La mercantilización de la educación y el modelo de capital humano priorizan la eficiencia económica sobre la justicia social y el desarrollo humano integral.
Por Claudio Altamirano*
(para La Tecl@ Eñe)
“Para que quede constancia de que nunca hablamos de eso, pero que en realidad se trata de eso, del perfil de egreso”, canta El Alemán.
Este verso de un poeta uruguayo refleja mi preocupación acerca del modelo educativo y el modelo de país que está en disputa. Durante el gobierno de Javier Milei, y en anteriores gobiernos neoliberales, hemos visto un creciente interés por transformar la educación en un instrumento al servicio de los intereses del mercado. Este fenómeno, conocido como la mercantilización de la educación, prioriza la empleabilidad y la productividad sobre otros valores fundamentales.
Lo que debería ser concebido como un derecho humano y un bien público se reduce a una mera capacitación técnica, cuyo único fin es satisfacer las demandas del mercado laboral. Este enfoque no solo limita el desarrollo integral de los estudiantes, sino que también ignora el papel crucial de la educación en la formación de una ciudadanía crítica y participativa.
En nuestro país, las infancias están atravesando una etapa de profunda vulneración de derechos debido al desmantelamiento del Estado Nacional y su reorientación como guardián de intereses de sectores poderosos. Esta situación ha llevado a un abandono de la responsabilidad estatal como garante de los derechos de las infancias y sus familias. El ajuste en las políticas económicas, sociales, sanitarias, culturales y educativas ha incrementado dramáticamente los índices de pobreza, indigencia y exclusión sociocultural.
Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, la pobreza afecta al 54,9% de la población y la indigencia al 20,3%, lo que significa que 2.800.000 menores de 18 años se encuentran en indigencia. Mientras un millón de niños y niñas se van a dormir sin cenar, la suspensión de la entrega de 5 millones de toneladas de alimentos refleja una política de crueldad que expone a las infancias a riesgos y procesos deshumanizantes.
Como canta El Alemán en Perfil de egreso: “Al oprimido libera de la histórica cadena, critica los cimientos del sistema, ese es el problema”.
El modelo de capital humano
Este modelo, lejos de considerar a los estudiantes como sujetos de derecho con capacidad de transformación social, los reduce a su potencial productivo. Al centrarse exclusivamente en las habilidades técnicas y la productividad económica, este enfoque ignora dimensiones claves de la educación, como la formación ética, la participación ciudadana y la realización personal. Al promover una visión tan reduccionista, el modelo de capital humano despoja a la educación de su capacidad transformadora y la convierte en un mero instrumento de adaptación al mercado.
Impacto en la equidad educativa
La mercantilización de la educación y el modelo de capital humano tienen un impacto devastador en la equidad educativa. Al priorizar la eficiencia económica sobre la justicia social, estas teorías reproducen y profundizan las desigualdades existentes. En un sistema educativo orientado a los intereses empresariales, los sectores más privilegiados de la sociedad son los principales beneficiarios, mientras que los grupos marginados quedan relegados a una educación de segunda clase, diseñada para mantenerlos en posiciones subalternas dentro del mercado laboral. Esta perspectiva perpetúa las desigualdades y refuerza una estructura social injusta, donde las oportunidades educativas están directamente relacionadas con el origen socioeconómico de los estudiantes.
“Preferiría que nuestra educación sea discutida y no subordinada a mercancía, ni preestablecida”, nos dice la poesía.
El neoliberalismo está transformando a las nuevas generaciones de los países saqueados en sus bienes naturales comunes y la riqueza que producen, en una población hambrienta y violenta, que busca sobrevivir sin perspectivas de futuro. Estas políticas se fundamentan en la eliminación de derechos básicos y el control social, como se evidencia en las propuestas de la extrema derecha argentina de reducir la edad de punibilidad.
En un país con una tasa delincuencial muy baja en menores de 18 años, se intenta criminalizar a las infancias, estigmatizando especialmente a las más pobres, que ya sufren discriminación y violencia institucional. Nuestras niñeces no son peligrosas; están expuestas a riesgos, a procesos deshumanizantes, a la muerte por causas evitables, y se ven convertidas en mercancías para la explotación laboral y sexual, entre otros padecimientos.
Los tiempos de infancias son tiempos de derechos plenos. Necesitamos un Estado comprometido con políticas públicas que prioricen la prevención, asistencia y protección de los derechos establecidos en la Convención Internacional de Derechos del Niño y Adolescente, que tiene rango constitucional en nuestro país.
Una educación emancipadora es posible
Frente a este panorama, es necesario promover una educación basada en los principios de la pedagogía crítica. Inspirada en teóricos como Paulo Freire, esta concepción concibe la educación como un proceso de liberación y transformación social. Una educación emancipadora fomenta el desarrollo del pensamiento crítico, la participación activa de los estudiantes y la vinculación de los aprendizajes con las realidades sociales y comunitarias.
En lugar de ver a los estudiantes como receptores pasivos de conocimiento, los reconoce como sujetos activos, capaces de cuestionar y transformar su entorno. Este modelo empodera a los estudiantes y contribuye a la construcción de una sociedad más justa e igualitaria. La lucha por una educación emancipadora es parte primordial de la construcción de un mundo más justo.
Es fundamental que educadores, estudiantes, familias y comunidades se movilicen en defensa de una educación pública, gratuita y de calidad, que priorice los derechos humanos y la justicia social por sobre los intereses empresariales. No podemos permitir que la educación sea vista únicamente como un medio para satisfacer las demandas del mercado; debe ser un instrumento de liberación y transformación social.
En síntesis, la mercantilización de la educación y el modelo de capital humano prioriza la eficiencia económica sobre la justicia social y el desarrollo humano integral. Estos enfoques perpetúan las desigualdades y reducen la educación a una herramienta al servicio del mercado.
Para cambiar esta realidad, es urgente promover una educación emancipadora que forme ciudadanos críticos y comprometidos con el bien común. Solo a través de una educación que promueva la equidad, el pensamiento crítico y la participación activa podremos construir un futuro donde todos tengan las mismas oportunidades de desarrollo y realización personal.
En el Día del Maestro, dedico esta nota a quienes siguen siendo obstinadamente docentes, y cierro con un verso que refleja mi sentir:
Si me preguntan, prefiero la tristeza a lo inconsciente,
que duela porque no es indiferente, porque está presente.
Pobres los pueblos, que callan y que sólo acatan
cuando su educación se mide en plata,
si solo se trata que el perfil de egreso
siga sosteniendo esa idea de progreso
todas herramientas funcionales, desiguales, que caducan,
viva quien educa, viva quien educa, viva quien educa, para cambiar.
Buenos Aires, 11 de septiembre de 2024.
*Educador, escritor y documentalista argentino.