El autor de este artículo sostiene que la posmentira de la posverdad supone ese “después de” donde lo político espera producir el engaño más peligroso de los que se han llegado a concebir: uno más allá de la humana necesidad de la verdad como organizadora de la realidad, de la legalidad y del amor.
Por Luciano Rodríguez Costa*
(para La Tecl@ Eñe)
Una discusión con un comerciante amigo, defensor no del actual presidente sino de sus políticas (para mayores perplejidades), me dejó algunas sorpresas. Él entendía que era preciso un cambio estructural en la política, porque desde hace tiempo todos los partidos venían siendo más o menos lo mismo en materia de economía y de corrupción. No negaba la dictadura, no negaba la crueldad hacia los jubilados, no negaba los recortes en discapacidad (donde había trabajado como transporte especial), no negaba que su presidente fuera “un loco”, no negaba la desvalorización del dinero ni la crisis económica. Atribuía a los sindicalistas las desgracias de los destinos del país y creía que gracias a este gobierno es que no están más en las calles -lo cual es cierto-. No era negacionista, sino renegacionista (aquel que niega y niega que niega, diría Fernando Ulloa). Le pregunté si no pensaba que el poder empresarial nacional y multinacional no tenían más influencia que los sindicalistas. También le pregunté si había leído a Osvaldo Bayer, que investigó cómo ciertas grandes familias se repartieron el país, las mismas que siguen digitando los destinos nacionales. No había leído a Osvaldo, pero le parecía que lo de las familias era también un factor. Me invitó a continuar esta discusión, ya extendida sobre el tiempo de cierre del local, cuando quisiera porque sentía que lo enriquecía.
La posmentira de la posverdad
La sensación que me quedó de este intercambio es que todas las líneas informativas podían entrar en un mismo plano de igualdad. Las típicas que se ven en los medios hegemónicos, reproducidas al pie de la letra, y las que aportaba yo en el momento. Todo entraba en un mismo plano de creencia. Pero los fundamentos de las creencias aparecían como algo indiferente: era, igual, algo escuchado en un noticiero o diario digital, que la investigación de toda una vida; igual que lo diga un cliente, a que lo diga un periodista, un economista o un historiador.
Pensé entonces en esta palabra, “posverdad”, esa manipulación de la realidad con el fin de crear nuevas “verdades”. Pero si el prefijo latino post nomina un “después de” ¿hay en esto que describimos una forma que “trascienda” la verdad? Podría uno imaginar que el post tenga sentido cuando las IA se independicen de los controladores humanos y, si a alguna de ellas aún le interesara comunicarse con nosotros, nos ofreciera respuestas que podríamos considerar posverdaderas, en tanto corresponderían a un orden de verdad no humano. Pero en estos casos de demagogia, manipulación, sofismo, etc., lo que tenemos son maniobras ya conocidas: el cohete menemista que se iba a elevar a la estratósfera, el ajuste que va a traer bonanza económica, luego la búsqueda de poblaciones que tendrían la culpa de que la bonanza no llegara, etc. Sin embargo, a estas operaciones se les llama ahora “posverdades”. Y eso sí es una diferencia respecto de lo conocido.
Pareciera un término que viniendo a echar luz, más bien oscurece las realidades que quería develar, dejándolas cómodamente camufladas. Lo que tenemos como post más verdadero es, en todo caso, un “después de” la mentira: la idea de una “verdad” entre comillas que vale lo mismo que cualquier otra porque lo fundamental es que no nos interese la veracidad de la verdad, o bien, dicho más precisamente, se trata de la creencia sin el ancla de la verdad. El estadío más evolucionado del engaño es aquello que viene después de la mentira: la indiferencia a la realidad de las cosas y al modo en que estás me implican y tienen consecuencias en mi vida. Hablar de “posverdad”, a mi modo de ver, es encubridor de las nuevas formas de la mentira, porque aludiría a algo nuevo en materia de verdad, mientras que de lo que estamos hablando acá es de la disolución misma de la función de la verdad. Y es precisamente por eso que la reconocemos como un fenómeno que oculta la verdadera operatoria: la posmentira.
¿Cómo engañar sin mentir?
Ahora bien, ¿qué es lo nuevo en materia de engaño, qué es lo post, aquello que vendría después de la mentira? Que la mentira tiene patas cortas significa que es desentramable, que nuestra búsqueda de la verdad se desplaza más rápido que lo que permiten las pequeñas patas de la mentira. El punto débil de la mentira es la verdad.
Lo que vemos en la discusión con el comerciante es lo mismo que vemos anunciar al pobre Zuckerberg -ese pibe con problemas para hacer lazos que terminó haciendo esa fenomenal formación de compromiso llamada facebook, cuyas repercusiones y utilización política nunca habría sospechado cuando su esfuerzo era crear una plataforma para hacer amigos sin tener que exponerse- en relación a que levantará las regulaciones que verificaban la veracidad de las noticias en su medio: la posverdad hecha política cotidiana. ¿Qué significa esta operación? Primero que nada, que no hay método ni reglas para verificar la veracidad de las noticias. Y adentrándonos más aún en las entrañas de esta nueva bestia voraz de la posmentira, significa que el nexo mismo de la afirmación respecto de sus fundamentos, debe ser indiferente. Que interese cada vez menos saber de dónde proviene. El objetivo es la ruptura total respecto de cualquier nexo entre la palabra y su fundamento. El segundo aspecto a considerar, que se interdetermina con el anterior, es la masividad de las noticias sin referentes claros, de modo que no se trate solamente de la repetición hipnotizante de la misma idea que se quiere instalar sino de la saturación que lleva al agotamiento cognitivo y afectivo. No existe resto para intentar saber si algo es real o no, cuando la excitación constante sostenida en un tiempo sin tiempo, termina por condenarnos al agotamiento. Lo post (en inglés) del posteo, reemplazó al post de la publicación periodística, poniendo cualquier palabrerío en igualdad de condiciones, y eso es parte del post (ahora en latín) de la posverdad a la que aspira la silenciosa política de la posmentira.
¿Por qué sostener entonces la noción de posmentira? Porque en el fondo del agotamiento, como en el fondo de la tortura, hay una intención de imponer el poder en contra de todas las verdades que nos harían rechazar esa imposición. En el fondo sigue siendo una forma de engaño, pero una que intenta trascender a la lógica de la verdad o reto, mentira la verdad, verdadero-falso. No es la promesa, no es la mentira vestida de verdad; es el exceso de información, es la manipulación y explotación de pequeñísimos fragmentos de realidad, es la instantaneidad pasional por sobre la temporalidad del pensamiento, es la renuncia al esfuerzo de búsqueda de la verdad y el silenciamiento de la alegría y la sorpresa de lo verdadero, de su capacidad pacificante, deseante, identitario. Se sigue tratando de un engaño a los fines de malherirnos, saquearnos, estafarnos, explotarnos, pero no necesariamente a través de la mentira.
¿Puede el ser humano vivir en la posmentira?
El objeto de la posmentira es la confusión, la exaltación pasional y, como resultante de las anteriores, la indiferencia a la verdad. ¿Puede el ser humano vivir con indiferencia hacia la verdad?
Es insólito cómo la adultez a veces nos hace perder la dimensión de la realidad de nuestros orígenes, olvidándonos de dónde venimos, qué nos humanizó y nos hizo sentir seguros en este mundo.
Cualquier persona que haya tenido padres y cualquier adulto que haya tenido hijos, sabe que la verdad es parte de la nutrición. Nuestros cuerpos se desarrollan no sólo de leche materna sino también de verdad. Mamamos verdad cada vez que nos dicen que el dolor duele, que el fuego quema, que el frío enfría, que no hay que mentir porque eso supone un riesgo para el cuidado y la crianza. En un comienzo, diría Freud, lo bueno y lo malo coinciden con aquello por lo que se es amado o por lo cual se retira ese amor. Y un adulto ama bajo ciertas verdades ideales y ama la verdad de ese otro que es como uno pero siempre diferente. Ama incluso la verdad de la alteridad irreductible de ese nuevo ser.
La verdad en los orígenes es lo que nos permite construir la realidad: la verdad del abismo es su profundidad, que anticipa la belleza de su masividad y lo insondable de una posible caída interminable; la realidad es que las personas no tenemos una segunda y tercera vida como en los videojuegos; y también es verdad que no somos de goma como los dibujos animados. Toda verdad remite a un código legal: mentir está mal porque traiciona la confianza del adulto que nos ama y a quien amamos, y la culpa es el indicador de la traición a sus valores amorosos. Y es por este motivo que el amor, la construcción de la realidad y la legalidad psíquica, están siempre vinculadas a la verdad.
Incluso la mentira, que es una adquisición posterior en el desarrollo, y que permite al niño poder recortar un espacio de intimidad privada de la mirada del adulto, descubriendo que puede resguardar en secreto ciertas verdades, es algo que las políticas de la posmentira apuntan a desintegrar, de modo tal que seamos transparentes, como sucede con la big data que recopilan las redes antisociales: que todo pueda saberse y no haya una posibilidad de sustraernos a la inteligencia de la posmentira.
La posmentira de la posverdad supone ese “después de” donde lo político espera producir el engaño más peligroso de los que se han llegado a concebir: uno más allá de la humana necesidad de la verdad como organizadora de la realidad, de la legalidad y del amor.
Nuevamente, esa aspiración canalla, no tiene que ver con quienes somos, con lo que necesitamos para sentirnos reales, existentes y valiosos.
No seremos poshumanos. Si lo deviniéramos, ya estaríamos muertos.
Rosario, 13 de mayo de 2025.
*Psicólogo (UNR), Prof. en Psicología (UNR), Mg. en Salud Mental (UNR). Psicoanalista. Escritor. Investigador. Psicólogo en Minist. de Desarrollo Social. Autor de La violencia en los márgenes del psicoanálisis (Ed. Lugar) y de Los procesos de subjetivación en psicoanálisis: el psicoanálisis ante el apremio de una revolución paradigmática (Ed. Topía).