A 80 años de la derrota del nazifascismo, Alberto Nadra rescata episodios olvidados de la resistencia antifascista en la Argentina, en un relato que entreteje memoria familiar e historia colectiva. En junio de 1941, la destrucción de la bandera con la esvástica en Córdoba no solo desnudó las complicidades locales con el Tercer Reich, sino que anticipó las tensiones de un mundo donde resurgen discursos de exclusión. Un llamado a mantener viva la memoria en los pliegues de la lucha presente.
Por Alberto Nadra*
(para La Tecl@ Eñe)
– ¿De qué trabajas ahora?
– Soy combatiente antifascista.
Cuando era niño, mis hermanos y yo a menudo escuchábamos a mi padre relatarnos este diálogo. Pertenecía a la escena de una película europea, cuyo nombre no logro recordar, en la que dos viejos amigos se reencontraban, tras años de separación, durante un viaje en tren por la Europa ocupada por los nazis.
La anécdota, y la lucha necesaria y valiosa que retrataba, despertó en nosotros el anhelo de protagonizar actos heroicos similares. Sin embargo, aquella vocación de lucha por los nobles ideales con los que nos formaron derivó, en años posteriores, en dolorosas pesadillas.
En Europa y en la Argentina
Parece relevante recordar esa lucha que resurge en el mundo y en nuestro país, potenciada por movimientos que acceden al poder político.
En los años cuarenta, el avance del fascismo logró unir liberales, democristianos, comunistas, anarquistas, gitanos y personas de diversa orientación sexual en capítulos heroicos de combate y oposición a la destrucción que representaba esa ideología: la Resistencia de maquis y partisanos, los levantamientos en los guetos judíos y acciones locales menos conocidas.
En Buenos Aires, por ejemplo, se ejecutaron acciones de lucha antifascista que han sido olvidadas por la historia oficial, como los más de 200 sabotajes efectuados contra locales de reunión y depósitos nazis o la destrucción de embarques de salitre natural en el puerto. Este mineral, proveniente de Chile, permitía extraer nitrato de potasio, un insumo clave para los explosivos del “Tercer Reich”.
Durante la Década Infame (1932-1943) –y especialmente mientras el ultraconservador y pronazi Ramón Castillo estuvo al frente del Poder Ejecutivo– se multiplicaron también protestas estudiantiles. En ese contexto, en junio de 1942, mi padre, Fernando Nadra, líder de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) pronunció un discurso de despedida hacia Deodoro Roca, autor del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918.
Un año antes, el 20 de junio de 1941, Nadra había dirigido una movilización estudiantil y obrera hacia el consulado alemán en Córdoba, en el Día de la Bandera. Allí, los manifestantes les exigieron a las autoridades del consulado que arriaran la bandera con la esvástica e izaran la bandera argentina.
Hace caer el estandarte nazi
En Veinte años de movimiento estudiantil reformista (1964), Bernardo Kleiner explica que, ante la negativa de las autoridades del consulado “…los estudiantes organizaron varios actos relámpago. Cuando se aglomeró el público al grito de ‘abajo el nazismo, viva la bandera argentina’, un dirigente de la FUC se encaramó al mástil a varios metros de altura. Y, ante la expectativa general y la amenaza armada de los burócratas del consulado, el estudiante arrancó la bandera nazi haciéndola pedazos, en medio de la ovación de los asistentes”.
El periódico vespertino local Córdoba describió el hecho de este modo:
«… el joven estudiante, que había subido y que alcanzó un extremo de la bandera nazi, se colgó de ésta y sin soltarla saltó a la acera. El peso del cuerpo hizo que el asta de la bandera se quebrara cayendo todo al suelo, donde fue recogida por los manifestantes que en aquel mismo momento la destrozaron…».
Los restos de la esvástica fueron disputados por los asistentes, obreros y estudiantes, como trofeos de la lucha antifascista.
“El héroe de Córdoba”
Los diarios La Voz del Interior de Córdoba y La Nación de Buenos Aires — tan voceros de la derecha entonces como hoy– coquetearon abiertamente con las «potencias anticomunistas» y tildaron al episodio de «ingrato». El Pampero, financiado por el embajador nazi Edmund von Thermann, se escandalizó: «Atacan consulados de países amigos».
Las repercusiones también llegaron a Buenos Aires, donde aparecieron panfletos furibundos de la Legión Nacionalista, que contenían consignas como “Abajo el judaísmo y el comunismo” o acusaban a “usureros judíos” y al “marxismo internacional” de intentar romper relaciones con países “que están luchando bravamente contra el comunismo apátrida”.
Paradójicamente, “el héroe de Córdoba” no era judío, sino de origen sirio y tucumano: Fernando Nadra, futuro dirigente comunista. Bajo Estado de sitio, el acto culminó con su detención y la de otros 24 estudiantes.
Alemania exigió al gobierno de Castillo interviniera federalmente Córdoba, y Hitler reclamó sin éxito la extradición de mi padre.
Memoria en las ruinas
El edificio del antiguo consulado nazi, en Olmos y Chacabuco, frente a la Plaza España, es un inmueble de estilo academicista de comienzos del siglo XX. Con los años, se convirtió en sede del instituto Goethe, que funcionó allí hasta 2008.
Declarado “patrimonio arquitectónico y urbanístico” de la provincia de Córdoba, el reconocimiento no evitó que estuviera a punto de ser demolido. Las protestas de los vecinos lo salvaron del olvido y sus ruinas permanecen hoy como símbolo de un pasado que algunos quieren borrar.
Hoy, como ayer, esas ruinas nos interpelan: hay luchas que no pueden eludirse. No hay silencio ni inmovilidad posibles ante el odio, la injusticia o violenta negación y destrucción de quien es o piensa diferente.
Hoy, como ayer, que esta historia, como el viejo consulado, resista a quienes buscan sepultar la memoria antifascista. Que nos inspire unirnos, movilizarnos y recordar que, incluso en los escombros, late la dignidad.
Buenos Aires, 5 de mayo de 2025.
*Político, escritor y periodista.