Leonardo Eiff publicó nuevo libro, La línea de sombra, en el sello editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento. El libro cumple una de las funciones más nobles de la academia, de la teoría y del arte: caminar para atrás, alejarnos un poco del objeto para abrir el panorama, la perspectiva, cambiar el punto de vista, tratar de ver más el bosque que el árbol.
Por Manuel Obligado*
(para La Tecl@ Eñe)
Leonardo Eiff acaba de publicar un nuevo libro, La línea de sombra, en el sello editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento. La línea de sombra se dedica a una de las funciones más nobles de la academia, de la teoría, pero se me ocurre que también del arte: caminar para atrás, alejarnos un poco del objeto. En esta época de endorfinas disfrazadas de política, abrir el panorama, la perspectiva, cambiar el punto de vista, tratar de ver más el bosque que el árbol. El vicio de los académicos suele ser alejarse demasiado, tanto que al objeto ya ni lo vemos. Hay que frenar, ¿no? Y La línea de sombra frena justo. Se aleja, dialoga con la historia de su disciplina, pone ejemplos lejanos en el tiempo y el espacio (Argelia, Rusia), pero los hace calzar como un guante en la coyuntura actual; es también un libro de coyuntura, un libro sobre Milei sin nombrarlo ni una vez. Tiene una pata en cada mundo, la coyuntura y la teoría, así que no aburre ni se pone abstracto. Vive al borde de ponerse abstracto, pero siempre está acá y ahora, es súper atractivo ver ese equilibrio. Es el libro de un tipo que debe ser muy abstracto en su cabeza, pero está caliente con la realidad. No es nihilista, propone sin parar, y debe ser difícil no ser nihilista con toda esta información.
Y ese objeto del que el narrador se aleja, pero no tanto se presenta como un objeto agónico, que duda de estar vivo o muerto. Es el Estado en un mundo lleno de discursos antiestatalistas, un estado vapuleado por el capital financiero, por la prensa, por la industria tecnológica. Sillicon Valley, meca del antiestatalismo, acaba de poner un vicepresidente en EEUU, James David Vance, 40 años, vice de un presidente de casi 80 años que no puede reelegir. Aunque Milei se caiga mañana, el 56% de los argentinos votó en contra de este estado. Así que parece que en el mejor de los casos vamos a estar un buen tiempo pensando y repensando lo que piensa y repiensa La línea de sombra quienes creemos que si no repensamos al estado se viene un mundo muy cruel.
La línea de sombra, entre otras cosas, es un elogio de la lectura, desde el título, que es el de una novelita tardía de Conrad, pasando por la dedicatoria al “último lector” y hasta llegar a esa coda. Es un libro que pide a gritos leer literatura, leer más, leer mejor, leer más variado. Recomienda libros sin parar, con un apasionamiento muy conmovedor. Creo que más de la mitad de las frases del libro remiten a otros libros, a veces los nombra y a veces los cita al voleo. Debe ser muy lindo para el que leyó todos esos libros y caza las referencias. A uno que no está en la disciplina le da una curiosidad tremenda de leer todo eso.
La lectura, como el Estado, también está cascoteada. ¿Para qué sirve leer? Para un montón de cosas. Para pensar mejor, para ver cómo piensan los demás, para flexibilizar las relaciones entre las ideas, para ampliar las posibilidades de hacia dónde puede salir un razonamiento, para ser más empáticos, para comprender al otro, para ejercitar la capacidad de sentir placer por una frase, para ser más conscientes de todo lo que no conocemos del mundo, para conocerlo.
El ser humano es muchísimo mejor cuando escribe que cuando vive. Cuando vive es idiota, malo y distraído. Cuando escribe es tranquilo, reflexivo, en general es generoso y muestra solamente lo mejor de sí. Somos tan tontos en la vida y tan inteligentes en los libros. En los libros está (por lejos) lo mejor de nuestra especie. Ojalá cuando ya nos hayamos asesinado los unos a los otros de la manera más estúpida vengan los marcianos y nos juzguen por nuestros libros tan maravillosos.
Y esta es una época que está en una clave muy literaria. Impacto emocional, liberación de energías violentas, libidinización del asco, esta ensalada donde se mezclan parafilias con doctrinas políticas, podríamos estar hablando de la línea que atraviesa la literatura argentina entre Esteban Echeverría y Osvaldo Lamborghini o de la gestión del actual gobierno y su estrategia para alcanzar y cuidar el Poder.
A mí –la verdad– me cuesta pensar que un libro sirva para algo en el estado de catástrofe en el que estamos, pero tenemos un gobierno que nos recuerda que sí, los libertarios se la pasan hablando de libros, los perros del presidente tienen los nombres de los escritores que le gustan y gracias a los que llegó hasta ahí, los libros son una parte necesaria de la pelea que tenemos que dar, así que la Universidad Pública y sus editoriales pueden tener algo que ofrecer.
Y si hay algo que la literatura enseña es que, en la catástrofe, en la crisis, se piensa bien, los momentos de crisis son momentos de mucha lucidez. Una de las connotaciones de La línea de sombra es que toda esta catástrofe puede ayudar a repensar el Estado con mucha profundidad. Es en las grandes crisis cuando repensamos nuestra identidad, como sabe cualquier adolescente que lea poesía o cualquier adulto que lea novelas del siglo diecinueve.
Estamos viviendo una crisis fenomenal. Argentina está funcionando como laboratorio o como punta de lanza de un mundo rarísimo que se viene, y quedarnos afuera de la disputa por el sentido de cada una de las palabras que creíamos ya atadas a su significado, mientras lo cambian adelante nuestro, puede salir caro. Eiff se mete con seriedad en esa disputa por las palabras, categorías, teorías e instituciones que nos ayudaron a entender el mundo y probablemente puedan seguir haciéndolo.
En este cambio de paradigma, ¿seguirá sirviendo cada libro, cada categoría con la que pensamos hasta ahora? ¿Cuáles vale la pena disputar, cuáles no? ¿Vale la pena luchar por su vida? Si la fuerza siempre le ganó a la inteligencia.
Yo soy de la sensación de que es difícil que un alemán de hace 100 años tenga algo que ver con los problemas que tenemos los argentinos hoy. Pero hay que admirar, porque es heroico, porque tiene olor a batalla perdidísima, lo que hace este libro: pelear por esas palabras, por esos autores, por esa conversación que tenemos a través de las décadas, y no por su sentido y usos del pasado, sino por los del futuro: disputar significados, hacerlos vivir con el uso, con esa fe un poco absurda de que a través de nuestros actos de lenguaje capaz podamos influir en la materialidad de ese conjunto de fenómenos tan diversos al que le decimos civilización, o vida en comunidad, o justicia social.
A veces, como en el capítulo 6, el de la Neutralidad, se le siente como una nostalgia o añoranza, cuando Eiff describe lo que pasa con la política real frente al supuesto de la teoría política: sería tan lindo si todo fuera como corresponde, pero no lo es, y desde este mundo real tan precario tenemos que mirar a la teoría con congoja, desde atrás de un vidrio empañado con un tango una tarde de lluvia, deseándola, pero sin poder vivirla. La utopía, para este libro, es la teoría.
Cualquier revolución de la historia de los países que se me ocurra pensar fue una revolución en el Estado. En esta época tan cambiante, de subjetividades que da la sensación de que están viviendo un quiebre sin vuelta atrás, el estado está lejos de hacerse cargo, más bien pareciera que esta es una revolución de las subjetividades, de las identidades, de los lazos sociales, de los mercados, que el Estado mira de afuera, con cara de vaca, sin enterarse, dando el lugar a otros poderes para que lo hagan.
La línea de sombra arranca preguntándose por la escritura en sí y con una pregunta que homenajea a la primera teoría literaria, a los formalistas rusos: qué es escribir políticamente, enfrentado a escribir de política. El ejercicio del libro es tematizar un paisaje bastante amplio de la teoría política actual y, pendularmente, acercarlo y alejarlo a y desde la situación argentina. Temáticamente está en su disciplina, pero formalmente creo que le debe más a formas que vienen de la literatura; al ensayo clásico, en la tradición de Montaigne o Emerson, que arrancan con una premisa y avanzan en el pensamiento sin tenerle miedo a las digresiones, fluyendo de una manera bastante juguetona, leal a la manera en que se piensa. El ensayo es el género en el que vemos pensar. Es leal también a la manera en que se conversa.
En ese sentido es un libro hospitalario, capaz a veces difícil, a cada rato hay que quedarse un ratito en una frase sin entender bien para dónde va o cómo se pensó. Para mí es lindo no entender, ver cosas que no entiendo. El libro es hospitalario en el sentido de que te conversa, de que no te impone una conclusión premeditada, sino que la va elaborando con ritmo mientras ocurre. Construyen una intriga cada uno de estos ensayitos, uno cuando arranca siente curiosidad de a dónde vamos a ir, ojalá los textos académicos en general tuvieran esa consideración por el lector. Y bordea a veces la vanidad sintáctica e intertextual de los barrocos gongorinos, y también tiene algo barroco en momentos en que es una ametralladora de ideas políticas, propias y ajenas, que se solapan, dialogan; tiene algo de Aleph, de inabarcable: en todas las páginas uno quiere discutir un par de ideas, charlar con otro par.
Y ese estilo barroco –nos habíamos preguntado qué es escribir políticamente– se me ocurre que tiene un cuerpo muy parecido a este requilombo al que llegamos los humanos si tratamos de pensar el conjunto enorme de pequeños quilombos al que le decimos civilización. Frases simples serían deshonestas con la materia tratada. Si es un bardo todo esto.
También, se nota que (Eiff: lector de novelas clásicas) La línea de sombra tiene un arco dramático que lo atraviesa del principio al final. Arranca con un prólogo que homenajea la retórica de los panfletos y los manifiestos, problematiza la propia materialidad y función de la escritura política, declara muerto al protagonista en el Capítulo 2 (“La dominación bélico-capitalista torna fantasiosa toda apuesta que priorice la soberanía estatal, la autonomía política y jurídica, y que además otorgue al mercado un lugar válido pero subordinado”) y arranca un recorrido que va de las instancias más inmediatas de la participación política, la Teoría de la militancia de Selci y un panorama de las izquierdas, a las menos inmediatas: una Teoría política de la moneda y la historicidad del pensamiento político argentino; va, como las novelas rusas, de lo primario y concreto a lo histórico y general.
No es poco importante que arranque discutiendo con la izquierda, en el capítulo 4, y con la teoría de la militancia de Damián Selci, en el capítulo 3. Digo que no es poco importante porque son las dos herramientas que ocupan la primera línea cuando, cortado el cable vertical entre la ciudadanía y el estado, cualquiera se pregunta qué hacer, cómo arrimarnos a tratar de incidir en la vida común: para cualquier hijo de vecino, para cualquier pibe joven que empieza a leer el diario, meternos a militar en una orga peronista o en un partido de izquierda. Y claramente son dos caminos que también están en crisis, que tenemos que repensar, porque no nos podemos quedar sin esas herramientas, pero, así como están resultan bastante desalentadoras, inocuas. Eiff se anima valientemente a discutir con esa vaca sagrada del último par de décadas para el campo popular, la militancia, de la que digo que vive un paradigma en crisis para toda la sociedad, pero especialmente para los que estuvimos años los sábados a las 8 de la mañana en alguna esquina de conurbano repartiendo volantes con las caras de Alberto Fernández, de Massa, de Scioli. Va a ser difícil vendernos de nuevo la épica de ese tipo de educación política. Estamos dudando de todo y está bien. Hay que resetear ese paradigma, repensarlo mucho lo antes posible, porque estamos desesperados.
Cuando pienso en Perón y Eva, que tenían al gordo Cooke de un lado y a Guillermo Patricio Kelly del otro, a milicos que venían del golpe del 30 y de la década infame compartiendo espacio político con laburantes formados en el anarcosindicalismo, en esa amplitud extraordinaria de nuestro pueblo que hizo perenne al movimiento, se me ocurre pensar que ese imperativo de la organicidad que nos estuvieron vendiendo tanto tiempo no es muy peronista, y que más que incluir sujetos políticos los excluyó. La pregunta siempre es qué hacer, y la alternativa que me viene a mí es el movimientismo. Perón y Eva, en sus libros, no hablaban de militancia: hablaban de movimiento, de comunidad organizada. El sujeto es el trabajador, no el militante. Si el peronismo sobrevivió a bombardeos, dictaduras, fusilamientos, proscripciones, no fue por la orgánica, fue por el movimiento, la cultura, el factor identitario. Volvamos a la segunda de las 20 verdades: Todo círculo político es antipopular, y, por lo tanto, no peronista. “La politización produce despolitización”, pone Leo peleándose con el intendente de Hurlingham, al que vincula con la obra de Laje, en un movimiento muy gracioso.
A mí el capítulo que más me gusta es el 9, “Por una teoría política de la moneda”, porque vengo pensando últimamente que tenemos que hablar de guita. Medio que le regalamos a la derecha el campo semántico de la guita: hay que recuperarlo. Acá y en Estados Unidos perdimos los que hablábamos de democracia y ganaron los que hablaban de guita. En las últimas elecciones Milei habló de inflación y nosotros seguimos pensando que más importante es la desigualdad. Pensábamos que mientras el salario suba por arriba de la inflación no es tan grave la inflación. Y Eiff lo trae a Canetti para decir: fuera de guerras y revoluciones, no hay nada comparable a la inflación. Las conmociones que provoca la inflación son de naturaleza tan profunda, y está hablando de Weimar. El crecimiento del dinero es un crecimiento de la personalidad, pone Eiff, y con la inflación sucede lo contrario. Sin moneda no sabés quién sos, en un país sin moneda tenés que gastar todo ya, quemar todo ya, no hay futuro, no hay planificación.
El peronismo, en su humanismo extremo, es una economía que no tiene como eje la plata, sino el trabajo. La interacción social más importante no es monetaria, es laboral. Nosotros pensamos que cualquier injusticia social se soluciona dando un buen trabajo, bien pago, agradable, con vacaciones. Eso es de lo único que hay que convencer a los chicos jóvenes que votaron a Milei, de que con el peronismo van a tener más guita. Si conseguimos eso lo demás se va a ir ordenando. La guita es lo único que todos queremos, un buen trabajo que nos pague bien. No le regalemos ese discurso a los mamarrachos estos. Esto lo digo discutiendo de costado con el último capítulo del libro. Yo soy de la opinión de que el trabajo es el vector que, sumado a la ciencia y la tecnología, hoy, ayer y dentro de mil años va a conseguir que un país como Japón le gane una guerra a un país como Rusia, como describe Perón en un libro de 1933. Es imposible no discutir con La línea de sombra como es imposible no estar de acuerdo, hasta varias veces por página, de forma intensa y desbordada, y esa pasión por el pensamiento, por la lectura y la escritura, por la larga discusión de humanos contra humanos sobre cómo organizar la vida en comunidad tiene que ser una de las pulsiones que nos ayude a caminar hacia tiempos mejores.
Buenos Aires, 18 de enero de 2024.
*UNGS