar en la puerta de entrada del juego de la vida con los otros. Por qué cosa es lo que sobra, o lo que falta. Lo que sobra, en la perspectiva de la lógica del sistema social que no puede permitirnos realizarnos plenamente entre los otros; lo que falta, en la perspectiva del sueño que tienen los sujetos de entrar ellos también en el reparto de las mercedes del sistema”.
La nevada mortal, con o sin metáfora política, es el desquicio más absoluto de todos los tiempos posibles. Y es en ese marco en que lo viejo puede ser pensado como lo derrotado que vuelve –en palabras de Rinesi-, lo que restó y que viene a sugerirnos la corrección del desquicio o como lo meramente desechado, lo que ya no tiene espacio ni tiempo ni lugar. La pregunta clave es ¿cuál es el sacrificio que debe hacer lo viejo para poder volver como “resto”, es decir, aquello que fue derrotado pero puede ser “restaurador” y no como deshecho, como algo que ya no tiene posibilidad de regreso y va camino a su descomposición.
Julio 12 de 2025.
*Politólogo, escritor y periodista. Fue miembro de número del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Iberoamericano Manuel Dorrego.
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