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LOS OJOS BIZCOS DE LA ESTATALIDAD -POR ROCCO CARBONE

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Rocco Carbone sostiene que si es cierto que el Estado es un órgano de dominación, también es preciso agregar otra dimensión: se verifica que el Estado moderno representativo se comporta de manera distinta si se encuentra dirigido por un gobierno reaccionario o por un gobierno popular. Carbone agrega que el Estado actual puede ser mejorado, pero para ser mejorado antes debe ser cuidado; no destruido. Ese es un ejercicio intelectual de mirar al futuro.

Por Rocco Carbone*

(para La Tecl@ Eñe)

La filosofía política marxista organiza uno de sus grandes núcleos en torno al debate del Estado en tanto fuerza especial de represión de clase. Un distintivo del Estado es la instauración de un poder público: “destacamentos especiales de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros elementos” (Lenin): el ejército permanente y la policía, a los cuales se adosan la burocracia, el clero, la magistratura.

En las reflexiones propias de una filosofía de la praxis -una teoría que aprende de la experiencia de los grandes movimientos de luchas populares, sin declinar su propia autonomía- el Estado es un órgano de dominación. Este nace de la necesidad de limitar y controlar los antagonismos de clase. Cuando la clase económicamente dominante se hace del Estado se vuelve también políticamente dominante. Y, dentro de la sociedad burguesa, el poder político es la expresión oficial del antagonismo de clase. Cuando esa clase económica se vuelve políticamente dominante adquiere nuevos modos para la represión y la explotación de los sectores oprimidos. El Estado feudal, por ejemplo, era un órgano de explotación de las clases campesinas transformadas en clases de siervos de la gleba o vasallos. El Estado colonial era órgano de explotación de clases racializadas de esclavos. El Estado moderno representativo es herramienta de explotación del trabajo asalariado por el capital. De esto desciende que el Estado es una organización especial de la fuerza, de la violencia para la represión de la clase productora, esté integrada por campesinxs, esclavxs, asalariadxs, trabajadores pedido ya o rappi. Esta dimensión, sin embargo, debe ser matizada porque si bien es cierta en términos generales, también se verifica que el Estado moderno representativo se comporta de manera distinta si se encuentra dirigido por un gobierno reaccionario o por un gobierno popular. En función de esa gobernanza, la remuneración al trabajo asalariado pierde o gana participación -junto con una amplia batería de derechos- frente al excedente de explotación, frente al capital. Y si bien la emancipación económica del trabajo necesita de una forma política comunal, no es lo mismo que el Estado se incline hacia una forma capitalista excluyente que hacia una (tendencialmente) inclusiva.

Y en función de si el gobierno es popular o reaccionario se pierde, se conserva o se amplía también una amplia batería de derechos. Por ejemplo, Milei proclama “la defensa del derecho a la vida desde la concepción”. Esto quiere decir que está en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria y Legal del Embarazo. Una ley resultado de un gran proceso de acumulación de luchas feministas a favor de la vida de quienes no desean ser madres ni morir a causa de complicaciones en abortos ilegales. Las declaraciones de Milei implican la amenaza de un retroceso en términos de derechos.

El Estado, entonces, puede ser pensado como un órgano de dominación. Me gustaría proponer otra visión del Estado sobre la base de una experiencia que me tocó vivir la semana pasada. Para moverme en Capital casi siempre uso bici. La semana pasada tuve un pequeño accidente. Me chocó una moto y aprendí a volar. Intervino la Policía de la Ciudad, el Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) y me llevaron al Hospital Durand, público. Allí nunca me preguntaron la nacionalidad, si tenía DNI de extranjero o DNI nacional, me hicieron todos los estudios y me trataron como a un ser humano, reconocieron la condición humana. Me trataron como se trata a un familiar o una persona amiga en un momento de infortunio, en un instante en el que no podés valerte por vos mismo. Lo hicieron con cuidado, con parsimonia, con excelencia. Y estas palabritas les corresponden tanto a lxs trabajadores del sistema médico como a lxs trabajadores de la policía, que es una forma de estatalidad que en un principio me crispa más. Cuando me fui del Durand, a la persona que me acompañó a hacer todos los estudios le dije: “Gracias”. La respuesta fue: “Nada que agradecer. Es mi trabajo”. Al día siguiente tuve que ir a una Comisaría para declarar lo ocurrido. Al terminar, le dije a la policía que me atendió: “Gracias”. Y de nuevo: “Nada que agradecer. Es mi trabajo”.

Creo que ahí, en esa respuesta repetida, hay una gran enseñanza. Que el trabajo es una energía, una fuerza civilizatoria. Implica la aplicación de conocimientos rigurosos, metódicos, intelectuales y manuales. Lavorare stanca (trabajar cansa), decía un poema de Cesare Pavese. Y de hecho el trabajo no está exento de sentimientos dolorosos, porque implica cansancio, fatiga o esfuerzo, tensión (el famoso stress), porque está relacionado con la disciplina y también con una duración temporal más o menos amplia. Sin embargo, esa actividad civilizatoria, sobre todo cuando es pública, se desarrolla en pos de necesidades colectivas. Se desarrolla en pos de otro que no puede llevar a cabo ese mismo trabajo en ese momento.

Si es cierto que el Estado es un órgano de dominación, también me parece que es preciso agregar otra dimensión: que es alguien (un/a trabajador/a) que hace algo por vos cuando no estás en condiciones de hacerlo por vos mismx. Esta una gran enseñanza que no mira al pasado (como hace cierta “izquierda”) ni al futuro, imaginado sobre las cenizas del pasado (como promete la Libertad Avanza) sino anclada en el presente. En lo que tenemos, en lo que hay en la Argentina, que por supuesto puede ser mejorado. Pero para ser mejorado, antes, debe ser cuidado; no destruido. Ese es un ejercicio intelectual de mirar al futuro.

Me propuse socializar esta pequeña historia -con una cuota de pudor, desde ya- porque en la Argentina se está desplegando un choque apocalíptico, un antagonismo civilizatorio. El campo antagonista exalta el egoísmo, el individualismo, un capitalismo laissez-faire, la motosierra con cadena puesta. Expanden un dispositivo negador del altruismo, de la reciprocidad, de la solidaridad, de los modos de vida comunitarios.

Cuando surge el mal, siempre se le debe oponer algo. Tanto Pablo de Tarso, más conocido como San Pablo, en la Segunda epístola a los tesalonicenses, como Walter Benjamin en Tesis de la filosofía de la historia, hablan del mal radical. Y ambos apelan también a una palabra común: el Katéchon (del griego antiguo, τὸ κατέχον: “lo que frena o el que frena”), un poder frenante, una fuerza capaz de detener el mal radical. El anticristo: lo llama San Pablo. Se trata de una fuerza redentora. Si en el campo antagonista está el mal, una calamidad que quiere destruir el Estado y lo púbico, en el campo propio está esa fuerza liberadora, que mal haríamos en leer bajos los preceptos de un economicismo siempre berreta. Conocemos su nombre. Y todo nombre adquiere su espesura en relación con las luchas emancipatorias que lo sostienen.

No pasarán.

Este texto contiene lenguaje inclusivo por decisión del autor.

Buenos Aires, 27 de septiembre de 2023.

*CONICET

2 Comments

  1. Claudio Ojeda dice:

    De acuerdo plenamente con el autor. Sólo una observación no del todo racional: la consigna final debería tener una apelación a la esperanza, no a la evitación.
    Además, cada vez que se usó esa consigna fue fallida.

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