Carolina Papaleo es Licenciada en Ciencia Política y en este trabajo aborda la hipótesis sobre la aporofobia como una nueva política de discriminación y exterminio, en la medida que las democracias occidentales modernas dan lugar a este tipo de anomalías, bajo la normativa de Estado de Excepción que al parecer se ha vuelto una regla.
Por Carolina Papaleo*
(para La Tecl@ Eñe)
«Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas,
y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí»
Martin Niemoller
El poema Ellos Vinieron de Martin Niemoller, pastor protestante, está directamente relacionado con el propósito del presente trabajo, los ejes que atraviesan tanto al poema como lo que a continuación se va a desarrollar.
Uno de los ejes busca la relación entre la persecución y exterminio en la Alemania de la segunda Guerra Mundial, y la aparición de una nueva política de exterminio: la aporofobia, neologismo creado por Adela Cortina, del griego áporos -sin recursos- y fobos -temor, pánico-, encriptada en las sociedades modernas.
Si bien el rechazo y la estigmatización de grupos van cambiando con el tiempo, asi como las metodologías, siempre dan vueltas sobre los mismos actores, quienes van configurando un arquetipo actualizado de “sujeto”, creando así nuevos tipos de: marginados, rechazados y el surgimiento de un nuevo prototipo de DDHH, los nuevos Desechos Humanos.
Esta realidad palpable, lleva al segundo eje de la investigación, si el hecho de que vivir en un Estado Nación es suficiente garantía de hallarse bajo la protección de un Estado de Derecho, que es aquel que reconoce a todos sus habitantes como sujetos jurídicos.
La hipótesis de este proyecto es elaborar la idea de que la aporofobia es una nueva política de discriminación y exterminio, en la medida que las democracias occidentales modernas dan lugar a este tipo de anomalías, bajo la normativa de Estado de Excepción que al parecer se ha vuelto una regla.
En cuanto a la metodología se articularán las variables del fenómeno de la aporofobia y el modelo de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, comparación que, como bien advierte Agamben, exige la debida prudencia ya que no refiere a la meta final sino al plano histórico filosófico; para explorar la existencia de una correlación, así como también sus versiones ajironadas, tal como ocurrió en nuestro país, Argentina, en la última dictadura cívico-militar.
El modelo servirá como fuente de exploración, para establecer relaciones y diferencias, denominadores en común, además de un análisis de los comportamientos de los sujetos como tales y sus dinámicas conductuales dentro de la sociedad civil, para hallar cuáles son los resortes que se mueven, dando lugar a este tipo de comportamientos sociales en las democráticas modernas occidentales.
Indagar la forma en que se construye una lógica que se instala como “sentido común” que lleva en la actualidad, como antaño, a que barbaries sean toleradas y normalizadas en la convivencia como el traslado, desaparición y aniquilación de personas solo por ser consideradas disidentes religiosos, políticos, de identidad sexual, etnia, estamento social, justificando los crímenes perpetrados contra ellos.
Resulta ser un contra sentido que las características que comparten conforman justamente el corpus que justifica los crímenes cometidos.
Las ideas e hipótesis que se establecen para el desarrollo de este trabajo serán vinculadas con marcos de diferentes autores para trazar un entramado tal como los de Adela Cortina, Hanna Arendt, Giorgio Agamben, Sara Ahmed, entre otros.
I – Primera sección: Aporofobia
Ampliar el concepto de aporofobia para indagar la posible existencia de una correspondencia con el modelo alemán.
II – Segunda sección: Estado de Derecho
Examinar dentro de los Estados Nación, si todos gozamos de un estado de Derecho o si existen quienes son considerados sujetos de derechos y quiénes no.
Y analizar el Estado de Excepción, así como el rol que cumplen los sujetos en cada uno de los procesos, y dentro de ellos mismos, es decir, hacer foco tanto desde el punto de vista de las víctimas como de los victimarios y, a quiénes se considera discriminables a lo largo del tiempo.
III – Tercera sección: Los nuevos Desechos Humanos
Análisis de la sociedad y sus comportamientos.
Los discursos de odio, impacto y vehiculizarían de los mismos gracias a la aparición de era digital.
IV Cuarta sección: Reflexiones finales
Compendio del recorrido pretendiendo dar respuestas a los interrogantes planteados al inicio e inevitable el surgimiento de nuevos enigmas, sabiendo que inevitablemente ingresaremos a un nuevo círculo del infierno del Dante, un lugar infinito que cuantas más personas entran, más crece y así hasta el fin de los tiempos sin ningún límite.
I – Primera sección: Aporofobia
En su libro Aporofobia, Cortina (2017), comienza con una cita del libro Cien Años de Soledad, de Gabriel, García Márquez, en la que recrea el escenario del primer capítulo en el Libro del Génesis en la Biblia, en el que se puede observar la necesidad que tenemos los humanos en ponerle nombre a las cosas ya que es la manera que nos permite tanto incorporar como reflexionar sobre las mismas.
Es por eso que la autora nos explica que radica un problema cuando se trata de algo que carece de sustancia, más bien es una abstracción pero que plasmada en la realidad se percibe tan vívidamente como si pudiéramos tocarla, abrazarla o ser atropellados por la misma, por eso hace hincapié en señalar cuan distinto es el proceso cuando queremos ponerle un nombre, y esa fue la razón que la llevo a crear el neologismo aporofobia, del griego áporos -sin recursos- y fobos -temor, “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia no puede devolver nada a cambio”
Sin embargo, sí trazamos un paralelo con el régimen nazi en Alemania, se evidencia que la segregación y la exención social de aquellos considerados «indeseables» o «inferiores» que se produjo, se caracterizó por promover una ideología basada en la superioridad racial y la exclusión de grupos conformados en su mayoría por judíos, pero también por gitanos, personas con discapacidades, homosexuales y otros considerados no aptos para la «raza aria».
A primera vista parecería un hiato insoslayable, pero si ampliamos la mirada, la aporofobia significa el rechazo de grupos de personas de similares características al modelo alemán, una suerte de combinación de aversión hacia personas en situación de pobreza, como de personas por prejuicios raciales, étnicos o culturales.
Se puede observar que, pese a las diferencias metodológicas, ambos procesos evidencian la capacidad de los sistemas y las ideologías para generar situaciones de discriminación y violencia hacia ciertos grupos de personas como su desaparición.
Ahora sí aquí un aviso de atención, para señalar que el régimen totalitario alemán como las dictaduras latinoamericanas utilizaron los campos de concentración o centros clandestinos cuyo objetivo era la desaparición o exterminio de determinada población, la diferencia con la actualidad es que para la desaparición o exterminio de personas ya no se necesitan lugares corpóreos que sirvieran para la eliminación del cuerpo físico porque la modalidad que adopta la aporofobia, toma forma de una política de exterminio trayendo consigo una nueva concepción, la eliminación del cuerpo identitario de una población específica, que la ejecución es a través de la invisibilización, persecución en redes o con los llamados crímenes de odio, entre otras.
Comparación que obliga a la reiteración de la advertencia de Agamben, con la debida mesura, ya que apunta a un plano histórico filosófico sin referir estrictamente al colofón; dicho esto, cabe agregar que en cuanto al recorte específico utilizado en este trabajo de las dictaduras latinoamericanas, haciendo hincapié en Argentina, particularmente la última dictadura cívico-militar, que tuvo lugar entre 1976 y 1983, es porque presenta algunas similitudes con el nazismo en términos de violación de los derechos humanos: detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones forzadas y asesinatos de personas incluyendo a activistas políticos, sindicalistas, estudiantes, intelectuales y cualquier persona sospechosa de tener una ideología opositora al régimen, forjando una persecución de grupos considerándolos enemigos del Estado.
En la Argentina de entonces un slogan que imperaba impreso en adhesivos era Los argentinos somos derechos y humanos; se puede inferir que aquellos “otros” que no fueran “derechos” automáticamente carecían de derechos, así como tampoco eran ciudadanos argentinos, y mucho menos podían tener acceso a derechos humanos.
La estigmatización alcanzaba no solo a los protagonistas, sino también a sus familiares, aun siendo el objetivo principal eliminar a la oposición política y mantener el control del poder, en ambos procesos, tanto en el nazismo como en la dictadura, se indujo la idea que los lazos de sangre tenían una importancia relevante ya que actuaban como transmisores de una “enfermedad congénita” de padres a hijos, el nazismo a los “portadores” los catalogaba como los indeseables, en el caso de Argentina, eran los subversivos.
II Segunda sección: Estado de Derecho
El objetivo de la segunda sección es establecer los alcances de vivir en un Estado de Derecho y para ello vamos a empezar por definir el concepto de sujeto.
Según la filosofía, se entiende por sujeto a un ser que posee conciencia y voluntad, razón por la cual conoce y acciona en aquiescencia con sus propios designios que, cuando forma parte por habitar dentro de un Estado, se convierte en un sujeto de derecho que se somete voluntariamente a las reglas establecidas por dicha comunidad.
De esta forma deja de ser sujeto a secas para convertirse en ciudadano, al que se le atribuyen derechos y obligaciones porque el Estado es un Estado de Derecho, que brinda a través del sistema de leyes, entre otras cosas: seguridad física y jurídica, equidad, justicia y todo aquello que la Constitución especifique en sus leyes que no le está prohibido, le está permitido.
Los derechos y obligaciones no solo los adquieren las personas físicas, sino que también aquellas que no lo son. Se llaman personas jurídicas, son personas no físicas con iguales garantías y deberes, que existen como instituciones conformadas por una o más personas físicas. Así, es que queda constituido el principio de gobernanza en el que todas las personas, instituciones y entidades, tanto públicas como privadas, incluso el Estado, están sometidos a leyes que se promulgan públicamente y se hacen cumplir por igual aplicadas con independencia.
Esta disgregación jurídica nos ayudará a vislumbrar qué ocurre cuando estos principios son vulnerados, cuando un Estado deja de funcionar como un Estado de Derecho, para convertirse en un Estado de Excepción.
Se puede comprender que, en el contexto de un totalitarismo, o de gobiernos dictatoriales se ponga en suspenso el Estado de Derecho y comience a regir una lógica de hijos y entenados, lo antedicho está exento de un juicio de valor, solo pretende describir un escenario, pero la novedad se haya cuando esta metodología pasa a ser válida también dentro de las democracias liberales occidentales, y a este tipo de irregularidades se las encuadra dentro de los que conoce como “Estado de Excepción”.
Giorgio Agamben, en su libro Estado de Excepción, (2003), analiza esta anomalía exponiendo al régimen nazi de Alemania como un ejemplo, ya que estableció un sistema de gobierno que suspendió las normas y garantías legales existentes, gracias a la transformación de la política en biopolítica, es decir, a la gestión y control de la vida y la muerte de los individuos, de grupos considerados «deseables» o «indeseables».
Dentro de los segundos, los judíos, no pudieron conservar la ciudadanía alemana, razón por la cual carecían de afiliación política y protección legal.
A la luz de diferentes autores, veremos cómo aparece la figura de este tipo de sujeto de excepción.
El mismo Agamben, en su libro Homo Sacer, (1998), recupera al homo sacer, una figura del derecho romano antiguo, un individuo excluido de la protección legal y considerado «sagrado» o «maldito» debido a transgresiones religiosas. Esta figura surgía en la Roma arcaica, el término homo sacer se traduce literalmente como «hombre sagrado» y su condición implica la violación de normas sagradas o tabúes religiosos, lo cual conlleva a su estigmatización como impuro y la negación de sus derechos y protecciones legales ordinarias. De esta manera, el homo sacer se convierte en objeto de persecución y homicidio, podía ser asesinado sin consecuencias legales y a la vez tampoco valía para ser ofrecido como sacrificio en los rituales religiosos; esta condición implicaba que se lo excluía tanto socialmente como legalmente, por ende, le estaba prohibido participar en la vida política como acceder a lugares sagrados.
Así Agamben, con la figura del homo sacer, colabora para despejar esta aporía: todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y el Estado es el garante que se respeten los derechos humanos a todos los ciudadanos por igual, mientras que los derechos humanos existen en tanto se enmarcan dentro del derecho positivo, las personas jurídicas, en calidad de ciudadanos, que podemos apelar a esos derechos y otros seres humanos que no pueden apelar a sus derechos, la pregunta que asalta es: ¿no son considerados ciudadanos? O, ¿no son considerados humanos?
¿Cómo se subsana el hiato entre los seres humanos que pueden apelar a los derechos humanos y los que no?
Aquí debemos plantear una paradoja, que es: los derechos humanos no están pensados para los humanos, sino para los ciudadanos que pueden apelar al derecho positivo, en definitiva, el termino compuesto “Derechos Humanos”, se apoya más en los “derechos” que en lo “humano”.
Otro ejemplo adoptado por Cortina, en su libro Aporofobia (2017), es la figura del áporo, que corresponde a aquella persona que en apariencia no tienen nada a cambio para dar o al menos no parece poder hacerlo, razón por la cual queda excluida del mundo construido bajo una lógica de contrato político, económico, social; en un mundo del dar y recibir, solo pueden estar incluidos aquellos que tengan algo interesante para devolverle a la sociedad como retorno.
Pese a que dentro de una comunidad las carencias que padecemos las suplimos con lo que los otros pueden darnos, “[…] De esta necesidad nace el Estado de Derecho, que dice asegurarnos protección si cumplimos con nuestros deberes y obligaciones. De ella nacen las grandes instituciones mundo político, económico y cultural, con el compromiso de arropar a los ciudadanos, que siempre son vulnerables. Pero los pobres parecen quebrar este juego del toma y daca, porque nuestra mente calculadora percibe que no van a traer más que problemas a cambio y por eso prospera la tendencia a excluirlos.” (Cortina, 2017, pág. 15)
En su obra Los orígenes del totalitarismoHannaArendt (1951), teórica política y escritora alemana, examina las circunstancias históricas que condujeron a la emergencia de un actor que entra en juego a disputar su capacidad de tener derechos, a los que menciona como los apátridas, especialmente durante los regímenes totalitarios del siglo XX.
El concepto de apátridacomo condición de aquel individuo que carece de ciudadanía lo conduce a la desprotección legal por parte de cualquier Estado, convirtiéndose en un instrumento de exclusión y persecución, carece de derechos y pertenencia política, contribuyendo a la deshumanización y al debilitamiento de los vínculos sociales, dentro del marco de reflexión sobre los derechos humanos, la ciudadanía y la situación de los refugiados, condenándolos a una posición de desamparo y marginalidad.
Así quedaría conformado el binomio ciudadanos con Derechos Humanos y los excluidos como los Nuevos Desechos Humanos.
Lo más relevante del análisis de Estado de Excepción es que, tomando como ejemplo al nazismo por su implementación, llega a comprender cómo el poder político puede utilizar la excepcionalidad como una herramienta para consolidar su dominio, erosionar las libertades y los derechos individuales, y llevar a cabo violaciones masivas de los derechos humanos. Esta observación busca alertar sobre los peligros de la normalización y la perpetuación del estado de excepción en la sociedad contemporánea.
Es por eso que Agamben, en su libro Estado de excepción, (2003), dirige su crítica a aquellos que ejercen el poder político, como gobiernos, instituciones estatales, autoridades y estructuras de dominación, porque son quienes tienen la capacidad de utilizar el lenguaje tanto para establecer normas, categorías y límites que moldean las relaciones sociales y políticas, como para servirse de manera estratégica e imponer narrativas, construir realidades y ejercer control sobre la sociedad.
II. I La banalidad del mal
La otra cara de esta moneda es, no solo mirar a la víctima sino al victimario, el exterminador, aquel que da muerte a otros, muerto también está porque no se trata solo de quitar la vida física, sino de negar la humanidad y dignidad de las personas; para ello de la mano de Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén, (1963), acuña un concepto el de “banalidad del mal” para explicar cómo los actos atroces pueden ser llevados a cabo por individuos ordinarios que se adhieren a la lógica del sistema totalitario. Los funcionarios y colaboradores en los campos de concentración se convierten en meros engranajes de la maquinaria de exterminio, perdiendo toda responsabilidad y sentido moral.
Arendt se sirve del caso Eichmann para argumentar que los perpetradores nazis estaban inmersos en una mentalidad burocrática y conformista que los llevó a cometer atrocidades sin cuestionar las órdenes y sin reconocer la humanidad de las víctimas. La idea de “matar al hombre» implica despojar a las personas de su estatus de seres humanos con derechos y tratarlos como meros objetos.
Para ello tanto capturados como los captores son atravesados por un proceso de negar la humanidad y dignidad de los individuos, tratándolos como objetos o estereotipos, y los que los campos de concentración son el escenario para este despliegue.
Los campos de concentración no deben ser vistos simplemente como lugares de encarcelamiento o de exterminio, sino como espacios donde se implementa una lógica sistemática de dominio y aniquilación. Estos campos son instrumentos de terror y coerción que buscan la destrucción física y psicológica de las personas, así como la eliminación de cualquier forma de resistencia o disidencia, por parte de los capturados y reflejan la banalidad del mal y la deshumanización que caracteriza a los regímenes totalitarios, llevados adelante por los captores.
Tercera sección: Los nuevos Desechos Humanos
El objetivo de la tercera sección es analizar el comportamiento de la sociedad cuando lo hace de manera anómala.
Para llevar adelante este análisis es importante destacar que aporofobiarefiere también al rechazo, aversión o discriminación u otras formas de exclusión a personas pertenecientes a minorías étnicas o raciales, así como también las personas con discapacidades, o personas migrantes en situación económica precaria considerándolas una carga para la sociedad, que en su mayoría enfrentan barreras sistemáticas en el acceso a servicios, empleo, vivienda, educación y atención médica, entre otros.
La sociedad misma se desentiende de este flagelo, cree que el compromiso por subsanarlo no es de índole colectivo sino individual, porque considera que la responsabilidad es del otro, del individuo que está en esa situación, juega su papel la meritocracia, porque la pobreza no es el corolario de condiciones estructurales sino de un error individual, porque es mérito del pobre ser pobre.
Es entonces que, retomando el concepto arendtiano de la banalidad del mal, observamos que, leído en clave de aporofobia se trata de aquellos que se relacionan con las personas pobres como si fueran inferiores, indeseables o culpables de su propia situación, negando su valor como individuos y negándoles el reconocimiento de su humanidad plena, manifestándose como exclusión social, marginación, estigmatización o falta de empatía hacia las dificultades y necesidades de estas personas.
III. I Discursos de odio
El poder del lenguaje reside en su capacidad para conformar nuestra percepción y comprensión del mundo, no se limita a ser un medio de comunicación, sino que desempeña un papel fundamental en la configuración de nuestra realidad social y en la forma en que aprehendemos y conceptualizamos la experiencia humana.
A través del uso del lenguaje, las palabras y los discursos tienen la potencial de crear y sostener estructuras de poder, así como de reforzar ideologías y jerarquías preexistentes, para perpetuar estereotipos, prejuicios y desigualdades, pero también para desafiar y subvertir el orden establecido.
Las narrativas construidas a través del lenguaje tienen el potencial de influir en la concepción de identidades, relaciones sociales, políticas e historias. Asimismo, pueden afectar la manera en que se abordan los problemas y desafíos sociales, así como la forma en que las personas se conciben a sí mismas y a los demás, y su relación con el entorno que les rodea.
Quien trabaja la idea de interrelacionar el lenguaje con las emociones y el cuerpo es Sara Ahmed, quien en su libro La política y la cultura de las emociones, en el capítulo “La organización del odio” (2015, pp.76-103), va a analizar cómo funcionan las emociones del odio con el objetivo de alienar sujetos contra otros, y a considerar cómo el odio conforma “cuerpos” generando de esta manera su objeto como defensa a una lesión.
De forma similar ocurre con la aporofobia: se construye un sujeto peligroso, que no solo genera una amenaza porque puede quitarte algo, como empleo o riqueza, sino que supuestamente amenaza la propia integridad porque viene a ocupar el lugar de “sujeto”.
Este relato, el lenguaje, construye lo que se conoce como discursos de odio. Ahmed, (2015) define al odio no como explicación de la historia sino como efecto de la misma, una en que el mundo fue construido por “el Blanco, el nacionalista Blanco, el hombre Blanco promedio, el ama de casa Blanca, el trabajador Blanco, el ciudadano Blanco y el granjero Blanco y Cristiano”(p.78), que son las víctimas y aquellos que amenazan ese orden son los victimarios; el amor por lo blanco es lo que lleva al odio visceral y es ese odio lo que los une; como diría Borges “no nos une el amor sino el espanto”.
Destaca la importancia de que el odio no reside en un sujeto un objeto dado, circula entre significantes y es así como las emociones representadas como prácticas culturales se estructuran socialmente a través de circuitos afectivos, y al ser un problema cultural y no sólo psicológico, en cuanto tal es un problema de todos, un problema social y es un problema colectivo.
La conexión entre lenguaje de odio y la emergencia de los cuerpos, lo hace a través del estudio de los crímenes de odio, que funciona con la violencia en contra de cuerpos de las personas que representan la violencia contra grupos. La crítica de Ahmed es que en la medida que queda oculto en la legislación, que la “identidad de grupo” se presenta como si existiera como tal y funciona como una causa en lugar de ser también un efecto del crimen.
En este mismo sentido, Cortina (2017) rescata la fábula de la Fontaine “El cordero y el lobo” para mostrar las características de los delitos de odio; por ejemplo, la manera que funciona la identidad del grupo representado en una persona, que si bien es a quien se dirige el discurso de odio, no es porque ese individuo haya causado ningún daño, sino que posee un rasgo de un determinado colectivo, “el colectivo de <<los tuyos>>, que es diferente de los <<nuestros>>” (pp. 34-39).
Esos “tuyos” pueden representar otra raza, otra etnia, otra religión otro sexo, otra tendencia sexual, u otro estrato social, otras ideas políticas; las víctimas, que a los ojos de los portadores del discurso son los victimarios no se eligen por la identidad personal sino por pertenecer a un colectivo, porque el móvil es el desprecio que justifica la agresión y no una consecuencia de una experiencia personal ocurrida con anterioridad.
Por ejemplo, expresiones de misoginia ocurren no por ser “esa mujer” sino por ser “una mujer”. La autora señala que en ocasiones se utiliza el artículo indeterminado justificando el daño físico o moral, dirigido contra una persona determinada o contra un grupo determinado, solo por el hecho de ser “un/una” que “pertenece a”.
Una segunda característica de este fenómeno es que se le adjudica al colectivo, actos perjudiciales para la sociedad, difíciles o imposibles de comprobar, así los relatos transgeneracionales que fueron configurándose a lo largo del tiempo como prejuicios.
La tercera característica refiere a la justificación por sentir desprecio de la sociedad hacia un colectivo, porque subyace el mensaje de obediencia, el imperativo de hacer justicia, llevando adelante una venganza contra personas que nada les hicieron.
Cortina (2017) lo expresa: “Los delitos de odio […] desde una perspectiva sociológica se pueden entender como “actos de odio” pueden entenderse como “actos de violencia, hostilidad e intimidación, dirigidos hacia personas seleccionadas por su identidad, que es “percibida como “diferente” por quienes actúan de esa forma. […] “por cuestiones de raza, etnia, religión o práctica religiosa, edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, situación de pobreza y exclusión social o cualquier otro factor similar, como las diferencias ideológicas.” (Cortina, A., 2017: 32).
Si bien los discursos de odio datan de antaño y son transversales a muchas culturas en las democracias pluralistas, tomando[CP1] la idea de sociedad ética de Hegel, quien creía que la moral debe incorporarse no solo a las instituciones sino también a los usos y costumbres, nos lleva a inferir que las sociedades modernas necesitan reflexionar si discursos de este modelo de discurso no plantean un escollo para la vida en democracia.
Cortina (2017) define a estos discursos como “monológico y no dialógico […] porque el que lo pronuncia no considera a su oyente como un interlocutor válido como sujeto con derecho a replicar y entrar en diálogo sino como objeto que no merece respeto alguno” (p.56); o bien como Habermas, J., en Teoría de la Acción comunicativa (1981), plantea que negar la capacidad de interlocución, el espacio de intersubjetividad, es negar la posibilidad que se produzca el discurso humano.
Los discursos de odio contienen mensajes de deshumanización; para Arendt, se manifiesta cuando los seres humanos son reducidos a meros objetos, tratados como medios para un fin, o el concepto «material humano» agambeniano, expresión que cuando se la usa tiene como finalidad reducir a las personas a su dimensión material o biológica, ignorando su humanidad, su autonomía y su dignidad.
Validar al otro como un auténtico otro, es respetarlo en todas las dimensiones, alejarse de juzgar y trasladar a un discurso que tiene por objetivo dañar al otro calculando el “hasta donde” para no incurrir en un delito. Ya no se trata de la pobreza de los que se encuentran en una situación vulnerable sino la pobreza de una sociedad que crea discursos de desprecio y rechazo por la pobreza económica, la etnia, la raza, la religión, la ideología, el color de la piel o discapacidad.
Se sabe además, que las posiciones extremas producen más interacciones, el componente emocional juega un papel fundamental, porque las plataformas brindan un escenario ideal para lo políticamente incorrectos.
III. II Era digital
A pesar de que muchos de los discursos de odio han llegado a tener tratamiento jurídico y algunos calificados como delitos de odio, en la actualidad se vuelve más compleja su visibilidad y penalización porque circulan en el ámbito del ciberespacio, lugar donde son contados los casos que pueden ser controlados legalmente; la sociedad civil los consume a través de las redes que amplifican y agravan por su amplitud de llegada y gracias a las burbujas, grupos de personas a las cuales la información que le llega ha sido segmentada con anterioridad por el algoritmo, que sirve para retroalimentar aquello que se quiere escuchar:
“La interconexión digital total y la comunicación total no facilitan el encuentro con otros. Más bien sirven para encontrar personasiguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante los desconocidos y quienes son distintos, y se encargan de quenuestro horizonte de experiencias se vuelva cada vez más estrecho.
Nos enredan en un inacabable bucle del yo y, en último término,nos llevan a una «autopropaganda que nos adoctrina con nuestras propias nociones” (Parisier, E.; Bubble, F., 2012 p.22)
A diferencia del siglo XX, el siglo XXI creó una herramienta por la cual la información se mueve a grandes velocidades, el auge de la era digital, los datos se han vuelto omnipresentes en nuestra sociedades gracias al avance de las tecnologías digitales, y la interconexión de dispositivos en nuestra vida cotidiana ha dado lugar a una avalancha de información en todos los aspectos de nuestras vidas. Datos personales, de consumo, de comportamiento, salud: generamos y dejamos una huella de datos constantemente.
Así, con la creación de las redes digitales se hizo posible que tanto por la propagación a altas velocidades como por el alcance a cantidades de personas, los discursos de odio encontraran una vehiculización descocida hasta el momento, al mismo tiempo disimiles usuarios recibiendo la misma información.
IV Cuarta Sección: Reflexiones finales
Este trabajo se propuso reflexionar acerca de si el concepto de aporofobia podría considerarse como una versión moderna del nacionalsocialismo, una comparación que obliga a la reiteración de la advertencia de Agamben, con la debida prudencia, ya que no refiere a la meta final sino a un plano histórico filosófico, a la no necesidad de los campos de concentración como lugares físicos utilizados en los totalitarismos europeos como en las dictaduras latinoamericanas.
En el comienzo del recorrido del trabajo la centralidad estuvo puesta en el binomio aporofobia/nazismo, definiendo el neologismo creado por Adela Cortina para llamar al rechazo, aversión hacia una persona o grupo de personas, marginándolas o estigmatizándolas por considerarlas diferentes. Para trazar similitudes y diferencia, el nazismo fue observado desde cómo concebía al sujeto, con base en la superioridad de la raza aria y la relación entre perpetradores y perpetrados.
Las semejanzas tanto para la aporofobia como para el nazismo: la discriminación, dirigida a grupos específicos de personas, aquellos que son los victimarios, se perciben a sí mismos como víctimas, amenazados por unos “otros”, también padecen una mentalidad burocrática, concepto acuñado por Arendt, una forma de pensamiento y comportamiento de adhesión rígida a las reglas, obediencia y falta de pensamiento crítico y responsabilidad personal, las dos últimas compatibles con la aporofobia.
Ambos trazan una relación de desigualdad jerárquica a favor de los victimarios, la utilización de lenguaje deshumanizante para justificar la violencia y la exclusión.
Y una de las características más importantes que comparten es que las sociedades donde ocurren estos fenómenos toleran y naturalizan el traslado, la desaparición y exterminio de personas, en el caso del nazismo, así como la discriminación y segregación social en la aporofobia. En cuanto a las diferencias entre ambos procesos, la aporofobia no está arraigada en una ideología racista como en el nazismo, y destacar que el contexto histórico, las motivaciones y las consecuencias de estas formas de discriminación son diferentes.
En una segunda sección exploramos el Estado de Derecho para poder responder a un segundo interrogante si vivir en un Estado Nación, que es además un Estado de derecho, nos asegura que el Estado es el garante de nuestros derechos humanos. Para ello nos valimos de la idea de Agamben de Estado de Excepción, y su advertencia que esos momentos se cristalicen en las sociedades democráticas modernas.
La concepción de derechos humanos pensados más en los derechos que en lo humano, hecho por el cual, pese a que existe un marco legal y normativo para proteger los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos, aún pueden observarse actitudes y comportamientos discriminatorios en la sociedad, a grupos por diferencias de razas, etnias, religiones, géneros, orientaciones sexuales, discapacidades, entre otros.
En una tercera sección del trabajo se examinaron los discursos de odio como variable posible para generar una sociedad cómplice no alcanzaba, surge el hecho que la conjunción de los avances tecnológicos concretamente la creación de la red digital, con este tipo de discursos encontraron su propagación a gran celeridad y a gran cantidad de personas, receptando idéntica información simultáneamente.
Este trabajo utilizaría una metodología para un acercamiento a la hipótesis de trabajo: se sugiere que ya no son necesarios los campos de concentración, esos lugar “físicos” a los que se trasladaban los “físicos humanos”, vale para la analogía, aunque es más pertinente utilizar la palabra “cuerpos”, de aquellos que ya no pertenecían a la sociedad, se propuso el reemplazo del cuerpo físico por la eliminación del cuerpo identitario, el recorrido nos permitió corroborar la posibilidad ya que la violencia como los abusos, en definitiva la deshumanización, ocurren dentro de los cuerpos.
Los datos proporcionados por las personas permiten que el control no se ejerza desde fuera sino desde dentro del mismo individuo.
Byung-Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano, en su libro La sociedad de la transparencia (2012) realiza importantes reflexiones sobre cómo funciona una sociedad “en la transparencia” y cuáles son sus implicaciones en la vida contemporánea, en ámbitos como la percepción del poder, la individualidad y la libertad, así como el control y la vigilancia, ya no ejercidos desde el exterior, sino internalizados dentro del cuerpo de la persona.
Una sociedad en que la transparencia la convierte casi en pornográfica, con el objetivo de homogeneizarla y el propósito de incapacitarla para cuestionar, desde lo más pequeño hasta el sistema económico político dentro del cual está inmersa, justamente porque permanece ciega a todo aquello que permanece fuera. De esta manera la sociedad pasa a ser controlada por un Estado que se entromete en la vida de las personas. Agamben ampliando las ideas de Michel Foucault, habla de la biopolítica como regulación y control gubernamental no solo de las acciones individuales, sino también de los procesos vitales y la existencia misma a la que llama totalitarismo moderno.
La intromisión de la vida biológica en el ámbito político, el Estado en control mediante técnicas y dispositivos disciplinarios para normalizar y regular la vida de las personas acuerdo con ciertos estándares y objetivos.
El autor apunta a aquellos Estados cuya forma de gobierno se basan en la lógica de la excepción, en la cual se suspenden los derechos y las libertades individuales en aras de la seguridad y el orden público.
Rescatemos entonces las banderas de Arendt que, para contrastar la violencia, destaca la importancia del poder político basado en la participación activa de los ciudadanos y el respeto por las instituciones y procesos democráticos.
El poder político como la capacidad de actuar en conjunto y de deliberar sobre los asuntos públicos, un poder legítimo que se construye a través de la participación activa de los ciudadanos y el respeto por las normas y los procesos democráticos, buscando soluciones justas y respetuosas de la dignidad humana.
Buenos Aires, 3 de junio de 2024.
*Licenciada en Ciencia Política – UBA