Falleció José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay. Con él se apagó una de las voces más lúcidas, coherentes y humanas de la política latinoamericana contemporánea.
Por Claudio Altamirano*
(para La Tecl@ Eñe)
El martes 13 de mayo falleció José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay, y con él se apagó una de las voces más lúcidas, coherentes y humanas de la política latinoamericana contemporánea. Su muerte, más que un cierre, es una invitación a repensar la vida, la política y el porvenir desde los márgenes de un sistema que él siempre se atrevió a desafiar. Mujica no fue un político al uso: fue un símbolo de resistencia, austeridad y esperanza.
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica eligió muy temprano el camino de la lucha por la justicia social. En los años sesenta se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, enfrentando un orden social injusto con la radicalidad de quienes no temen jugarse la vida por un ideal. Herido de bala, detenido y torturado, pasó casi quince años preso durante la dictadura militar, muchos de ellos en condiciones de aislamiento extremo. Pero de aquel encierro no salió endurecido, sino transformado. “Viví muchos años en soledad en un calabozo. Hubo noches que cuando me ponían un colchón estaba contento. Repensé todo. Y la felicidad, si no la llevás adentro y no la tenés con poco, no la tenés con nada”, dijo alguna vez. Esa experiencia marcó su visión del mundo: la libertad, para él, no era la acumulación, sino el desapego.
Al recuperar la democracia, Mujica no eligió el resentimiento, sino la construcción. Fundó el Movimiento de Participación Popular dentro del Frente Amplio, y desde allí transitó un camino de servicio público que lo llevó a ser diputado, senador, ministro y presidente entre 2010 y 2015. Ya no era el guerrillero clandestino, sino el estadista que supo reconciliar la memoria de lucha con la responsabilidad institucional.
Su gobierno fue pionero en muchas reformas sociales que aún resuenan en la región: la legalización del aborto, la aprobación del matrimonio igualitario, la regulación estatal del mercado de marihuana. No lo movía el afán de protagonismo, sino una convicción profunda en la dignidad de las personas. “La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor”, solía repetir, con la naturalidad de quien nunca entendió el poder como privilegio.
Pero su mensaje más potente no estuvo sólo en las leyes que impulsó, sino en la vida que eligió. Rechazó los lujos de la presidencia, vivió en su modesta chacra, donó gran parte de su sueldo y siguió manejando su viejo Fusca celeste. “Yo no soy un presidente pobre. Yo no vivo con pobreza, vivo con austeridad, con renunciamiento. Preciso poco para vivir”, explicó más de una vez. Su sobriedad no fue un gesto publicitario, sino una filosofía de vida: “No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”.
Desde esa coherencia, Mujica se convirtió en un faro global. Sus intervenciones en foros internacionales, como su célebre discurso en Río+20, expusieron con sencillez brutal los límites del modelo consumista: “Prometemos una vida de derroche y despilfarro, que en el fondo constituye una cuenta regresiva contra la naturaleza y contra la humanidad como futuro”, advirtió. Y en un mundo obsesionado con el tener, él insistía en otro camino: “Ser libre es gastar la mayor cantidad de tiempo de nuestra vida en aquello que nos gusta hacer”. Para Mujica, la libertad era tiempo y sentido, no bienes acumulados ni prestigio social.
Junto a Lucía Topolansky, su compañera de militancia, de vida y de sueños, construyó una pareja tan entrañable como revolucionaria. Compartieron cárceles, proyectos y silencios, y demostraron que el amor también puede ser una forma de hacer política.
Mujica fue muchas cosas: rebelde, estadista, filósofo popular, campesino, militante, presidente. Pero sobre todo fue una presencia incómoda para quienes naturalizan el privilegio y el cinismo. Su legado no cabe en un mármol ni en una estatua: vive en sus frases que nos interpelan, en sus gestos que desmienten el doble discurso, en su obstinada ternura. “El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes verdaderamente son”, decía. Y él, en el poder, reveló una autenticidad casi extinta.
América Latina despide hoy a un hombre que eligió no odiar, que caminó liviano por la historia, y que nos enseñó que “vivir mejor no es sólo tener más, sino que es ser más feliz”. Su partida es un llamado: a ser más humanos, más libres, más justos. Y, sobre todo, más coherentes. Porque, como él mismo dijo, “los únicos derrotados son los que bajan los brazos”. Y Pepe Mujica, aún en su muerte, sigue levantándolos por todos nosotros.
Buenos Aires, 14 de mayo de 2025.
*Educador, escritor y documentalista argentino.