Por Alicia Reynoso y Stella Morales**
(La Tecl@ Eñe)
Nuestra Historia
Somos Alicia y Stella y les queremos contar desde nuestra propia experiencia lo que vivimos, lo que sentimos, lo que valoramos y logramos desde aquella mañana fría y desolada de un día de abril de 1982… hace apenas 40 años…
Somos Enfermeras de la Fuerza Aérea Argentina que, durante el Conflicto del Atlántico Sur ocurrido durante los meses de abril, mayo y junio de 1982, formamos parte de la Agrupación Sanidad que fue desplegado hacia el Teatro de Operaciones “Fuerza Aérea Sur” (FAS).
De todas maneras, es conveniente recordar cómo surge la idea de incorporar mujeres enfermeras a las fuerzas armadas en Argentina y fue así: En el año 1980, ingresan a la Fuerza Aérea Argentina las primeras mujeres enfermeras (21), siendo Alicia, una de las pioneras de esta prueba piloto. Fue así que la fuerza Aérea, se convierte en la primera en incorporar mujeres Enfermeras Profesionales ya egresadas de diferentes Universidades y Colegios de Enfermería del país. Esta incorporación de la mujer Enfermera Profesional y/o Universitaria a la escuela de Suboficiales, fue el puntapié inicial para que las otras fuerzas armadas también lo llevaran a cabo e inclusive hoy la mujer militar se destaca en diferentes especialidades dentro de las fuerzas. Vale destacar que solo catorce (14) Enfermeras Profesionales con grado militar de la Fuerza Aérea Argentina, fueron las que participaron del Conflicto del Atlántico Sur, Guerra de Malvinas.
Varias promociones le siguieron a la primera promoción, que luego de 4 meses de instrucción militar, egresábamos con el grado militar de Cabo Principal en Comisión y destinadas a los hospitales Aeronáutico de Buenos Aires y Córdoba respectivamente.
Nuestras tareas como Enfermeras profesionales con grado militar se desarrollaron en las diferentes áreas de los hospitales, en este caso Alicia como jefa del departamento de Enfermería y Stella en Terapia Intensiva del Hospital Aeronáutico Central, ubicado en el barrio de Pompeya de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En abril del año 1982, el gobierno de facto reinante en ese momento le declara la guerra a Inglaterra, con el intento de recuperar nuestras Islas Malvinas. Es así como bajo las órdenes de guerra I, II y III que comprendía todo el “Territorio Argentino en un Conflicto Armado con Inglaterra”, fuimos convocadas junto a tres compañeras más con destino a las Islas Malvinas como parte del equipo de sanidad que integraba el Hospital Reubicable.
El hospital Reubicable, de referencia y que fue nuevamente armado en plena pandemia, esta vez en el helipuerto del Hospital Aeronáutico Central , fue comprado por la Fuerza Aérea Argentina a Estados Unidos y está conformado por 11 módulos que se pliegan y se arman a la semejanza de los vagones de un tren, el cual está equipado con quirófanos, sala de esterilización, internación, cocina, comedor, baños, sala de guardia y terapia, cuenta con generadores eléctricos y una planta potabilizadora de agua. Fue adquirido a finales / principios del año 1981 y se encontraba en la I B. Aérea de Palomar, donde nos dirigimos en varias ocasiones para interiorizarnos sobre su armado, desarmado y funcionalidad como parte de las actividades de nuestro entrenamiento para actuar en casos de emergencia nacional, situaciones de catástrofe naturales o provocadas por el hombre.
Es así como en el momento de actuar allí estábamos preparadas para cada emergencia. En este caso, fue en el mes de abril, que el hospital tenía un destino: desde Palomar, I Brigada Aérea (Buenos Aires) hacia Puerto Argentino, Islas Malvinas. Pero una contraorden cambió el destino del hospital y obviamente de nosotras.
Aquella madrugada de un día de abril, partimos desde el hospital hacia Palomar con la emoción de cumplir con honor nuestra función como enfermeras. Desde Palomar en una mañana fría, un avión de línea y entre un grupo importante de varones entre soldados y personal de cuadro, solo 5 mujeres enfermeras salían con destino hacia las islas. Primera escala: Comodoro Rivadavia. Al llegar a Comodoro, la orden fue, esperar la carga que transportaba el hospital, para luego partir hacia Malvinas.
Nuevamente los desaciertos en las órdenes emanadas de los superiores, dio punto final al destino del hospital. Se consideró el suelo de Malvinas…(turba), ¿acaso pensaban poner el hospital en el medio del “monte Longdon” inapropiado para soportar el peso de los módulos que conforman dicho hospital… Finalmente se determinó su ubicación en Comodoro Rivadavia, en la cabecera de pista del aeropuerto Gral. Enrique Mosconi.
Allí trabajamos con intensidad, como se nos había enseñado en nuestra carrera como profesionales: enfermeras asistenciales en tiempo de paz, operativas en tiempos de guerra.
Habíamos aprendido cómo se armaba el hospital, la disposición de cada módulo, cada elemento, el armado de las camillas, las camas y accesorios, el quirófano, sellado del mismo y la preparación del instrumental. Las tareas se repartían por igual, tanto para los hombres como para nosotras: levantar cajas, armado de los módulos, siempre a la par de los hombres. Aunque el cavado de las zanjas fue destinado a un oficial, que luego descubrimos que entre los hombres también había cuestión de imponer las tiras y algo de venganza varonil quizás…
Una vez instalado y armado el hospital en su totalidad, nos acomodamos en uno de los módulos donde se dispusieron las 5 camillas que a partir de ese momento se designó como nuestro lugar de descanso. Y así lo tomamos dignamente, sabiendo que un cortinado de plástico azul resguardaba nuestra intimidad. Las camillas servían para acomodar el pequeño bolso verde con nuestras pertenencias personales, pero sobre todo para unir fuerzas, charlando “cosas de mujeres” para distraer nuestra mente y no pensar tanto en nuestros afectos que habían quedado allá lejos y que solo la correspondencia que llegaba de vez en cuando mantenía nuestros corazones latiendo y la imaginación brotaba en cada trazo escrito por nuestros seres queridos. Mientras se esperaba la llegada de los ingleses y por consiguiente el inicio de los ataques, nuestra labor consistía en preparar material quirúrgico, medicamentos y elementos necesarios para ser enviado a las islas.
Llamó la atención en esos días de incertidumbre y de espera que las cámaras de los corresponsales de guerra se percataran de nuestra presencia cuando recorríamos el centro de la ciudad en busca de elementos necesarios para nuestra higiene personal y así fue que nuestras imágenes comenzaron a ser tapa de revistas y periódicos y en cuyas notas ni siquiera figuraban nuestros nombres… uso de nuestra imagen para adornar las notas… Esto causó revuelo entre los superiores e inmediatamente fuimos advertidas con un grito colérico y amenazante “Ni se les ocurra abrir la boca, ustedes no pueden contar nada, no pueden hablar” con el dedito acusador y terminante. “¿Les quedó claro?”
Tuvieron que hacer un trámite especial los camarógrafos y fotógrafos de la revista para tener la autorización para entrar al hospital, sacarnos fotos, y un periodista obviamente hacernos una nota “controlada” cuyo contenido no trascendía más allá de nuestra relación sentimental, si la había…
Y de pronto, todo se transformó en un caos, llantos, olor a sangre, corridas y gritos de desesperación y el hangar de YPF que se imponía majestuoso frente al hospital fue el lugar de recepción de todos aquellos seres humanos que llegaban partidos por el dolor físico y el dolor interno de haber dejado algún compañero en ese infierno de fuego y muerte.
Así comenzaron los días sin días, sin horas, sin noches… todo era espera, recibir, actuar, atender, contener, curar, limpiar…
Así fue nuestra participación en la guerra de Malvinas, asistir y cuidar a todos los heridos que llegaban desde las Islas Malvinas. Además de las evacuaciones aéreas y salvataje de heridos durante el tiempo que duró el conflicto.
Lo hicimos como nos habían enseñado, como aprendimos, curando y conteniendo el dolor. Sabemos que el ser humano no está preparado para una guerra, son situaciones límite, desgarradoras, y se siente de otra manera, los gritos de dolor son diferentes, las heridas, el olor de la sangre mezclada con la pólvora es otro, todo es diferente, se huele y se siente el frío de la muerte en soledad y en la lejanía. Y allí estábamos, lavando esos cuerpos maltrechos, extendiendo la mano, calmando el dolor… evitando descubrir en esas miradas ausentes el fogonazo del misil en la oscuridad de la trinchera. Ojos silenciosos que se inundaban de tristeza. Los gritos de dolor se mezclaban con el llamado incesante pidiendo por sus madres. Y allí estábamos nosotras, mordiendo los labios para esconder las lágrimas, Había que guardar nuestra angustia, mostrar la entereza y la serenidad, ante todo.
Al finalizar el conflicto, cada una volvió a su lugar de trabajo, Alicia viajó directo sin escalas a Córdoba, a la escuela de Aviación a realizar su curso de oficial; Stella a Terapia Intensiva y lentamente cada una de nosotras volvió a ocupar sus puestos de trabajo. Nunca se habló de contención psicológica, nunca se habló de nuestro estado psíquico y emocional… como tampoco de aquellos jóvenes que habían pasado por un infierno que no se merecían. Solo pensar en las edades de ellos, que muy poca diferencia había con las nuestras. Apenas habíamos atravesado los 23 años… y estábamos atendiendo a heridos de guerra…
Pero como se nos había ordenado durante la guerra, el silencio y “de esto no se habla” continuó a través de los días, meses y años… y nosotras las enfermeras pasamos a ser unas ilustres desconocidas. Y así comenzaba este plan tan nefasto y misógino y muy bien organizado como lo saben hacer, de dejar afuera, soslayadamente a las mujeres enfermeras que habíamos participado en este conflicto.
En cada rincón de los diferentes establecimientos de la Fuerza Aérea, llámese brigadas, casinos de suboficiales, oficiales, escuelas de cadetes etc., etc., se habló de los héroes de la guerra, soldados y pilotos, eran nombrados y se les entregaban numerosas distinciones, se escribían libros, se repartían honores y cocardas. En las efemérides los nombres de los hombres que habían participado de la guerra tenían su lugar preferencial. Pero jamás se tuvo la delicadeza de hacer participar a las enfermeras que habían dado el presente para servir a la Patria.
¿Mujeres en la guerra?, ¿de qué hablan? Si a la guerra solo fueron hombres…
Sin embargo, los años pasaron y de a poco nos fuimos enterando de las cosas que sucedieron respecto a la guerra, las mentiras, los negocios, los olvidos… intencionales o no.
Y sin querer o queriendo no guardar más silencio, quisimos gritar a viva voz esto que nos estaba doliendo, como dicen por ahí, la herida que sangra… duele y mucho…
Sentimos que ese desprecio hacia la mujer, a la enfermería, a la tarea que cumplimos con mucho orgullo, no se reconocía. Éramos parte de esta historia, pero no figurábamos en ningún libro, escrito, diario o texto.
Ese olvido del cual estamos hablando, es imposible de entender cuando pensamos en el rol de la mujer en una guerra que además de cumplir nuestra función, fuimos para aquellos jóvenes héroes, la cara visible de una amiga, una hermana, o la madre que necesitaban después de regresar de aquel infierno, de aquel horror que muchos no supieron ver y no quieren ver aún hoy al cumplirse 40 años.
Entonces, nos encontramos levantando esta bandera, este estandarte que entre lágrimas y tímidamente levantó Alicia allá por el 2010, soportando los gritos machistas y los insultos agresivos por parte de varones y mujeres, porque también aquí las mujeres tuvieron una cuota de egoísmo y maltrato hacia sus pares.
Fue un llamado telefónico, nada más, para sumarme a su cruzada y acompañando con la palabra escrita, la voz, las imágenes y la justicia que hoy nos encontramos transitando el mismo camino, aquel que nos marcó el destino y la vocación: la enfermería, la guerra, la lucha por la igualdad de derechos entre los seres humanos.
Así descubrimos que allá por 1990 fuimos reconocidas por el HCN LEY 23118 como Veteranas de guerra (VGM) con medalla y diploma que reza: El Honorable Congreso de la Nación a los combatientes Ley 23.118. Al Alferez Dña. Alicia Mabel Reynoso. “por su intervención en la lucha armada por la reivindicación territorial de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. 2 de abril de 1982- 14 de junio de 1982” y por nuestra Fuerza, con certificado que reza “por cuanto el Cabo Principal Stella M. Morales ha participado en la batalla Aérea por las islas Malvinas, 1985. Sin mención alguna acerca de los derechos que nos merecemos al igual que todos los veteranos varones.
Nuestra labor como enfermeras en este Conflicto, comenzó los primeros días de abril de 1982 y continuó posterior al cese de los combates, replegándonos una vez que se desarmó el Hospital Reubicable con el posterior traslado a su lugar de origen, IBrigada Aérea de Palomar.
Supimos guardar nuestros miedos y nuestra angustia a pesar de nuestra corta edad, manejando situaciones traumáticas para cualquier ser humano ya que no sólo calmábamos las heridas del cuerpo sino también conteníamos las emociones de aquellos jóvenes que muchas veces duelen más que las primeras.
Pero en el transcurso de estos años, y ya cursando otro siglo, seguimos transitando este largo camino de silencios, de injusticias, como si nuestra labor y trabajo constante y a la par del hombre, hubiese estado ausente. Aunque grupos de diferentes sectores políticos nos ha brindado su reconocimiento y respeto por nuestra labor, muchos han intentado olvidarla y desprestigiarla por un egoísmo incomprensible que no permiten que la historia sea contada en primera persona y mucho menos por una MUJER. Nos preguntamos ¿qué hicimos mal? ¿Qué tanto molesta nuestra verdad? ¿Por qué nos niegan nuestros derechos?
Además, en todos estos años se encargaron de ocultarnos (aún lo siguen haciendo) y sistemáticamente han buscado evitar nuestra presencia en los diferentes actos y homenajes sobre la guerra. Recientemente, en el 2019, donde con total descaro un superior tuvo la ingrata idea de darnos la orden de expulsarnos del desfile, aduciendo que no podíamos desfilar porque no éramos veteranas, porque no cobrábamos, sin tener en cuenta nuestra participación. ¡Este señor no pensó que nosotras no nos callamos más! En ese mismo desfile, el reencuentro emotivo de un soldado VGM, descubre a la mujer enfermera con nombre y apellido que lo había atendido allá por abril del 82…
Hoy, 2022, al cumplirse los 40 años de la gesta de Malvinas, hemos logrado ganar los juicios con un fallo magistral y con perspectiva de género. Pero la Fuerza Aérea aún sigue en su posición intimista demorando nuestros certificados como lo hizo en todos estos años. La vida nos demuestra que ese ámbito sigue siendo patriarcal, no reconocer lo que ellos crearon y aceptaron en su momento: la incorporación de la mujer a las fuerzas armadas… es violencia, es antidemocrático.
Aunque aún quedan los reconocimientos del resto de nuestras compañeras, confiamos en la justicia, sabemos que la verdad siempre triunfa y por eso seguiremos levantando la bandera de esta causa en nombre de nuestras compañeras y de todas las mujeres que han sido olvidadas, discriminadas por su labor en la historia argentina.
Somos conscientes de nuestro trabajo realizado con orgullo y profesionalismo. Y por si alguna vez nuestras voces se callan, nuestras vivencias han quedado plasmadas en un libro “Crónicas de un olvido”, escrito por Alicia Reynoso. Las generaciones siguientes al menos conocerán que en el Conflicto del Atlántico Sur, no solo hubo hombres sino también mujeres que apostamos por un país mejor, cada uno desde su labor, codo a codo defendiendo lo que nos corresponde, nuestras Islas Malvinas.
*Este texto forma parte del libro Malvinas, una memoria abierta, editado por La Tecl@ Eñe-GES.
Alicia Reynoso es Veterana de la Guerra de Malvinas VGM. Nació en Larroque, Entre Ríos el 9 de julio de 1955. Es Enfermera Profesional e Instrumentadora quirúrgica. En el 2017 escribió su libro “Crónicas de un olvido” donde relata sus vivencias como Enfermera en esta guerra. En el 2019, participa como protagonista en el documental “Nosotras también estuvimos” basada en el libro de su autoría y dirigida por Federico Strifezzo. Actualmente es jubilada como Personal Civil Superior de la FAA y continúa en la lucha por los derechos de sus compañeras que aún no han sido reconocidas.
Stella Morales es Veterana de la Guerra de Malvinas. Nació en Villa María, Córdoba el 14 de abril de 1954. Es Enfermera Profesional y Licenciada en Gestión e Historia de las Artes. En el 2019, participa como protagonista en el documental “Nosotras también estuvimos” basado en el libro de Alicia Reynoso, “Crónicas de un olvido” y dirigida por Federico Strifezzo. Actualmente se dedica al arte colaborando con diferentes instituciones artísticas. Es jubilada como Enfermera Profesional y acompaña a Alicia Reynoso en la lucha por los derechos de sus compañeras que aún no han sido reconocidas desde el 2014.
2 Comments
Gracias MADRES por proteger, cuidar, curar a nuestra Patria. Gracias por abrirnos camno, gracias por no callar, las abrazo con el alma, tu dolor es también mío.
gRACIAS mujeres por tanto VALOR Y CORAJE. qUE CADA ARGENTINO NO LAS OLVIDEMOS. FUERON Y SERAN MUJERES DE LA PATRIA.